Llevo unos meses echando un vistazo a los primeros tiempos del automóvil y su propulsor de combustión interna, maravillándome a cada paso con sus titánicos albores.
Sin embargo, como podréis imaginar, no todos los inventos fueron geniales ni resultaron exitosos. Es más, al menos a primera vista, ¡Algunos eran auténticas locuras sobre ruedas! Ellas sirven hoy en día al hombre posmoderno para, si las mira con humor, reirse a gusto un rato.
A continuación traemos brevemente a los post de este humilde blog los patines motorizados. También, el increíble coche con el cual se realizaba el mantenimiento del cable alimentador del tranvía de Filadelfia.
Sobre neutrinos
Vamos a ver, ¿En qué consisten unos patines de combustión interna? Patentados en París en 1906, se trata de máquinas provistas de todo lo habitual en un automóvil: motor, cambio de marchas, tanque de combustible y tubo de escape, entre otros. Logicamente, no todo cabe en ellas y el dueño tiene que ponerse un cinturón conectado con cables a sus nuevos zapatos racing.
En dicha correa iban el depósito y los acumuladores. Vamos, como quién lleva el Motorola. Finalmente, aunque los sistema de sujección y de dirección son los habituales hoy en día, la frenada se efectúa mediante una disminución del gas. Ya sé que las ruedas giran pero no sé ni cómo ni para qué diantres lo hacen.
Ahora bien, imaginad que por cualquier avatar del destino se encasquilla el cable del acelerador y el aventurero poseedor de estos turbopatines se lanza a la deriva dispuesto a comerse el mundo. Sería digno de Al filo de lo imposible.
La estabilidad, esa gran desconocida
Respecto al vehículo para mantener el cable resucitador del tranvía de Filadelfia, no hay más que verlo para deducir una estabilidad ciertamente cuestionable. Al principio pensé que iba enganchado por arriba al tendido eléctrico pero no es así. En realidad, el conductor va montado sobre una especie de zancos de cuatro ruedas.
Supongo que todo va bien hasta que se da cuenta de que está a punto de pasarse la calle en la que tenía que torcer. Dicho y hecho, volantazo y… ¡Toñazo! Me lo imagino siempre sin consecuencias y es mucho mejor así.
En fin, ¡Ah, nuestros ancestros! Geniales o errados pero siempre valientes.
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