Finalmente, el gobierno de Biden no ha hecho caso a la EPA, la agencia federal estadounidense del medioambiente, y ha anunciado nuevas normas anticontaminación para los coches nuevos más suaves que las que recomendaba inicialmente la EPA.
Aun así, el límite de emisiones propuesto es tan drástico que obligará a los fabricantes a dar el salto a la electrificación masiva a marchas forzadas. Un límite que relega nuestra Euro 7 al rango de chiste si se quieren reducir las emisiones de CO₂.
La EPA proponía inicialmente una media de emisiones tan dura que los fabricantes tendrían que producir un 60% de coches eléctricos en 2030 y un 67% en 2032, cuando en 2022 sólo se vendieron un 5,8% de vehículos eléctricos en Estados Unidos. Finalmente, la nueva norma propone reducciones del 50% y del 44 %, respectivamente.
En 2032 el consumo medio de una marca deberá ser inferior a 2 l/100 km
Esto significa que si la normativa propuesta es finalmente adoptada, la media de gases de efecto invernadero de los turismos disminuirá de 139 gramos de CO₂ por milla en 2027 a sólo 73 gramos en cuestión de seis años.
Esto significa que la media de emisiones tendría que pasar de 86 g/km a tan sólo 45,3 g/km de CO₂. Y 45,3 g/km de CO₂ equivalen a un consumo de 1,92 l/100 km. No hay Ford F-150, GMC Sierra o Cadillac Escalade que pueda lograr un consumo de menos de 2 l/100 km sin recurrir a una batería y un motor eléctrico.
Recordemos que se trata de una media de emisiones de la flota de un fabricante, como en Europa. Eso no significa que se tenga que dejar de fabricar un Ford Mustang V8, por ejemplo, pero en cambio Ford tendrá que inundar el mercado de SUV eléctricos y PHEV de gran autonomía para cumplir con la media.
Así, sin realmente prohibir el coche gasolina, esta nueva norma hará que circulen más coches híbridos y eléctricos “para reducir la contaminación y mejorar la salud pública”. También se presenta como un incentivo para que la industria del automóvil estadounidense dé prioridad a las “innovaciones más respetuosas con el medio ambiente”.
De este modo, se obligaría a la industria local a no dormirse sobre sus laureles como ha ya ha ocurrido en el pasado, con las primeras crisis del petróleo, en la década de los 70 y 80 del siglo pasado, que pilló a la industria estadounidense con el paso cambiado y propició el auge de la marcas japonesas, o a finales de los años 90, donde las marcas europeas y niponas lideraron la innovación.
En este caso, se avecinan cambios drásticos en la industria. Aún no está claro que el coche eléctrico se imponga, y menos aún el hidrógeno o los e-fuels, pero está claro que quedarse en una suerte de estatus quo equivale a ir para atrás. Así, sin obligar a los fabricantes a apostar por una única tecnología se les permite explorar otras vías para descarbonizar su flota, y se les da la oportunidad de ser innovadores.
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