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Neumáticos, amortiguadores y frenos: el 'triángulo' fundamental de la seguridad activa

Cuando hablamos de seguridad activa en un automóvil nos referimos a esos elementos o sistemas cuya finalidad es evitar, o bien reducir la posibilidad, de que se produzca un accidente. No se deben confundir estos con los elementos o sistemas de seguridad pasiva, cuya finalidad viene cuando se produce el accidente, y buscan entonces proteger a los ocupantes del vehículo y reducir los daños y lesiones que sufrirán consecuencia del mismo.

Dentro de los múltiples elementos o sistemas de seguridad activa, y aunque los coches actuales lleven cada vez más sistemas apoyados por la electrónica, hay tres que son fundamentales e imprescindibles, que suelen conocerse como el triángulo de la seguridad activa. Estos son los neumáticos, los amortiguadores y los frenos.

Estos tres sistemas están estrechamente relacionados entres sí, de tal manera que el mal funcionamiento de uno de ellos también afecta al funcionamiento de los otros, pero es que además están estrechamente relacionados con cualquier otro sistema de seguridad activa del vehículo.

Fíjate si son importantes: puedes tener un coche nuevo, puedes tener un coche estupendo, grande, caro y lujoso, puedes tener un coche con ABS (antibloqueo de frenos), con ESP (control de estabilidad), con un sistema de mantenimiento de la distancia de seguridad o hasta con un sistema de frenado autónomo... con cualquiera de los últimos y más modernos sistemas de seguridad, pero si fallan los neumáticos, los amortiguadores o los frenos, la eficacia de todo eso se verá reducida (porque aunque el coche sea capaz de frenar solo, si frena mal por unos frenos en mal estado, de poco servirá).

Neumáticos

Los neumáticos son el único elemento del que dispone nuestro vehículo para estar en contacto con el suelo. De ellos depende la adherencia y fricción que tendrá nuestro vehículo con el pavimento. El vehículo se apoya en el firme con ellos, consigue traccionar y avanzar sobre el suelo gracias a ellos, permiten el guiado y la direccionabilidad, en recta y en curva. De ellos depende la capacidad de frenado y deben responder en condiciones variables, sobre suelo seco o sobre suelo mojado, con calor o con frío.

Si el neumático está demasiado desgastado, si presenta daños, o si está muy deteriorado por el paso del tiempo, sus prestaciones se ven seriamente reducidas: el vehículo no se agarra igual sobre el suelo, es más fácil que patine o derrape, perdiendo la trayectoria, la distancia de frenado aumenta, más aún sobre suelo mojado, y aumenta la posibilidad de sufrir un reventón inesperado.

Para que nos hagamos una idea: un vehículo con los neumáticos desgastados puede necesitar entre el doble y el triple de distancia para frenar sobre suelo mojado.

Es vital revisar al menos una vez al mes la presión de inflado de los neumáticos, para llevarla correcta (por ejemplo, con menos presión se frena peor), y de paso revisar también la profundidad y estado del dibujo de la banda de rodadura. El límite legal de profundidad más allá del cual no se debe seguir utilizando un neumático es de 1,6 mm. En caso de duda puedes acudir a un especialista en neumáticos para que los inspeccione y revise.

Amortiguadores

Los amortiguadores son elementos que se asocian a la comodidad del vehículo, pero sin embargo son también elementos fundamentales de la seguridad activa. Su función es controlar y reducir los movimientos que va a experimentar el vehículo al pasar por encima de irregularidades y baches.

Al ir el amortiguador unido a la rueda en verdad son los movimientos de esta los que se controlan: la oscilación hacia arriba y hacia abajo, y los rebotes que podrían surgir, al pasar por esas irregularidades y baches. El amortiguador consigue que la rueda esté en contacto con el suelo, para así tener la adherencia y agarre imprescindibles, en lugar de ir rebotando y dando pequeños saltos que la separarían, aunque fueran pequeños instantes, del suelo.

Además ayudan a contener los movimientos de la carrocería en las transferencias de masa que se producen al frenar o acelerar (el cabeceo de la carrocería), y en los apoyos que se producen al tomar una curva (el balanceo de la carrocería), colaborando en el mantenimiento de la estabilidad del vehículo.

Aunque los neumáticos estén perfectos, sean nuevos y de la mejor calidad, si los amortiguadores están gastados y ya no realizan su función, tampoco realizarán adecuadamente la suya los neumáticos: cuando la rueda no está en contacto con el suelo no tenemos adherencia, no tenemos tracción, no tenemos direccionabilidad y tampoco tenemos capacidad de frenado. Un vehículo con amortiguadores gastados necesita más metros para frenar.

En general, conviene revisar el estado de los amortiguadores por un especialista cada 20 o 30.000 km, dos años como mucho.

Frenos

La relevancia de los frenos puede que sea más fácil e inmediata de ver: de ellos depende directamente la capacidad de frenado del vehículo, es decir, la capacidad de deceleración, o en otras palabras, de reducir la velocidad a voluntad del conductor. Debemos tener presente que el desgaste de los frenos suele ser también progresivo, como pasa también con los neumáticos y con los frenos: vamos a ir perdiendo capacidad de frenado poco a poco, pero podemos notar ciertos síntomas.

Hay que prestar atención a varios elementos: a las pastillas (o zapatas en los frenos de tambor), que se irán gastando, a los discos, que también se gastan y pierden sección, y al líquido de frenos, que se deteriora con los años.

Las pastillas, además de gastarse, pueden sufrir cristalización por un exceso de temperatura, que puede producirse, por ejemplo, cuando se ha abusado del uso de los frenos o cuando se ha realizado una frenada de emergencia súbita e intensa. La cristalización de las pastillas implica que la superficie se endurece y se reduce la fricción que la pastilla puede ejercer sobre el disco para producir el frenado. Como consecuencia, se frena peor y aumenta la distancia de frenado.

Cuando los discos se desgastan pueden acusar más fácilmente sobrecalentamiento, que hará que se agoten (fadding) y pierdan mordida o capacidad de frenado. Los discos también pueden sufrir daños que reducen su capacidad: alabeo por exceso de temperatura, rayado e incluso cristalización.

Por último, no es menos importante sustituir periódicamente el líquido de frenos, que también envejece con el paso del tiempo y del uso, sobre todo por su higroscopicidad (absorción de humedad), por la temperatura o por la entrada de aire al circuito.

Con un líquido de frenos viejo no se tiene la misma presión en el sistema de frenado y se reduce la fuerza que el sistema ejerce a la hora de que las pastillas de freno presionen sobre el disco. Si el problema es pequeño habrá que pisar con más fuerza el pedal del freno, pero si el problema es mayor veremos como el vehículo frena peor. El líquido de frenos suele necesitar ser sustituido cada dos años aproximadamente.

Recuerda: el mantenimiento del vehículo, y sobre todo de estos elementos fundamentales, no es un gasto, sino una inversión en seguridad.

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