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ABS, VSC y TRC, juntos por el control del vehículo

Afortunadamente, cada vez es más frecuente que los coches estén equipados con sistemas de seguridad activa como el ABS o sistema antibloqueo de ruedas, el VSC o control de estabilidad y el TRC o control de tracción. Sin embargo, no todo el mundo tiene claro cómo funcionan estos sistemas y, sobre todo, qué debe hacer el conductor para sacarles todo el partido cuando entran en funcionamiento.

De hecho, una respuesta inapropiada del conductor cuando estos sistemas entran en acción pueden llevarlo a tener un susto o a que el coche simplemente no se mueva del sitio. Por eso, hoy vamos a darles un repaso a estos tres sistemas, que comparten tanto parte de la arquitectura como un objetivo final: mantener el control sobre el vehículo.

ABS, la frenada sin pérdida de adherencia

Quizá el ABS sea el sistema más conocido de los tres, ya que fue el primero en aparecer y hoy en día la mayoría de los turismos que salen de fábrica lo incorporan. Su funcionamiento es posible gracias a las mediciones de unos sensores de giro instalados en las ruedas del vehículo, una centralita electrónica y unos actuadores situados en los frenos.

Cuando el conductor frena de forma enérgica, los sensores de giro detectan el momento en que las ruedas están a punto de bloquearse. Un bloqueo de ruedas supondría que el vehículo perdiera adherencia y patinara sobre el terreno de forma rectilínea, así que para evitarlo la centralita del ABS reduce la presión de frenado durante un instante, lo justo para que las ruedas conserven la adherencia, lo que permitirá que el vehículo pierda velocidad a la vez que mantiene la capacidad de variar su trayectoria cuando el conductor gira el volante.

¿Cuál es el papel del conductor en una frenada cuando entra en acción el ABS? Sencillamente, seguir frenando mientras sea necesario de acuerdo con las circunstancias, pese a las vibraciones que se noten en el pedal del freno y que son producto de la acción del sistema antibloqueo.

VSC, estabilidad durante el giro

El control de estabilidad garantiza que la trayectoria del vehículo se corresponde con la trayectoria marcada por el conductor con el volante. En determinados giros bruscos y a elevada velocidad o con pavimento deslizante, un automóvil puede derrapar. La función del VSC es devolver la estabilidad al vehículo.

La centralita del control de estabilidad obtiene datos sobre la velocidad del vehículo, el grado de giro que le demanda el conductor y el grado de giro real que traza el vehículo a un ritmo de 25 veces por segundo. Si en un momento determinado los datos de giro deseado y giro trazado no cuadran, la centralita controla la respuesta del motor y actúa sobre parte del circuito del ABS frenando selectivamente las ruedas necesarias para reorientar el vehículo, de forma parecida a como gira un carro de combate del ejército.

En cualquier caso, el conductor debe decir claramente con el volante hacia dónde quiere que vaya el vehículo, y el VSC se encargará de realizar las oportunas rectificaciones de trayectoria.

TRC, siempre en contacto con el suelo

El control de tracción se encarga de garantizar la mejor transferencia posible de potencia al suelo cuando hay baja adherencia. De esta forma, además de conseguir recuperar la adherencia se ahorra combustible y se alarga la vida de los elementos de la transmisión y también de los neumáticos.

Cuando los sensores de giro detectan una pérdida de tracción en alguna de las ruedas motrices, el TRC reduce la potencia del motor hasta que se restablece la adherencia. Este sistema resulta crucial para los vehículos todoterreno, pero también para cualquier coche que se encuentre en una situación de pérdida de adherencia parcial.

¿Cuál es el papel del conductor en estos casos? Mantener el pedal del acelerador firme y a media carga aunque no note una respuesta inmediata del vehículo, ya que el sistema se encarga de traccionar todo cuanto sea posible. Dicho de otra manera, si el coche no se mueve más rápido es porque no resulta seguro.

Tres cuestiones comunes a los tres sistemas

Hoy por hoy, y de hecho cada vez más, los coches son una red de ordenadores sobre ruedas. Por eso, el conductor debe decirles claramente y sin rodeos qué quiere hacer en cada momento. Quizá el mejor ejemplo lo tenemos en el ABS: si vamos a chocar contra un muro, frenamos a fondo, el pedal vibra y lo soltamos... evidentemente el coche deja de frenar, así que chocaremos contra el muro. ¿No habíamos dicho que queríamos frenar?

Por muy dotado que esté de sistemas de seguridad, un vehículo faltado de cariño, entendido el cariño como mantenimiento, no reaccionará como desearíamos si en un momento dado le pedimos que actúe. Los sistemas que tienen que ver con las ruedas son especialmente sensibles al estado de los neumáticos, así que de nada servirá que tengamos ABS, VSC, TRC y cuantas siglas más queramos añadir a la colección si no controlamos la presión de los neumáticos o su estado de conservación y desgaste.

Todos los sistemas tienen su límite, y ese no es otro que el que marca la Física. Por lo tanto, el principal sistema de seguridad activa del vehículo debe ir incorporado en el cerebro del conductor, y se llama sentido común. Dicen los expertos en seguridad vial que el mejor freno es aquel que no hace falta tocar. De hecho, la conducción de coches híbridos está muy emparentada con la conducción eficiente, y esta con la conducción preventiva. No es por casualidad.

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