Así hemos vivido la huelga del taxi en Madrid desde el asiento de un Uber
Desde el pasado lunes, los taxistas de Madrid están en huelga indefinida, tal y como venían haciendo sus colegas de Barcelona, para protestar contra las VTC. Lo han hecho provocando situaciones incómodas para los ciudadanos, con cortes de tráfico y manifestaciones como forma de presión hacia el gobierno. El jueves, desde el asiento trasero de un Uber, como si de una trinchera se tratase, vivimos en primera persona la huelga del taxi en Madrid y el miedo que sufren los conductores de VTC no solo estos días.
Porque, independientemente del derecho a manifestarse y a protestar, no debemos olvidar que los ciudadanos y usuarios, también tienen derecho a desplazarse, o así debería ser pese a los intentos de coartar las libertades individuales con cortes de tráfico como los que ha sufrido la carretera de circunvalación M-40 esta semana en varias ocasiones.
Alternativas al taxi hay muchas, y entre ellas están las VTC, contra quienes se ha convocado esta huelga. Los VTC siguen operando estos días, y hemos recurrido a uno de ellos para desplazarnos por Madrid. Y no ha sido precisamente una experiencia agradable.
¿Por qué un VTC?
El pasado jueves llegué a la estación de Atocha desde Valencia, donde se había celebrado la presentación del nuevo Porsche 911 992, del que os contaré todos los detalles en solo unas horas.
Mi domicilio está en un área de Madrid no especialmente bien comunicada, ya que no hay ninguna estación de metro cercana, y las líneas de autobús en comunicación sencilla con Atocha son inexistentes.
Por eso, tras comprobar que no había disponible ningún coche de alguna de las compañías de carsharing que operan en Madrid, comencé a buscar otras opciones para llegar a mi casa en el mínimo tiempo posible.
Abrí en mi smartphone la aplicación de Uber y rápidamente, tras introducir el destino, me mostró disponibilidad de coches y estimó que el trayecto tendría un coste de entre 9 y 11 euros, más o menos lo mismo que costaría un taxi.
Decido solicitar el servicio, y veo en el mapa de la aplicación cómo comienza a venir un coche, el de Eugenio, que se encontraba teóricamente a 9 minutos de Atocha. Uber tiene fijado el punto de encuentro para sus viajeros en el Hotel Only You de Atocha, situado justo enfrente de la entrada y salida principal de la estación, y más o menos voy a tardar 5 minutos en llegar allí.
Tras recorrer los infinitos andenes y pasillos, salgo de la estación y paso por delante de la parada de taxis. Apenas dos están allí aparcados, teóricamente para cumplir con los servicios mínimos para pasajeros con problemas de movilidad o niños pequeños, entre otros.
Mientras, en la aplicación de Uber voy viendo cómo mi conductor avanza en dirección a Atocha. Todo en orden. Cruzo la calle que nos separa del punto de recogida. Cuando llego allí, son decenas las personas que están con el teléfono en la mano tratando de localizar a sus VTC, algo no muy sencillo ya que la mayor parte de los coches que trabajan en ese servicio son de modelos similares y de color negro. Por eso algunos taxistas se refieren a ellos como “las cucarachas”.
El flujo de coches VTC es incesante, y provoca varias situaciones incómodas para el resto de conductores, ya que son tantos los coches que llegan allí que muchos VTC tienen que recoger a los usuarios en doble e incluso en triple fila, algo inaceptable.
Escucho gritos y un tumulto mientras espero la llegada de mi coche. Me acerco a ver qué ocurre y me encuentro con un grupo de cinco hombres y una mujer, ella con chaleco reflectante, que increpan a los VTC que se acercan hasta allí a recoger a pasajeros.
Los protestantes insultan acaloradamente a un conductor de un VTC que se acerca a recoger a tres clientes. Uno de ellos reprocha a los que les gritan, y la situación se pone tensa cuando uno de los presuntos taxistas saca el móvil y empieza a grabar a escasos centímetros de sus caras a los clientes que están subiendo al VTC, tal vez como medida de presión poco ingeniosa.
Ante la situación de tensión, y viendo que el tiempo estimado de llegada de mi conductor se ha incrementado, decido llamarle por teléfono para decirle que me voy a ir un poco más hacia arriba por la calle Alfonso XII, hasta un punto cercano donde me podría recoger sin problemas y con más seguridad.
Espero tres minutos más y veo acercarse a Eugenio en su Fiat Tipo de color negro. Lo reconozco porque la aplicación de Uber me da la matrícula del coche, que por cierto es ya de color azul.
Subo en la parte trasera del coche con mi maleta de mano y la apoyo en el asiento. No quiero que Eugenio se baje y meterla en el maletero, quiero irme de allí lo más rápido posible para evitar problemas con los que están protestando.
