Esta tarde ha tenido lugar un nuevo episodio del ya clásico enfrentamiento entre el sector del taxi y el modelo de empresas como Uber o Cabify. Sin embargo, este nuevo episodio ha contado con un protagonista que ha dado un giro argumental inesperado: la formación política Podemos ha enarbolado la bandera del taxi y ha tomado el hashtag #TAXIvsTTIP en Twitter mientras daba su apoyo a los profesionales del sector.
Lo curioso del caso es ver cómo una formación de corte progresista aboga por los intereses de un ramo laboral donde abundan los empresarios y donde en ocasiones se encuentran empleados a destajo, que no duda en ejercer como grupo de presión, calificándolo de sector público y contraponiéndolo a otros grupos de presión, que serían Uber y Cabify. Suena confuso, pero así es.
Se entiende la parte de las empresas que no pagan impuestos en España, pero no se acaba de entender tanto la parte de lo público que pueda tener un sector privado como es el taxi. Sometido a leyes de servicio público, sí, pero gestionado por empresas privadas. Hablamos de autónomos con un vehículo, y también hablamos de grandes flotas. Y de trabajadores haciendo más horas que un reloj.
Las europarlamentarias de Podemos Tania González y Lola Sánchez han asistido a un acto de protesta convocado hoy en Barcelona, y allí han declarado que, de cundir el ejemplo de Uber, "se puede extender una precarización laboral aún mayor", y que Uber "es un ejemplo de la que traería el Tratado Transatlántico de Libre Comercio a pequeña escala, una liberalización del transporte en la que se podría dar una invasión de multinacionales".
Entre las características que Podemos atribuye a Uber y Cabify, están la precarización del transporte y el riesgo para la seguridad vial, dos ideas que chocan contra la imagen que como usuarios del transporte de viajeros podemos tener de unas y otras empresas.
Los derechos de unos y otros trabajadores
A partir de ahí, esta tarde se han sucedido manifestaciones que tampoco se entienden demasiado, si miramos las cuestiones en un contexto más amplio.
La defensa de los derechos de los trabajadores es una causa justa. Tanto si hablamos de los 100.000 trabajadores del taxi como si hablamos de los trabajadores que puedan tener Uber o Cabify, que en ocasiones son también trabajadores del taxi; tal es el estado de precariedad laboral, que hay quienes necesitan apoyarse en la diversificación de servicios para pagar sus facturas.
Mezclar términos de economía colaborativa con proyectos empresariales como Uber o Cabify es, como mínimo, una falta de honestidad retórica. Una cosa es compartir coche, y echar mano de la economía colaborativa, y otra es que al sector del taxi le ha salido un competidor que está luchando por encontrar su encaje en un mercado cerrado. Es un conflicto en el que cada uno juega con las cartas que puede, pero que no debería confundirse con cuestiones ajenas a lo que es esto: una lucha entre empresarios de diferente tipología.
Estamos viendo un cambio más de tantos que hemos vivido desde principios de siglo. La experiencia ya debería ir advirtiéndonos de que estamos asistiendo a un cambio de escenario en el que lo único que permanece es la esencia del cambio. Enrocarse en posturas numantinas parece poco recomendable, aunque cada uno es muy libre de llevar su empresa como le apetezca. Eso sí, dicen los que saben de Economía que si la tierra te da naranjas es mejor que no cultives lechugas.
A todas estas, ¿qué es el TTIP?
El TTIP es una propuesta de tratado de libre comercio, literalmente una Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, en virtud del cual Europa y Estados Unidos podrían eliminar trabas y crear un mercado común.
Dicho de forma muy resumida, los defensores del TTIP ven una ventaja en cuanto a la libertad económica y al fomento del empleo que proporcionaría este acuerdo, mientras que los detractores del TTIP ponen el foco en el aumento de poder que experimentarían las grandes multinacionales y en la reducción del bienestar social y medioambiental que conllevaría aceptar el libre comercio entre Europa y Estados Unidos, como un polo más de la globalización.
En este enfrentamiento, hoy un partido político que opta al Gobierno de España ha enarbolado la bandera de un sector profesional constituido por empresas privadas mientras lo explicaba como una mejora del sector público y lo contraponía a la "esencia", según decían, de un acuerdo que, por el momento, ni existe. Curiosísima plasmación, también, esta por la cual algo que no existe puede tener esencia, que no es otra cosa que la más pura de las consecuencias de existir.
Vivimos tiempos confusos, ciertamente.
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