Durante los años '60 y '70 en Estados Unidos se desarrolló una pasión que no caló por igual en el resto del mundo. La devoción por los coches potentes, grandes, tragones y poco prácticos sólo podía florecer en el país de las barras y estrellas gracias a sus peculiares condiciones socioeconómicas y a unos gustos muy particulares.
Concretamente estamos hablando de los muscle car, una moda automovilística que tiempo después acabamos viendo todos con buenos ojos. Incluso la propia industria ha terminado por ofrecer versiones modernizadas de manera global con el ejemplo del Ford Mustang EcoBoost de cuatro cilindros y el futuro Mustang híbrido. Pero no ha sido el primer caso, el Jensen Interceptor fue una de las incursiones europeas en el mundo de los deportivos de corte americano.
Jensen Motors, el maridaje entre Inglaterra y Estados Unidos
Cerca de Birmingham (Inglaterra) una pequeña factoría británica abrazó la idea de tomar los principios comunmente usados al otro lado del charco y remozarlos para crear un deportivo GT de alto standing al gusto europeo. La mezcla era perfecta entre elegancia y fuerza, algo completamente distinto a lo que los fabricantes ofrecían hasta ese momento y que sólo podría emerger de las pequeñas fábricas tradicionales inglesas.
La empresa Jensen Motors es otra de esas historias románticas de las que hoy ya no quedan nada más que en los libros de historia. Fueron los hermanos Alan y Richard Jensen los creadores de una marca a la que dieron forma a base de talento y trabajo duro.
En 1926 crearon con sus propias manos un coche sobre la base de un Austin, un coche que gustó especialmente a Alfred Herbert Wild, ingeniero jefe de Standard Motor Company, quien atrajo a Alan Jensen a su empresa para el desarrollo del Standard Avon, un coupé descapotable de corte clásico.
Pero los hermanos Jensen siguieron trabajando de manera independiente, pasando por varias empresas fabricantes de carrocería y chasis, subiendo su caché con cada cambio incluso cuando fabricaban camiones. Al final consiguieron labrarse la reputación y los recursos suficientes como para hacerse con el control de W J Smith & Sons, una empresa a la que cambiaron la denominación por la de Jensen Motors poco después.
Allí, en el seno de su propia fábrica a principios de la década de 1930 nació el primer coche que llevaría su nombre, el Jensen Wolseley Hornet, al que siguieron otros modelos como el Jensen S-type (1935), una idea que surgió cuando el actor Clark Gable les encargó la creación de un coche único alrededor de un chasis de Ford. Este proyecto les aportó un extra de fama y caché, consiguiendo incluso un acuerdo con Ford para construir carrocerías sobre conjuntos de chasis y motor V8 de la marca americana.
Tras aquello siguieron con su peculiar manera de ver el mundo de las cuatro ruedas convirtiéndose en una especie de Aston Martin con un corte más americanizado, pero no demasiado. A comienzos de la década de los 50 contrataron a Eric Neale (ex-diseñador de Austin) y dieron un considerable giro a sus diseños con el primer Jensen Interceptor, el segundo coche que la empresa pudo fabricar después de la Segunda Guerra Mundial.
Aquella primera generación comenzó su vida en 1950 con las bonitas líneas de coupé dibujadas por Neale que encerraban cuatro plazas. La propulsión se conseguía de un motor de seis cilindros en línea con 3.993 centímetros cúbicos colocado sobre el chasis alargado de un Austin A70. Sólo se produjeron 88 unidades entre 1950 y 1957.
La idea no tuvo continuidad como un modelo en sí mismo, pero continuaron probando suerte con otra serie de modelos hasta que en 1966 decidieron que era la hora de recuperar una senda que ya les funcionó anteriormente y que posteriormente convirtió a la segunda generación de Interceptor en el coche más exitoso de la pequeña fábrica inglesa.
