Pero la cosa no se queda ahí, más tremendos son los aterrizajes del eje delantero que, lejos de posarse suavemente sobre el asfalto, golpean con tanta violencia que hasta producen averías. Y es que no debe ser fácil controlar milimétricamente el gas de estos mega-anabolizados motores y menos todavía si estás con el morro del coche apuntando al cielo.
A mí personalmente me resulta doloroso ver cómo saltan y rebotan los coches. Hasta la brutalidad de la aceleración inicial al salir desde parado me produce repelús sólo de pensar en el esfuerzo al que se somete a las diferentes piezas de la transmisión.