Corrían los años 30. Al Capone era encarcelado por evasión de impuestos. Los científicos descubren un nuevo planeta, al que llamarían Plutón. Un tal Adolf Hitler gana sus primeras elecciones en Alemania... Todos ellos son acontecimientos históricos, lejanos, que se dieron en un mundo muy distinto al que conocemos hoy en día.
Sin embargo, era una época de grandes avances científicos, y la tecnología avanzaba a ritmo de vértigo espoleada por la carrera que mantenían países y empresas. Fue el caso de los motores de combustión interna, que parecían evolucionar demasiado rápido para su mundo. ¿Cómo era posible circular a velocidades similares a las actuales, en los coches y carreteras de hace casi un siglo?
Una crisis que sentó bien a la industria
La Gran Depresión de 1929 marcó la década de los años 30 en todos los sentidos, pero afectó principalmente a la economía y sobre todo a la capacidad adquisitiva de la clase media, aquella que se había lanzado a adquirir turismos en todo el mundo occidental. Las ventas de automóviles cayeron durante los primeros años de la década, resintiéndose especialmente en EE.UU., el gran mercado automovilístico de la época (el volumen de la industria se estancó por debajo de los 3 millones de turismos y poco más de 500.000 camiones).
Sin embargo, esto no fue un impedimento para que la tecnología se desarrollara al ritmo al que se habían acostumbrado en décadas anteriores. Muchas de las marcas pioneras en la creación del automóvil fueron desapareciendo, pero ello sirvió para que las que aguantaron se hicieran más fuertes y solventes, llegando algunas a sobrevivir hasta nuestros días.
Mejores motores gracias a la guerra
Buena parte de este fenómeno tiene que ver con la finalización de la I Guerra Mundial. Muchas empresas de la industria armamentística tuvieron que reconducir sus recursos a la creciente industria de la automoción, y aplicar su tecnología punta en el desarrollo de mejores automóviles. Los motores fueron uno de los elementos que más se beneficiaron de ello, pues los vehículos militares habían servido de excelentes prototipos durante la guerra (como lo son hoy los monoplazas de Fórmula 1).
Aunque la Gran Guerra había terminado hacía más de 10 años, la industria bélica seguía siendo un gran receptor de fondos para los fabricantes, pues en el tenso y convulso periodo de entreguerras, muchos gobiernos seguían financiando el desarrollo tecnológico de los motores al mismo nivel que el resto de la industria armamentística.
No era raro que ciertos modelos usaran motores que, casi literalmente, habían estado montados en vehículos militares e incluso aviones de combate. Con ellos, estos automóviles podían alcanzar velocidades muy similares a las que hoy alcanzamos en autopista. Algunos modelos de los años 20 ya alcanzaban las 55 mph (algo menos de 90 km/h); de hecho el primer vehículo en alcanzar las 200 mph (321 km/h) data de 1927. Los consumidores, ávidos de velocidad y de lanzarse a las largas interestatales americanas o las recientísimas _autobahn_ alemanas, recibieron con los brazos abiertos estos avances.
La seguridad de los vehículos, un concepto aún en pañales
Así, la industria se preocupaba de lograr vehículos cada vez más rápidos, pero se olvidaba del resto de aspectos. La mayoría de modelos aún montaban delgadísimos neumáticos de apenas dos años de duración, antiguas suspensiones de ballesta, frenos de tambor mecánicos, peligrosas columnas de dirección rígidas y tableros de acero, además de carecer de medidas de seguridad básicas como el cinturón o las lunas de seguridad. Todo ello circulando por sucios caminos de tierra o resbaladizas carreteras empedradas.
La seguridad vial era un concepto aún muy en pañales, y apenas consistía en imponer límites de velocidad dentro de los pueblos y ciudades de entre 10 y 30 mph (aproximadamente entre 16 y 48 km/h). Fuera de los espacios urbanos, en cambio, el límite lo ponía la propia capacidad de los vehículos, aunque países como España sí contemplaban restricciones para autobuses y camiones, pero no para otros vehículos. Sólo en Alemania, ya en 1939, se impondría un límite general de 80 km/h en carreteras interurbanas, pero por motivos bien distintos: ahorrar combustible ante el inicio de la guerra.
Fabricantes que cambiaron la mentalidad de la automoción
Más concienciados eran países como Japón. El país del sol naciente había experimentado un enorme incremento de accidentes de tráfico como consecuencia del rápido crecimiento económico vivido en aquellos años. Es lo que llegó a llamarse la “Guerra del Tráfico”, ya que el número anual de víctimas por accidentes de tráfico superaba la media anual de víctimas durante la primera Guerra Chino-Japonesa de 1894. Todo ello se tradujo en límites de velocidad más restrictivas que los países occidentales, estando actualmente en 40 km/h para vías urbanas, 60 km/h para interurbanas y 100 km/h para autovías.
Esta diferencia de mentalidad también se vio reflejada en sus automóviles. Por ejemplo, Japón vio nacer en los años 30 al fabricante Toyota, primero como división de la empresa familiar Toyoda en 1933 y luego como empresa independiente en 1937. Con su primer prototipo, el Toyota A1, y el primero modelo a la venta, el Toyota AA, el fabricante nipón quiso aunar en un solo vehículo todas las innovaciones que estaban viendo la luz en el mundo de la automoción.
El primer Toyota, un modelo lleno de innovaciones
Tanto en el A1, presentado en 1935, como en el AA, lanzado al mercado en 1936, podemos encontrar un sedán cuatro puertas con novedades de la época como el equilibrio de peso entre las ruedas, que dotaba de mayor confort y seguridad a los ocupantes traseros, o el parabrisas dividido, que ofrecía al conductor una amplia visión dominante sobre el largo capó. Se pensó incluso en el sonido del claxon, diseñado igual que los silbatos de los vendedores de tofu para no espantar a los aún frecuentes caballos.
Sabiendo que el único ejemplar del Toyota AA que queda (la mayoría se perdieron durante la II Guerra Mundial) aún arrancaba cuando fue encontrado en 2008 en una granja de Siberia, da una idea de la fiabilidad del motor de 3.3 litros y 6 cilindros que quiso montar Toyota en aquel primer modelo, y con el que se alcanzaba la friolera de 110 km/h.
El Toyota AA y otros modelos marcarían durante esa década un punto de inflexión en la historia de la automoción, donde empezaron a verse construcciones más sólidas, prestaciones más seguras y acabados más lujosos. Y en definitiva diseños más coherentes con el desarrollo que estaba viviendo la industria del automóvil, y que aún conocería un nuevo impulso tras la finalización de la II Guerra Mundial.
Imágenes | Wikipedia/Acrestreet, Wikipedia/Unbekannt, Wikipedia/Nasa, Flickr/InfrogmationNewOrleans, Wikipedia/Morio, Toyota