Nuestro objetivo es reconquistar el espacio público para los peatones, no facilitarle la vida a los conductores.
Luego dicen que yo fui bruto con las formas en mi anterior artículo semanal. Lo de “no facilitar la vida a los conductores” son palabras de un responsable del Ayuntamiento de Zúrich que aparecen en un duro reportaje de The New York Times que no tiene desperdicio. Toda una declaración de intenciones, la de los suizos, que no se cortan un pelo a la hora de restringir el tráfico en su ciudad.
Y todo un chaparrón, el que envían desde la ciudad que nunca duerme a los responsables europeos: “Mientras las ciudades americanas sincronizan los semáforos para agilizar el tráfico, en Europa crean ambientes hostiles para los coches”, dicen en el rotativo, y evidencian una brecha que no es sólo cuestión de costumbres nacionales. ¿O acaso en Europa todos vemos bien este tipo de restricciones?
¿Qué han hecho en Zúrich para desincentivar el transporte privado? Al parecer, podemos descartar que lo del elefante suelto por la ciudad estuviera relacionado con las medidas adoptadas por el consistorio, que son algunas como estas:
- Hiperactividad instaladora de semáforos que, a ser posible, tengan sólo bombillas rojas para que los conductores afectados puedan profundizar en sus inquietudes palatonasales.
- Hileras de pasos para peatones sustituyendo los pasos subterráneos, que es bueno tomar el aire cuando uno pasea y además así los conductores ejercitan el pie izquierdo que es un gusto.
- Conductores de tranvía que llevan mandos para hackearse los semáforos en su propio beneficio, como si fueran bomberos americanos (que también abren semáforos a su paso).
Hombre, en España todavía no hemos llegado a esos extremos (creo), pero es cierto que lo de Zúrich es una tendencia en toda Europa que va desde premiar los vehículos con alta ocupación (VAO) hasta encarecer las vías cuando hay mayor afluencia de vehículos (peajes de congestión, se llama la idea), pasando por la reducción de velocidad por las malas o por las peores con elementos de madre sobradamente mentada e increpada: nuestros amigos los resaltos.
¿Cuestión cultural… o hay algo más?
Que los americanos la emprendan con Europa en este asunto no nos puede extrañar. Ellos van a todas partes en coche en un gesto que forma parte de la idiosincrasia norteamericana, basada en la libertad individual, y por tanto miran con asombro a esas ciudades suyas que han sido parcialmente peatonalizadas, como San Francisco, o se mosquean cuando el alcalde de Nueva York intenta colarles por la escuadra una hipotética peatonalización de la céntrica Times Square, a pesar de que circular en coche por el corazón de la Gran Manzana requiere una buena dosis de humor estoico.
Dicen los estadounidenses que ellos se han cuidado de adaptar las ciudades a los coches. Mientras, en Europa, vivimos en las ciudades que nos dejaron nuestros antepasados, no abrimos grandes avenidas por respeto a lo histórico… aunque olvidamos que a lo largo de la historia ha habido muchísimos planes de ordenación que pasaban por demoler barrios enteros.
Ojo, que no estoy haciendo apología de la excavadora voraz ni mucho menos. Sólo describo disparidades. Aquí nos va lo del casco urbano con regusto de piedra vieja y los ensanches arrebatados al campo, cuando no la eclosión de los extrarradios. Y en este último punto es donde me quiero detener un poco. He encontrado por aquí un viejo manuscrito polvoriento, que leo a continuación con voz de anciano de película de domingo por la tarde:
Érase una vez un país que vio florecer, allá por los años 90, un fenómeno curioso. El incremento de los precios de la vivienda empujó a montones de personas hacia las afueras de las ciudades. Ganaron población lugares que hasta el momento eran apenas pueblecicos, y muchas personas eligieron la calidad de vida de las afueras a un precio razonable en vez de malvivir en la urbe.
Pero, claro, esas personas tenían que seguir trabajando. Y muchos siguieron acudiendo a la ciudad. En coche, porque eso de los transportes públicos era una entelequia que nunca acababa de desarrollarse, y desde luego nunca al ritmo que la gente huía de la ciudad.
Y las pequeñas ciudades de los extrarradios crecieron y crearon sus propios puestos de trabajo, y entonces se llegó al culmen de la estupidez de todos como sociedad: en vez de poder emplearse cada cual cerca de su lugar de residencia, se originó un flujo migratorio constante entre las ciudades que parecía homenajear a Julio Iglesias: unos que vienen, otros que se van… follón que te encuentras cada mañana en las carreteras.
Y en los cinturones de las grandes ciudades. Y en los accesos de las ciudades adyacentes. Y en las callejuelas más recónditas donde todo hijo de vecino buscaba un inexistente lugar donde aparcar. No había cama para tanta gente ni cuerpo que lo restistiera. Las ciudades petaban por todas partes y era necesario restringir la circulación a tanto depravado sobre ruedas.
¿Que qué se hizo con todo el dinero público movido a raíz de las recalificaciones, compras, ventas y plusvalías recaudadas? ¿Que dónde están las infraestructuras que deberían haber acompañado a este éxodo hacia las afueras de las macrourbes? ¿Que dónde estaban las políticas de prevención de todos estos problemas? La respuesta, amigo mío, flota en el viento…
Y colorín, colorado, veremos si todo esto nos lleva hacia algún lado.
Pero volvamos a Zúrich, que con la tontería nos hemos largado a un escenario demasiado ficticio y lejano. Y los zuriqueses, ¿qué opinan de todo esto? Pues están felices y contentos, dicen, y nos muestran el ejemplo (desde Palomares hasta nuestros días, pocas mejorías) de Hans Von Matt, un suizo que a sus 52 primaveras vive la mar de feliz habiéndose vendido el coche y viajando en bicicleta o compartiendo coche cuando es necesario.
Si te fijas bien, al leerlo suena de fondo la música de Heidi. Pero ojo, que los hogares sin coche representan ya el 45% de la ciudad y eran el 40% hace diez años, aunque en todo lo que leo no dicen nada sobre gente de las afueras que acuda a la ciudad en vehículo privado. Debe de ser que no necesitan plantarse en el centro para resolver ninguna gestión, o que a la salida del teatro pueden contar con transporte público hasta su lugar de residencia; no lo sé, no vivo en Zúrich.
Y ahora (llámeseme original, pues lo soy), la pregunta del millón de bofetadas: ¿Podríamos hacer algo así en nuestras Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Bilbao y todo eso? Honestamente, ¿en España se puede prescindir del coche o una opción como esa es algo reservado a quienes viven en el centro más céntrico de los cascos urbanos? Y quienes viven en el centro, ¿necesitan coger el coche hasta para ir a comprar el pan? ¿Están nuestras ciudades, y todo lo que las rodea, preparadas para dejar el coche quieto? Es más, ¿estamos dispuestos a hacerlo o consideramos que las restricciones al tráfico son una injerencia en nuestros derechos y nuestras libertades?
Ahí van unas cuantas preguntas para que las respondas si quieres y yo lo dejo aquí, que si no luego vas diciendo que escribo artículos largos.
Vía | The New York Times
En Circula Seguro | Entorpecer el tráfico con alevosía