Desde que el automóvil existe, el ser humano a querido ir siempre más deprisa. Los récords de velocidad llegaron incluso a convertirse en una cuestión de prestigio y exhibición de superioridad técnica para las marcas. Incluso hoy en día, sigue siendo un argumento de venta para el segmento de los hypercars, como es el caso par el Bugatti Chiron.
En los años 50, no era un argumento exclusivo de las marcas de lujo, las marcas más modestas también se apuntaban a esa lucha por ser el más rápido sobre tierra. Renault, por ejemplo, conquistó 4 récords mundiales de velocidad en 1956 (y dos de ellos siguen vigentes) con el Renault Etoile Filante (estrella fugaz) a una velocidad de 308,9 km/h. 60 años después de su récord en Bonneville (Utah), el Etoile Filante ha vuelto al escenario de su proeza.
Un récord que dura 60 años
Del 13 al 19 de agosto se celebró la Speed Week en el lago salado de Bonneville (Utah) y Renault, para celebrar los 60 años de su récord de velocidad, así como los 60 años del Renault Dauphine (el primer Renault vendido en EE.UU. en la posguerra), Renault Classic llevó al evento el Etoile Filante y un Dauphine para establecer un nuevo récord de velocidad.
El Renault Dauphine, con un 4 cilindros de 956 cc y pilotado por Nicolas Prost, consiguió el récord para los clásicos de gasolina (modelos de 1928 a 1981 con motores de entre 754 y 1.015 cc): 76,541 mph (122,46 km/h). El Etoile Filante, que acompañó al Dauphine para la sesión de fotos (en su día sirvió para la promoción del Dauphine) no participó. Aún así, teníamos que contar su historia.
Las turbinas como reclamo publicitario
En los año 50, la aviación a reacción fascina el mundo, especialmente los diseñadores y los ingenieros de automoción. En los Estados Unidos, los diseños de los coches se llenan de alerones, derivas y alas turbinas. En Europa, el entusiasmo de los dirigentes no es tan evidente. Así, cuando Joseph Szidlowski, jefe del fabricante de turbinas Turbomeca, le propone una colaboración a Renault, la marca acepta, pero sin mucho entusiasmo.
Joseph Szydlowski, con su firma Turbomeca, es un especialista de las turbinas. Después de 1945, empieza a fabricar unidades más pequeñas que las usadas en aviación, una de ellas servirá para motorizar al famoso helicóptero Alouette. También realizó una turbina para un carro de combate, la Turmo1. Al Ejército de Tierra galo no le gusta la idea y Szidlowski, convencido que se pueden encontrar más aplicaciones que las aeronáuticas para una turbina, quiere convencer al público que es el futuro. Para ello, habla con la gente de Renault en busca de una colaboración, quizá pensando en rentabilizar el diseño de su turbina Turmo1 reciclándola con Renault.
Pierre Lefaucheux, entonces presidente de Renault, acepta y confía a tres hombres la realización de un coche experimental con turbina. Fernand Picard, director de investigación y desarrollo, Albert Lory, el mejor motorista de la marca, y Jean Hébert, el ingeniero y piloto de pruebas.
Etoile Filante
Alrededor de una turbina de 270 CV a 28.000 rpm, nace el Etoile Filante de estructura tubular y carrocería de poliéster. El diseño de la carrocería fue dictado por el túnel de viento (Cx de 0,18) y la transmisión Transfluide fue desarrollada expresamente para la ocasión, pero serviría más adelante en el Renault Frégate de serie.
En el circuito de Montlhéry, Hébert supera los 190 km/h en las curvas inclinadas del anillo de velocidad y supera los 220 km/h en las rectas. En Monza, un circuito muy propicio a las altas velocidades, alcanza los 250 km/h. Viendo que los resultados son prometedores, Renault encarga la fabricación de un segundo coche, sin copkpit carenado esta vez. Es el que establecerá los récords de velocidad en Bonneville.
El 5 de septiembre de 1956, el silbido de la turbina se hace oír en todo el lago salado de Bonneville. El Etoile Filante acaba de obtener el record mundial de velocidad para un coche de turbina: 306,9 km/h en el kilómetro y 308,85 km/h en los 5 km. Hoy en día, este record sigue en manos del Etoile Filante de Renault.
Una estrella fugaz mexicana
El prototipo de los récords es el que está en manos de Renault Classic, restaurado a mediados de los años 90, y que ha vuelto este mes a Bonneville. ¿Y qué paso con el primer prototipo? Curiosamente, terminó en México.
En 1957, el primer prototipo es expuesto en el Salón de Fráncfort y en el Salón de Nueva York. En 1958, está en la Expo de México y Renault-México decide exhibirlo en diferentes concesiones por todo el país para promocionar la marca. Al fin y al cabo, el Etoile Filante sirvió para apoyar el lanzamiento comercial del Dauphine en Norteamérica.
El coche se queda en México, propiedad de Renault hasta 1986, vía Rimex (Renault Moteurs). Ese año, una firma canadiense compra Rimex y los dirigentes de Rimex, en 2001, le regalan el coche (sin turbina, pues Turbomeca las presto a Renault, nunca se las venció) a un empleado por los servicios prestados. Y éste se lo vende a un coleccionista mexicano de Renault Alpine que lo sacaría a subasta en 2006.
Turbinas, ¿para qué?
En cuanto a la idea de usar una turbina en automóviles era de lo más interesante, pero resultó ser al final poco adaptada a los imperativos de un coche de uso diario, empezando por la inercia de una turbina que gira 28.000 rpm (en vuelo es una ventaja, en tierra cuando hay que frenar es un inconveniente) y siguiendo por el elevado consumo o el calor que desprendían. Algunas marcas lo intentaron de todos modos, como Rover-BRM, en competición, o Chrysler, con una pequeña serie limitada de prototipos del Chrysler Turbine.
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