La guerra comercial entre Estados Unidos y China ya es como un mal sueño. Cuando parece que las negociaciones pueden apaciguar la escalada de aranceles, llega Donald Trump y usa su cuenta de Twitter como arma arrojadiza para repetir que China es un jugador desleal que ha incumplido un trato con Estados Unidos.
De hecho, Trump inició el viernes el proceso para aumentar de un 10 % a un 25 % los aranceles a productos importados de China -incluidos metales- valorados en 200.000 millones de dólares, y ha dado un ultimátum a Pekín: o acepta sus términos o aplicará aranceles a todas sus exportaciones a Norteamérica.
China respondió rápido al ataque asegurando que tomará represalias, sin especificar cómo. Este colapso en las negociaciones se produjo el viernes, cuando el principal enviado comercial del presidente chino, Xi Jinping, y sus homólogos estadounidenses en Washington abandonaron las negociaciones sin un acuerdo.
¿Quién paga la guerra entre las dos mayores economías del mundo?
Trump por su parte, tras el estacazo a su principal socio comercial, dijo que las conversaciones continuarán en el futuro y que estos aranceles pueden o no eliminarse, dependiendo del resultado de las negociaciones y en un intento por calmar a los mercados.
China, que propuso la semana pasada revisiones significativas a un borrador de acuerdo con Estados Unidos, ha respondido que no perderá su soberanía ni aceptará un acuerdo que dañe sus intereses.
Mientras tanto, Europa está a la espera de que Trump se decida acerca de una subida de los aranceles sobre los automóviles europeos. De hacerse efectiva la subida, podría afectar a unos 47.000 millones de euros en exportaciones y componentes, según datos de Automotive News.
En represalia, el bloque de los 28 está preparando aranceles por un total de 20.000 millones de euros a productos estadounidenses.
El Fondo Monetario Internacional advirtió el mes pasado de que esta guerra podría afectar gravemente al sector manufacturero de China y Estados Unidos y provocar pérdidas de empleo. Pero no afectará únicamente a los países involucrados.
Una desaceleración económica de las dos mayores potencias afectará a la economía global, pues esta política proteccionista afecta directamente a la cadena de valor, como ocurre en el sector automotriz.
Según datos de la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos, los componentes de automóviles se sitúan en el décimo lugar de la lista de productos chinos que enfrentan los aranceles más altos, con un valor de 2.300 millones de dólares. En el número uno se encuentran los equipos de telecomunicaciones.
We are right where we want to be with China. Remember, they broke the deal with us & tried to renegotiate. We will be taking in Tens of Billions of Dollars in Tariffs from China. Buyers of product can make it themselves in the USA (ideal), or buy it from non-Tariffed countries...
— Donald J. Trump (@realDonaldTrump) 12 de mayo de 2019
Ante esta escalada de impuestos arancelarios cabe preguntarse si el consumidor se enfrenta a un aumento directo de los precios de los bienes de consumo o si son las empresas las que lo absorberán, a pesar de que Trump asegura que es China la que paga la guerra.
Los expertos consideran que habrá un paulatino incremento de los precios que pagará el consumidor. En el improbable caso de que fueran las empresas las que absorban los aranceles, afectará igual al consumidor a través de un aumento del paro o menores salarios.
Y es que gigantes como Apple tienen la mayoría de sus cadenas de montaje en China, como ocurre con Tesla, que fabrica aquí uno de los componentes más importantes de sus coches: la unidad de control del Autopilot 3.0. Pero también General Motors, Nissan, Fiat Chrysler, BMW... multitud de fabricantes usan componentes importados de China, el mercado automotriz más importante del mundo.