Todos los fabricantes de automóviles tienen uno o más modelos que prefieren no recordar. Muchas veces es porque fueron un error comercial, como el Alfa Romeo Arna o el Volkswagen Routan. Curiosamente, en muchas ocasiones suele ser un coche fruto de una unión improbable, como el Chrysler TC by Maserati.
Chrysler quería vender lujo a la europea. Y llamó a la puerta de Maserati. El resultado es una suerte de Chrysler LeBaron a precio desorbitado que casi nadie quiso en su día. Y sin embargo los coleccionistas empiezan a interesarse por este extraño modelo. Esta es su historia.
En los años 80, las marcas de prestigio estadounidenses no pasan por su mejor momento frente a la competencia europea liderada por BMW y Mercedes-Benz. Los dirigentes de los tres grandes grupos estadounidenses creen que es preciso asociarse con los europeos para poder triunfar.
Ford importa el Sierra como Merkur XR4Ti y en la misma época Cadillac desarrolla con Pininfarina el Allanté (para cuya fabricación sería preciso un puente aéreo con tres Boeing 747 Cargo entre Detroit y Turin). Ambos modelos fueron un fracaso. Chrysler, por su parte había llegado a la misma conclusión que sus rivales: necesitaba un toque de lujo europeo para poder vender sus modelos de prestigio. Lo haría con el Chrysler TC by Maserati desvelado en el Salón de Los Angeles en 1986. Y también sería un fracaso.
Lee Iacocca vuelve a colaborar con Alejandro de Tomaso
En los años 80, era el emblemático Lee Iacocca quien dirigía Chrysler tras dejar Ford en 1978 debido a desacuerdos con Henry Ford II. Lee Iacocca a su paso por Ford fue responsable de la creación del Ford Mustang, del programa de competición que dio lugar al Ford GT40 y sus cuatro victorias en las 24 horas de Le Mans y la creación del De Tomaso Pantera en 1970.
Se dice que Iacocca, de origen italiano, fue en realidad el que más se cabreó tras ver que Enzo Ferrari se negaba en el último momento a vender la marca a Ford. Su enfado habría sido muy superior al del propio Henry Ford II y de ahí habría surgido la idea de derrotar a Ferrari tanto en competición como a nivel comercial.
En el primer caso lo lograron con el Ford GT40 y en cierto modo también lo lograron de 1971 a 1974 con el De Tomaso Pantera (el 80 % de las producción total del Pantera se vendió entre 1971 a 1974, años en los que Ford distribuía el Pantera en Estados Unidos).
Así, una vez en Chrysler, Iacocca volvió a recurrir para su nuevo proyecto de coche de lujo a Alejandro de Tomaso. Desde la época del Pantera, De Tomaso se ha montado un pequeño conglomerado de empresas. Además de De Tomaso, que sigue fabricando el Pantera (lo haría hasta 1994), también adquirió Innocenti y Maserati. De Tomaso intenta devolver a la vida Maserati con el cupé Biturbo y sus derivados -un modelo muy delicado de conducir y con enormes problemas de fiabilidad-.
En 1984, Chrysler compra el 5 % de Maserati y en 1986 sube su participación en el fabricante italiano a 15,5 % (con la opción de obtener el control total en 1995), el resto de las acciones siguen en mano de Alejandro de Tomaso. La idea con esta compra era que Maserati fabricara para Chrysler un coche de lujo sobre una plataforma Chrysler y con motores del grupo estadounidense.
"By Maserati", pero con 4 cilindros Chrysler o V6 Mitsubishi
El Chrysler TC by Maserati -sí, era el nombre comercial completo- debutó en el Salón de Los Angeles de 1984. Sin embargo, la fabricación del TC no comenzó hasta 1989, año en el que comenzó su comercialización. El coche estuvo disponible con tres motorizaciones y dos transmisiones. El modelo de acceso a la gama era un 4 cilindros turbo de 160 CV (el mismo que equipa el Dodge Daytona). Este motor fue sustituido en 1990 por un V6 3.0 litros de origen Mitsubishi de 141 CV. Ambos motores iban asociado a un cambio automático.
Sin embargo, los coleccionistas fan de este modelo suelen preferir el 4 cilindros de 2.2 litros turbo de 200 CV asociado a un cambio manual Getrag de 5 relaciones. No solamente es el más potente de los tres, es también el único que luce un cubreculatas con el logotipo Maserati.
En realidad, el motor tenía poco de Maserati, si bien la marca italiana se había encargado de su preparación y de completar el bloque en el proceso de fabricación. A la base es el 2.2 Turbo II de Chrysler (compartido con el Shelby GLH-S), pero Maserati encargó una culata de 16 válvulas a Cosworth, pistones forjados a Mahle y sobrealimentó todo con un turbo IHI.
Rara avis
El equipo de Iacocca pensaba poder vender entre 5.000 y 10.000 unidades al año. La realidad fue muy dura con ellos. El primer año de producción salieron 3.764 unidades de la factoría Maserati en Italia. El TC se fabricó en 1989 y 1990, pero se siguió vendiendo en 1991. Había que acabar con el stock... En total, tan sólo se fabricaron 7.300 unidades del TC en Módena.
Paradójicamente, con una logística menos compleja que la de su rival Cadillac Allanté y un precio de venta muy inferior (el Cadillac valía casi el doble que el TC), se vendió mucho menos, pues entre 1987 y 1993, fueron 21.430 los Cadillac Allanté que encontraron dueño.
El coche resultó ser un fracaso. El público estadounidense, contra todo pronóstico, no compraba un coche simplemente por el prestigio de una marca. Y es que para la mayoría del público el Chrysler TC by Maserati era un simple Chrysler LeBaron (K-Car) de anterior generación con aires de grandeza y vendido a precio de oro.
En 1986, Chrysler presentó el nuevo LeBaron (J-Car) y aunque la base mecánica seguía siendo muy similar a la de la anterior generación, el diseño era mucho más moderno y gustó más. De hecho, esa generación gozó de cierto éxito incluso en Europa, como en Francia, Italia o Suiza.
Al final, incluso en los desbocados años 80, el público no compraba un coche al doble del precio de su equivalente más atractivo simplemente porque luciese un “by Maserati” en el nombre comercial. Claro que a toro pasado es fácil pensar “cómo pudieron hacer eso”, pero la realidad es que tras el éxito del Pantera ideado por el dúo Iacocca-De Tomaso, pudieron pensar que podrían repetir la jugada.
Además, no solamente ellos lo pensaron, Ford y General Motors intentaron algo similar y también fracasaron. Simplemente, era el síntoma de la inmovilidad de los tres grandes de Detroit a la hora de innovar y pensar de forma diferente. Algo que décadas más tarde les pasaría factura, especialmente a General Motors (que casi desaparece) y de Chrysler que, ironía del destino, está ahora en manos de Fiat junto a Maserati.