“Si quiere paramos un poco más adelante y metemos la maleta en el maletero”, es lo primero que me dice Eugenio nada más montar en el coche. “No pasa nada, vámonos de aquí”, le digo.
“Le pido disculpas por la demora, he tenido que hacer más recorrido del previsto para dejar al anterior cliente en la estación de Atocha con seguridad, porque estaban los taxistas liándola”, se excusa. “Como no podía parar delante de la estación, me he tenido que ir hacia el aparcamiento y dejarlo allí, aunque me dio algo de miedo porque no había nadie”.
Le digo que comprendo la situación y me responde al momento: “Está tensa la cosa, al final vamos a tener que dejar el trabajo, porque esto es insoportable. Entre el estrés habitual de conducir por Madrid y las amenazas de estos días de los taxistas, es difícil seguir en esto”. Así me lo cuenta este joven del sur de Madrid que solo lleva trabajando dos meses como conductor de un coche Uber.
Seguimos charlando y le pregunto si le importa que grabe la conversación para usarla como entrevista, ya que soy periodista. “No, no me importa, pero no digas mi nombre real, por si acaso”.
Conductor de Uber a sueldo
Lo primero que le pregunto es si el coche y la licencia VTC son suyos. “No, yo soy empleado de una empresa que tiene varios coches. Solemos trabajar en Uber, pero también hemos hecho servicios puntuales para hoteles que en una fecha determinada necesitan coches”, me explica.
Sabiendo que se trata de un empleado por cuenta ajena, le pregunto si le importaría contarme cuáles son sus condiciones. “Yo cobro un fijo de 1.190 euros al mes por trabajar 12 horas al día de miércoles a domingo. Además tenemos bonus si los clientes nos califican con cinco estrellas y ponen buenas reseñas sobre nosotros”, me explica.
“Los bonus pueden ser anuales, y están en torno a 1.000 euros, o mensuales en torno a 150 euros, y es una motivación extra”, detalla, tratando de hacerme ver que él se esfuerza mucho por conseguir esa valoración.
“Con mi trabajo la empresa factura en torno a 2.800 euros al mes, pero a eso hay que restarle el valor y el mantenimiento del coche. Este es de gas, y consume casi 30 o 40 euros diarios, por lo que el margen que le queda a la empresa no es muy grande”, matiza.
Mucha demanda en un día complicado para trabajar
Eugenio continúa explicándome que “hoy hay muchísima demanda. Venía con un cliente cuando acepté ir a recogerle a usted, y en cuanto le deje ya tengo otro esperando”, y yo le respondo que es normal, al no haber servicio de taxis.
“Hay mucha gente que está usando Uber por primera vez ahora”, sigue contando, y ejemplifica: “Ayer, una mujer mayor me dijo que había montado en Uber con su hija, pero que nunca había solicitado uno, y que ahora se había bajado la aplicación para probarla, porque ella solía moverse en taxi. Se quedó tan contenta que me dijo que no iba a volver a coger un taxi”, añade.
Le pregunto por posibles incidentes con los taxistas, y automáticamente me empieza a contar: “Ayer y hoy han sido los días más tranquilos, estamos trabajando súper bien en general. Pero desde el primer día me han hecho putadas”.
Y aquí, Eugenio se desata: “Las más habituales son pitarnos, cerrarnos el paso, meterse en nuestro carril, hacernos esperar para hacer un giro a la derecha cuando hay que atravesar el carril taxi bus…”.
“Otras son más graves. Un día iba camino de donde vamos a cargar gas a Arganda en la A-3. Vamos allí porque también van otros VTC y así es más seguro, porque en las gasolineras de por aquí siempre hay taxistas. Iba a 110 km/h por la autovía y de repente me pasó un taxi por la izquierda pitándome y haciendo volantazos. Me eché hacia la derecha y apareció otro taxi igual, pitando y cerrándome. Me puse nervioso, perdí el control del coche que empezó a dar bandazos y casi tengo un accidente. Intenté ver las matrículas para denunciarlos, pero se fueron a más de 160 km/h”, me cuenta de forma detallada, asegurando que ese es el incidente más grave que ha vivido.
Suerte, Eugenio
Llegamos a nuestro destino y solo puedo desearle suerte a Eugenio, que se dirige a recoger a otro cliente cerca del Estadio Santiago Bernabeu y acaba de recibir un aviso para que vaya con cuidado, ya que hay previstos piquetes de taxistas coincidiendo con que ese día juega el Real Madrid.
Nadie debe vivir este tipo de situaciones tan incómodas y en ocasiones peligrosas por el simple hecho de querer ejercer su derecho al trabajo libre. Pero claro, esto es “la guerra del taxi” y en las guerras, se toman muchas decisiones erróneas, comenzando por la misma definición de la lucha.