A principios de los años 70, Arturo viajaba con su moto de pueblo en pueblo para demostrar la genialidad de su invento. Cuando tenía a un coro de curiosos a su alrededor en la plaza del pueblo se plantaba al lado de su moto y bebía agua de un botijo.
Acto seguido vertía el contenido de ese mismo botijo en el depósito de su moto y la arrancaba. Frente a una multitud estupefacta, Arturo acababa de demostrar la viabilidad del motor de agua.
La estrategia de marketing de Arturo Estévez Varela, el inventor español del motor de agua, era muy similar a la de los que vendían remedios de toda clase en el lejano Oeste americano del siglo XIX. La mayoría eran charlatanes, obviamente.
La invención de Arturo Estévez Varela no tardó en llamar la atención de los medios de comunicación de la época que se hicieron eco del genial descubrimiento de este inventor extremeño.
Si es demasiado bueno para ser verdad, es que probablemente no lo sea
Con sólo 4 litros de agua, Arturo aseguraba que se podían conseguir 900 km de autonomía. Aquello no era un invento, sino una maravilla. El mundo todavía no había conocido su primera crisis del petróleo, pero aún así era visto como un invento formidable que podría haber dado la independencia energética a España. Vamos, que prometía el oro y el moro. Y a Juan II de Castilla, de paso.
Llamó también la atención del Estado. Y Arturo, de subir la apuesta en 1971: "De mi patente, la licencia para España la cedo gratuitamente al Estado para beneficio de todos los españoles”. Eso sí era un patriota.
Desde el Estado se encargó un informe científico a la Escuela de Ingenieros para que examinaran la pertinencia de esa patente y si se podía realmente sacar algún provecho de ello. Obviamente, el resultado fue inequívoco: todo era una farsa. Que un motor pudiese funcionar simplemente con agua quebrantaba la primera y la segunda ley de la termodinámica. O todos los físicos del mundo estaban equivocados o aquello no podía funcionar.
El motor de hidrógeno español
El llamado motor de agua era en realidad un motor de hidrógeno que funcionaba mezclando agua y un elemento adicional que Arturo decía haber inventado. En la práctica, el invento era el de un motor de hidrógeno con boro, aseguraban los expertos de la época.
El hidrógeno se generaba usando boro, un elemento químico que reacciona al contacto con el agua generando hidrógeno en una reacción exotérmica. Puede incluso inflamarse debido a las altas temperaturas a la que se realiza la transformación. Y el hidrógeno generado es el combustible con el que Arturo conseguía arrancar y circular con su moto tras echar agua en el depósito.
Podría parecer así que el invento de Arturo es realmente interesante y que sólo una mano negra, financiada por las petroleras, terminó relegando al olvido esta invención. Arturo vendió la mitad de los derechos de utilización de su motor al empresario José Carrera Rey. Pero Arturo nunca entregó ese motor ni volvió a comunicarse con él y terminaría todo en una demanda.
El motor no lo iba a entregar porque la realidad es que generar hidrógeno mezclando agua con boro no es nada eficiente y menos aún rentable.
Como bien recuerdan en ‘La mentira está ahí fuera’, “se necesitan 45 litros de agua y 19 kg de boro para producir 5 kg de hidrógeno que proporcionarían una autonomía semejante a la de un tanque de 40 litros de gasolina o gasoil”. Actualmente, los 100 gramos de boro para uso industrial cuestan 400 dólares (unos 370 euros), es decir, unos 4.000 dólares el kilo. El precio de esos 19 kilos de boro ronda actualmente los 76.000$ (unos 70.000€) mientras que los 40 litros de gasóleo cuestan hoy en España unos 60 euros.
También existe la teoría que en lugar de boro usaba ferrosilicio, una aleación de la cual España era una gran productora y con un coste muy inferior al del boro, ronda actualmente los 6.500 dólares la tonelada. Sin embargo, su dista mucho de ser un metal ecológico. El ferrosilicio se produce por reducción de sílice o arena con coque en presencia de hierro.
Sea cual sea el método utilizado para extraer el hidrógeno del agua, siempre requiere mucha más energía de la que se obtiene al final. Y el que se produce en la actualidad no es precisamente limpio, además.
El interés actualmente dado por muchas potencias industriales a la producción de hidrógeno vía electrólisis es por la posibilidad que se tiene de obtenerlo usando fuentes de energía renovables en un intento de alcanzar en un futuro una hipotética independencia energética. No es por su eficiencia ni por su bajo coste. De hecho, todavía existen serias dudas sobre su viabilidad económica.
En cuanto al bueno de Arturo Estévez Varela, la realidad es que, más allá de ese supuesto invento, sí era un inventor de cierto éxito. Logró vender 73 patentes, “siendo la que más dinero le generó la de un arrancador automático para tubos fluorescentes, en 1951, que le valió 370.000 pesetas”, recuerdan en el ABC.