1966, el renacimiento del Interceptor
Para esta ocasión el cuatro plaza de altos vuelos británico necesitaba algo más que le hiciera destacar, y gracias a su buena relación con los fabricantes americanos optaron por emplear un motor V8 de origen Chrysler y 6.276 cc, acompañado por una transmisión manual de cuatro velocidades o bien por una automática de tres con un diferencial de deslizamiento limitado en el eje trasero.
Con una potencia original de 270 CV, en 1971 Chrysler bajó la potencia de aquel motor a 250 CV, por lo que Jensen optó por equipar el V8 TNT del fabricante americano con un cubicaje de 7.2 litros, carburador de cuatro cuerpos y 305 CV de fuerza, al que posteriormente se añadió un nuevo carburador doble que escupía por sus grandes escapes traseros 330 CV.
Aquella versión sólo estuvo disponible en 1971 y se convirtió por derecho propio en el Jensen más potente (y más cotizado) de la historia. Al año siguiente Chrysler modificó también ese propulsor y la potencia se redujo notablemente hasta los 280 CV.
El diseño exterior se hace notar por sus formas rotundas y contundentes. Rectilíneo y musculoso pero al mismo tiempo elegante, el Jensen luce con orgullo una enorme luneta trasera de una pieza que baja plana desde el techo hasta el extremo de la zaga (que también hacía las veces de portón), lo que facilita la habitabilidad interior en un coupé de cuatro plazas con buen maletero.
Los cuatro faros redondos encastrados en la parrilla delantera y un capó infinito rematado por una luneta delantera tendida nos recuerdan obligatoriamente a los muscle car. Bueno, a los coches americanos y a uno brasileño, porque el mismo año se presentaron la segunda generación del Interceptor y el Brasinca Uirapuru, un deportivo carioca con el que encontramos más de una similitud en la vista trasera del que sólo se produjeron 77 unidades.
Sus aptitudes como GT quedan patentes en el interior, con un habitáculo bien trabajado repleto de materiales de calidad y que miraba sin complejos a grandes fabricantes. Entre el equipamiento de serie el Interceptor traía elevalunas eléctricos, asientos ajustables, un bonito volante de madera, radio con dos altavoces y, desde septiembre de 1968, dirección asistida.
Existieron tres variantes de esta segunda (y última) generación del Jensen Interceptor. Como decíamos la primera apareció en 1966, y sólo tres años después, en 1969, los primeros retoques se hicieron notar con cambios en los faros delanteros, traseros, la parrilla y los paragolpes. Más tarde, en 1971, siguieron afinando el diseño con un poco de maquillaje para los faros, parrilla y paragolpes otra vez, llantas, asientos y aire acondicionado de serie, además de la incorporación del motor 7.2 litros.
Además el Jensen FF (sí, igual que el Ferrari FF), se estrenó en 1967 añadiendo a la plataforma del Interceptor un sistema de tracción integral a las cuatro ruedas realmente avanzado, además del empleo de frenos ABS con accionamiento mecánico y control de tracción. Por fuera los cambios eran mínimos, sólo diferenciables gracias a una branquia lateral adicional tras las ruedas delanteras y 127 mm más de longitud total.
De las 6.408 unidades que se produjeron en total del Interceptor se repartieron en tres versiones, aunque dos de ellas de manera casi testimonial. En 1974 y con los ojos puestos en el mercado americano, Jensen fabricó 267 descapotables, y un año después, en 1975, se introdujo una extraña variante coupé desarrollada sobre la plataforma del convertible, con la luneta trasera partida, y del que sólo se realizaron 60 antes de que la compañía se fuese a pique.
Porque sí, la empresa de los hermanos Jensen acabó desapareciendo presa de la recesión mundial del último cuarto de siglo XX, acabando en 1976 con la producción del Interceptor y la vida de una empresa que podría haber seguido ofreciendo su particular forma de interpretar el automovilismo.
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