Apodado Fiat Mefistofele por sus características brutales y su sonido atronador, este bólido peculiar de 1924 es un coche único en el mundo fabricado a partir de un Fiat SB4 Corsa de 1908, con motor de avión y parte de la carrocería de un autobús londinense. Tiene 350 CV de potencia y desde 1924 detenta el récord mundial de velocidad en carreteras abiertas.
Un monstruo con 350 CV que nació en 1924
El avance tecnológico en el sector del automóvil es imparable y los coches implementan cada vez más sistemas que se mueven hacia la inteligencia artificial e incluso los servicios conectados. Hace un siglo estas tecnologías se verían más propias de las películas de ciencia ficción, y los avances más punteros eran cosa de visionarios apasionados del motor que pasaban la mayor parte de su tiempo manchándose las manos de grasa en el garaje.
En la década de los “dorados años 20” del siglo pasado, muchos jóvenes de familias nobles, con sed de gloria y aventura vieron en tecnologías novedosas como las del automóvil o la aviación un campo perfecto para experimentar con la velocidad y tratar de inscribir su nombre en la historia. Uno de ellos fue el londinense Ernest Eldridge, creador del Fiat Mefistofele, con el que logró batir varios récords mundiales en 1924.
Eldridge nació en 1897 en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía londinense y, siendo muy joven, abandonó sus estudios para luchar en la Primera Guerra Mundial. En el conflicto tuvo su primer contacto con el automóvil como conductor de ambulancias.
Después del conflicto, Eldridge vivió con intensidad sus dos grandes pasiones: la aviación y los deportes del motor. Fruto de la unión entre ambas fabricó de manera artesanal un bólido descomunal para el que usó como base un Fiat SB4 Corsa de competición y que modificó con el motor de un avión también de origen Fiat: el A.1 de seis cilindros y 21.706 centímetros cúbicos. Su objetivo: establecer un récord de velocidad capaz de permanecer en el tiempo.
Este motor era muy apreciado en la época por pilotos de aviones de reconocimiento como los SIA 7B, los Fiat R2 o bombarderos como el Caproni Ca.44 pero encajar semejante mole en la parte frontal de un automóvil no iba a ser tarea fácil.
En el apartado mecánico, Eldridge modificó los cilindros para dotarlos de cuatro válvulas con bujías Magneti Marelli. Para la carrocería, utilizó los restos de un autobús londinense accidentado. Como resultado, creó un auténtico monstruo capaz de desarrollar 350 CV a 1.800 rpm (con una relación de compresión de 5:1) y que producía un sonido infernal: de ahí el apodo de “Mefistofele”, su diablo particular con el que pasó a la historia.
En aquella época, los “gentlemen drivers” como Eldridge no tenían a todo un elenco de ingenieros y diseñadores a su disposición trabajando para hallar la aleación más ligera o el coeficiente aerodinámico óptimo. En un alarde del “hágalo usted mismo” o “DIY” ahora tan de moda, los pilotos tenían que usar la creatividad en sus propios coches y visitar desguaces y chatarrerías para lograr un coche ganador después de muchas horas de ensayo y error.
De hecho, “Mefistofele” no fue el primer coche que salió del garaje de Eldridge, pues ya había desarrollado un automóvil en 1921 que fue capaz de alcanzar 150 km/h... algo que a todas luces no era suficiente para él.
“Mefistofele” pronto llamó la atención y Delage, una marca especializada en coches de carreras cuyo piloto estrella era René Thomas (varias veces campeón de las 500 Millas de Indianápolis), lo retaron a un duelo para batir el récord del mundo de velocidad.
Thomas contaba con el Delage V12 apodado “La Torpille” (El “Torpedo”), de 350 CV y la cita se fijó en la Route Nationale 20, cerca de Arpajon (Francia) el 5 de julio de 1924. Eldridge recogió el guante y tras unos ajustes, con su Mefistofele alcanzó los 230,55 km/h: récord mundial.
Sin embargo, Delage y Thomas reclamaron con éxito: el vehículo de Eldridge no tenía marcha atrás, que era requisito indispensable para homologar la plusmarca. Al día siguiente, ellos batirían el récord, con 230,63 km/h.
Mientras, Eldridge, con la ayuda de un herrero local, logró incorporar un dispositivo de marcha atrás para su bólido. Con esta modificación, volvió a la carretera el 12 de julio y saboreó su revancha alcanzando los 234,98 km/h: una cifra que le hizo alcanzar su principal objetivo y entrar en la historia.
El suyo fue el último récord de velocidad batido en carretera abierta. De hecho, dos de sus marcas realizadas en carretera (234,98 km/h en el primer kilómetro con salida de parado y 234,75 km/h en la primera milla con salida de parado) siguen vigentes.
El motivo de que estos récords sigan estando vigentes es que por seguridad poco tiempo después se dejaron de registrar récords oficiales en carretera abierta y pasaron a hacerse en circuitos o pistas cerradas y controladas. El Fiat Mefistofele hoy por hoy sigue vivo, y puede visitarse en las instalaciones del Centro Storico Fiat en Turín, Italia.
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