Automóvil: una historia de dependencia (parte 2)

Imaginemos por un momento que cada habitante mayor de edad dentro de una ciudad de tamaño mediano como Valencia, de casi 810.000 habitantes, tuviese un coche en propiedad. ¿Dónde metemos todos esos coches? Acabas de llegar a una conclusión: eso sería un absurdo total, pero por otra parte, lo defendemos, ¿somos unos incoherentes? .

El tráfico sería un caos absoluto, habría atascos kilométros permanentes. Los niveles de contaminación serían brutales. Nunca se podría aparcar. No sería como en los anuncios, sino como en la peor pesadilla de cualquier conductor. Está claro que ese panorama no nos haría a todos más felices, y creo que los valencianos estarán de acuerdo.

Al final, parece razonable pensar que no todo el mundo necesita un coche, pueda permitírselo o no, pero la realidad es otra. ¿Y dónde está la pasión aquí? ¡Ay, me temo que la pasión y la realidad en algún momento se tornan incompatibles! Eso debería hacernos reflexionar un poco.

Volvamos al tema de la energía. Ahora mismo, si mañana se agota todo el combustible fósil, la civilización se vendría abajo. Me recuerda a cierta película post-apocalíptica de los años 70 que todos conocemos por aquí. Su protagonista tiene un Ford Falcon XB GT Coupé tuneado que da caña a los malos: “Mad Max”.

Pero no, aún queda mucho zumo de dinosaurio por extraer. Y nunca se acabará, porque llegará un día en el que ya no nos interese sacarlo, ya no merecerá la pena. Pero hay que buscar alternativas, y buscarlas ya. Muchas ya existían, solo han recuperado su justo papel en la movilidad, papel que durante años se ha enterrado.

Nosotros también somos adictos a los combustibles fósiles. Prácticamente los pagamos el doble de caros que hace pocos años, pero no veo manifestaciones, ni boicots masivos… Cada vez que paramos a repostar, vemos gente que se baja, reposta, paga y se va. Como si nada hubiese pasado. ¿Podemos dejarlo mañana? Mmmm… ¿en serio?

En la primera parte de este artículo hemos visto que adoramos un sistema enfermo, agonizante, que requiere que lo modifiquen mucho si no queremos volver a los caballos o las bicicletas. Ese sistema es un reflejo de el sistema, así, a secas, en el que está basado nuestro modus vivendi actual.

En el modo de producción capitalista, se producen bienes o servicios, que son consumidos o adquiridos mediante dinero o transacciones equivalentes. Para poder tener acceso a dichos bienes y servicios, hace falta trabajar o tener una fuente de ingresos, y así se alimenta el sistema de forma cerrada.

Es decir, hay relaciones de dependencia. No conozco un solo fabricante de coches que sea una ONG, tampoco conozco petroleras que regalen el combustible de forma generalizada. Es un negocio, y tiene sus mecanismos de supervivencia. Nosotros haríamos lo mismo, así que no deberíamos considerarlo como moralmente reprobable (refiriéndome a automóviles, no a petróleo).

“La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida.

Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.”

Seguro que os suenan estas palabras, son de la película “El club de la lucha” de David Fincher. Es una historia de ficción, pero tiene un trasfondo filosófico interesante de abordar. Es una obra que hace pensar, como “1984” (George Orwell), “Zeitgeist” (Peter Joseph), “Un mundo feliz” (Aldous Huxley), etc.

Debería ser ilegal morir sin haber tenido acceso a todas esas obras de pensamiento crítico, y otras tantas que he omitido, pero bueno, este blog no versa sobre filosofía ni lo pretende. No obstante, como consejo estrictamente personal, os recomiendo conocerlas, entenderéis mejor muchas cosas.

Pensemos de forma crítica. ¿Cómo reducir la dependencia del automóvil? Poco a poco, empiezan a definirse alternativas. Existe el alquiler de coches, o el uso de coche compartido, el renting o el transporte colectivo. Son alternativas al régimen clásico de propiedad, el más costoso pero el más popular.

Pero a nosotros nos gustan los coches y no podemos desengancharnos tanto, aunque podemos entender que hay alternativas a tener NUESTRO coche. Pensemos en cómo hacer más soportable la posesión y uso del mismo, y eso nos lleva inevitablemente a la energía. Y eso implica hablar de petróleo.

Alternativas al petróleo

Ya hemos quedado en que la época de los combustibles fósiles es limitada y temporal, ¿luego qué? Después del petróleo veremos el auge del gas, pero también se trata de algo temporal, salvo que encontremos una forma de producir gas a la misma velocidad que lo gastamos: una utopía muy bonita. La agonía se alargará unas pocas décadas.

Pensemos en biocombustibles. Para un uso de escala baja o media, son una alternativa, porque pueden llegarse a producir de forma sostenible, barata y poco contaminante. Ahora bien, es ilusorio pensar que se puede reemplazar el petróleo por ellos. A nivel global, nunca dejarán de ser un parche. Con las biomasas, lo mismo.

¿Qué pasa con el hidrógeno? Todo lo que huele a hidrógeno huele bien… o no. Permitirá la reconquista de las grandes distancias, esas que el coche eléctrico no podrá asumir en una buena temporada, sin emisiones, y pudiendo recargarlo en cuestión de minutos. Casi parece la solución perfecta.

Continuará...

Fotografía | RinzeWind (I)
En Motorpasión | Automóvil: una historia de dependencia (parte 1)

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