Mientras que la Comisión de Transporte de la Unión Europea descartó en 2023 limitar el uso de jets privados, los informes sobre emisiones de CO₂ tratan de llamar la atención sobre este gran problema. El sector turístico genera alrededor de una décima parte de las emisiones de gases de efecto invernadero; una situación que se está agravando con el incremento de la demanda turística que se ha vivido este pasado verano (además del uso indiscriminado de aviones privados hasta para ir a defender el planeta).
Para abordar esta situación, un operador turístico llamado Intrepid Travel ha propuesto, tras un estudio encargado a la consultora The Future Laboratory, crear un pasaporte de emisiones de carbono que limitaría los viajes en avión que hacemos al año.
Qué es el pasaporte de carbono
Se trata de un documento de viaje que acredita la cantidad de carbono que cada viajero ha emitido a lo largo del año en base a sus vuelos, por lo que de excederse, esa persona no podría viajar hasta el año siguiente.
Una propuesta que podría, dicen, ponerse en marcha en 2040 y que trata de limitar las emisiones de carbono individuales a 2,3 toneladas por año; el equivalente a hacer un viaje en avión Brasil-Riad ida y vuelta. Esto supondría un límite de viajes de alrededor de 22.000 km al año; una cifra que no es del todo descabellada pero que ya nos impediría hacer un viaje Madrid-Nueva Zelanda por ejemplo, más aún teniendo en cuenta las escalas.
Para ponernos en contexto, a nivel mundial, la huella de carbono anual promedio de una persona se acerca a las 4 toneladas, por lo que este pasaporte de carbono persigue reducir la huella a la mitad.
La Agencia Europea del Medio Ambiente calcula que las emisiones en avión suponen 285 g/CO₂ por pasajero y kilómetro. Para los jets privados es aún peor: son de cinco a 14 veces más contaminantes que los aviones comerciales por pasajero, calcula la ONG Transport & Environment, y 50 veces más contaminantes que los trenes. Pero aquí Bruselas no se ha atrevido a meter mano.
Los problemas que plantea esta medida
Volvemos de nuevo a tratar de poner parches a un problema de tales dimensiones dejando varios elementos a un lado: por una parte, la contaminación que provocan los aviones privados. Es decir, la población rica. Un estudio de Oxfam refleja que en 2019 el 1% más rico (77 millones de personas) fue responsable del 16% de las emisiones de consumo global. Más que todas las emisiones de automóviles y transporte por carretera.
El 10% más rico representó la mitad de las emisiones. Y de hecho, rezan los datos, "se necesitarían aproximadamente 1.500 años para que alguien del 99 % inferior produzca tanto carbono como lo hacen los multimillonarios más ricos en un año".
Por otra nos encontramos con que este pasaporte no tiene en cuenta las emisiones por tráfico rodado, y debería. Y es que volar produce alrededor del 2,8% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, pero el transporte por carretera produce el 18% de las emisiones globales de CO₂. Así, para que este pasaporte fuera realmente eficaz a la hora de frenar el aumento de temperaturas globales, debería tener también en cuenta los viajes en vehículo privado. Algo demasiado difícil de cuantificar y controlar.
Según recuerdan en The Conversation, este pasaporte de carbono no es nuevo. Un concepto similar (llamado “comercio personal de carbono”) se discutió en la Cámara de los Comunes en 2008, antes de ser cerrado debido a su complejidad percibida y la posibilidad de resistencia pública. Aquí nos damos de bruces con otro problema: regular sobre la libertad individual.
Y a ver quién se atreve a meter mano ahí. Sin mencionar las presiones que habría por parte de la industria de la aviación comercial.