Un voluntario de 82 años ha enseñado a conducir a 400 refugiadas afganas en su coche particular. Ya son más que las que lo hacen en Afganistán

Un voluntario de 82 años ha enseñado a conducir a 400 refugiadas afganas en su coche particular. Ya son más que las que lo hacen en Afganistán
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Conducir es un privilegio (y no un derecho), pero también puede ser una necesidad. En Estados Unidos es como un rito de iniciación, a partir de los 16 años se empieza a conducir. Pero para las mujeres afganas que han llegado refugiadas a Estados Unidos, conducir era algo inimaginable en un país dirigido por los talibanes. Y tampoco era sencillo o posible en su país de adopción. Ahora, un octogenario de California les enseña a conducir.

En los últimos años, el Gil Howard ha enseñado a conducir a unas 400 mujeres de la comunidad afgana de su ciudad de Modesto, que cuenta unos 5.000 miembros en esta parte del Valle Central de California. Para ellos, gracias al "Sr. Gil", como se le conoce en Modesto, hay más mujeres afganas conduciendo en esta ciudad de unos 220.000 habitantes que en todo Afganistán, recoge Miriam Jordan, del New York Times.

No se trata de empoderamiento; es para hacer la compra

Gil Howard es un profesor jubilado que a sus 82 años ha vuelto a enseñar. Pasó de enseñar investigación de operaciones y matemáticas en la escuela naval de Monterey (California) hasta que se jubiló a enseñar a conducir a mujeres afganas.

Voluntario en World Relief, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a asentar refugiados en Estados Unidos, pronto se dedicó a amueblar apartamentos para refugiados, llevarlos a citas y distribuir bicicletas de segunda mano.

Muchos de los refugiados afganos que llegaron a Estados Unidos, lo hicieron huyendo después de que sus vidas se vieran amenazadas por los talibanes por trabajar junto a las tropas estadounidenses y occidentales.

El Sr. Howard se interesó por algunas de las familias. Y es ahí donde se vio la necesidad que tenían de conducir. Y tampoco fue fácil por el peso de las tradiciones y la cultura local que trajeron con ellos.

Crowds In Front Of Kabul International Airport
Kabul, Afganistán. (Foto: VOA)

Incluso antes de la caída de Kabul, la mayoría de las mujeres afganas rara vez se ponían al volante. No solamente era mal visto, sino que hasta podía ser peligroso para ellas. En la conservadora sociedad afgana, las mujeres suelen quedarse en casa a menos que vayan acompañadas de un familiar varón.

En Estados Unidos como en cualquier país, los recién llegados tienden a preservar las costumbres religiosas y culturales de su país de origen. Así, la mayoría de las mujeres llevan hijabs( pañuelos en la cabeza). Incluso, las mujeres casadas que entrevistó Miriam Jordan para su artículo accedieron a ser fotografiadas sólo si su marido lo consentía, y muchas dejaron que los hombres hablaran por ellas.

Y es que el hecho de que puedan conducir no es una cuestión de libertad o de igualdad. La realidad detrás es mucho más prosaica, simplemente conducen porque les permite ayudar a su familia. La señora Rahmatzada, madre de tres niños pequeños, pasó de estar confinada en su casa en Afganistán a conducir sola en California.

"La apoyé enseguida. Para mí era muy estresante hacerlo todo", dijo su marido, y por eso se puso en contacto con el Sr. Howard. Mientras el Sr. Rahmatzada trabaja nueve horas al día reponiendo estanterías en un Walmart, ella puede llevar a los niños al colegio y hacer la compra.

Highway California

Con el tiempo, Howard se ha convertido en casi imprescindible para la comunidad afgana alrededor de Modesto. Tiene una lista de espera de 50 personas y el móvil inundado de mensajes de personas que buscan plaza.

Para el examen teórico, California permite pasarlo en 38 idiomas diferentes, entre ellos, el persa darí, el conjunto de dialectos más hablado de Afganistán. Facilita mucho la obtención del carnet de conducir.

Para las clases prácticas, Howard se sube al coche, con una mano siempre en el freno de mano. En Estados Unidos el paso por una autoescuela, con su coche de doble pedalier, para aprender a conducir no es obligatorio. Así que a menudo, su coche particular se convierte en improvisado y seudo coche autoescuela.

Aunque sea por necesidad logística y no por empoderamiento de las mujeres afganas refugiadas, la labor de Gil Howard va más allá de enseñarles a conducir para que puedan hacer la compra en un país y especialmente en un estado, el de California, en el que nadie camina.

El hecho de conducir ha cambiado sus vidas, ha mejorado su calidad de vida y, aunque no se den cuenta de inmediato, su independencia. En las más jóvenes, sin embargo, la sensación de libertad se hace más evidente.

"Me encanta conducir", dice Zahra Ghausi, de 18 años, después de una lección con Howard. "También me encantan los coches deportivos. Ojalá algún día conduzca un coche de carreras". Lo que vendría a ser una pesadilla para los talibanes y los musulmanes más conservadores. Por algo se empieza.

Imagen: Motorpasión con Adobe Firely

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