Una de faunos y faunas

Nunca me han gustado los debates televisados que tienen regusto de clase de Ética de 1º de BUP. Sí, esos programas de la tele en los que te cuentan cosas tan y tan trilladas que cambias de cadena con hastío, buscando un espacio donde tus neuronas encuentren un estímulo algo más refrescante. Así que si hoy toca hablar de faunos y faunas, no esperes un debate de Ética de 1º de BUP; no es la idea.

¿Cuál es la idea, entonces? De un lado, pasarlo bien (eso es lo primero); luego, hablar de diferencias de género en esto de la conducción, que las hay; además, entender que tratamos con teorías, estadísticas, probabilidades y márgenes, en definitiva con las consecuencias de ver que tu vecino se zampa dos pollos mientras tú le miras, y resulta que no te puedes haber quedado con hambre.

Por mi parte, sé que nunca va a llover a gusto de todos y que lo que sigue no son sino opiniones, más o menos fundadas pero opiniones al fin y al cabo, sin dramatismos. Por la tuya, espero ante todo una cierta apertura de ideas y que no te tomes nada demasiado en serio. Total, estamos en agosto. Los hay que cubren sus espacios hablando de la calor; y yo, al menos, intento ser algo más refrescante que eso.

¿Vamos a generalizar? Por supuesto. ¿Vamos a establecer grandes verdades? En absoluto. Lo que contaré es ni más ni menos que lo que se puede leer entre líneas cuando uno acude a uno de esos libritos del matrimonio Pease. Vale, sí, las cosas que dicen son discutibles, pero de eso se trata precisamente, ¿verdad? Borremos tú y yo machismos y feminismos y esbocemos una sonrisa mientras nos reímos hasta de nuestra sombra al avanzar.

Hombres y mujeres son diferentes. Basta con que te mires al espejo y luego le eches un ojo a un congénere del sexo opuesto para ver que eso es así. Si no lo ves, cambia de espejo o vete al médico. O incluso cambia de espejo y de médico. Y si lo ves, recuerda que hay quien defiende que esas diferencias en el aspecto tienen su correspondencia en una forma diferente de estructurar el pensamiento.

Todo está en la cuestión hormonal. La misma que condiciona el desarrollo del cuerpo humano cuando uno es un feto afecta también al desarrollo del cerebro. Después de todo, los seres vivos somos simples combinaciones químicas, ¿verdad? No, cuidado con esto de la química, que tampoco lo justifica todo. No se vale decir en el juicio que lo mataste porque te dio un subidón hormonal, aunque en tiempos pasados el síndrome premenstrual se consideraba un atenuante para las acusadas (para los acusados, no).

Las diferencias entre la estructura del pensamiento típicamente masculino y la estructura del pensamiento típicamente femenino dan pie a ciertos matices que afectan en lo sensorial a la vista y al oído, y también a la concentración mental y al cálculo espacial. Y esos son aspectos que están muy ligados al manejo de vehículos.

Del color hueso a la vieja y la chica

Cuando abrimos un manual del conductor por el capítulo dedicado a la figura del conductor (parezco Ralphie, lo sé), enseguida se nos habla del sentido de la vista, y no es de extrañar, ya que un 90 % de los estímulos que percibimos al conducir nos llegan por los ojos. En ellos, la retina contiene unos 130 millones de células cónicas fotorreceptoras, que permiten la visión diurna y la percepción de los colores. De forma adicional, las células de bastón permiten la visión nocturna con imágenes en blanco y negro.

El cromosoma X se encarga de suministrar las células cónicas. Las mujeres tienen un par de cromosomas XX mientras que los hombres tienen un par XY, así que las mujeres tienen una mayor variedad de células cónicas fotorreceptoras. Hasta que leí esto, siempre me había preguntado dónde demonios estaba la diferencia entre los colores crudo, hueso o marfil. Ahora ya lo dejo por imposible.

Hombres y mujeres vemos las cosas de un modo algo diferente. El psicólogo Edward Boring dejó para la posteridad el dibujito de la joven y la anciana que has visto millones de veces por ahí. Se dice que de forma espontánea las mujeres suelen ver una anciana mientras que los hombres suelen ver una chica. Ojo, que hablamos de estadística. Además, yo veo una y otra figuras, ya sea porque estoy hasta los pelos de encontrarme el dibujito de marras o bien por pura variabilidad hormonal.

La mujer ve sin mirar… y le da una colleja a su pareja

Otra diferencia básica entre hombres y mujeres está en el campo visual. Una mujer acostumbra a tener un mayor campo visual que un hombre, ella tiene mayor visión periférica mientras que él tiende un poquito más a la visión de túnel. Por eso, una mujer ve cualquier detalle que exista su alrededor mientras que un hombre es incapaz de ver a su alrededor sin mirar expresamente. ¿Cuál es la diferencia entre un hombre que mira a una mujer con la que se cruza y una mujer que se merienda a un hombre con la mirada? Que al tío se le nota porque mueve la cabeza. Colleja al canto.

Digamos que la mujer ve las cosas más en conjunto mientras que el hombre las ve en modo explorador, buscándolas punto por punto. Y eso tiene sus consecuencias. Por ejemplo, las estadísticas dicen que las mujeres tienen menor probabilidad de recibir golpes laterales en intersecciones. Por otra parte, las niñas suelen sufrir menos atropellos que los niños, y no sólo porque estos últimos sean más movidos que ellas. Quizá el campo visual y la visión periférica tengan algo que ver en todo esto.

Otra situación en la que se nota esta diferencia es cuando vamos conduciendo y comienza a llover. El hombre aguanta unos minutos antes de encender el limpiaparabrisas, y la mujer lo acciona enseguida. Él otea el horizonte entre las gotas mientras que para ella esas gotas son un verdadero engorro que le impiden ver más allá. Por cierto, esta diferencia la tenía más que comprobada por mí mismo cuando enseñaba a conducir. Era un clásico.

La habilidad espacial y la orientación

Podríamos seguir con ejemplos variopintos y abordar el campo del oído, donde también dicen que somos diferentes. Pero para que esto no se haga una novela, vamos a por el siguiente punto: la habilidad espacial. Esto viene a ser la capacidad que tenemos de representar en la mente formas, dimensiones, coordenadas, proporciones, movimiento y geografía, imaginar objetos en rotación, orientarnos en un lugar lleno de obstáculos e imaginar las cosas en una perspectiva tridimensional.

Esta capacidad se localiza en la parte frontal del hemisferio derecho del cerebro masculino, mientras que en la mujer se halla en ambos hemisferios y sin una localización específica. Por eso, el sentido de la orientación y la habilidad espacial suelen estar más desarrollados en el hombre. En general. Y sí, yo también me pierdo, ya hemos dicho que esto no era como para tomarlo al pie de la letra.

El sentido de la orientación es esa capacidad típica del hombre que consiste en saber hacia dónde tirar incluso cuando ha sido secuestrado y llevado con los ojos vendados hasta un lugar indeterminado de los alrededores de Hegang. Pero esa facilidad se le vuelve en contra del hombre cuando algo falla y se pierde en el lugar más insospechado. ¿Por qué? En primer lugar, porque para un hombre la vida se compone de objetivos, y en cuanto se pierde… encontrar el camino se convierte en EL objetivo.

No es que sea orgulloso ni cabezota: es que “es su guerra”.

Y precisamente porque “es su guerra”, no esperemos que un hombre pregunte a nadie cuál es el camino correcto. Segunda dificultad. Si en el coche lo acompaña una mujer, ella, que estará acostumbrada a entablar conversación hasta con los postes de la luz, no entenderá por qué el hombre es incapaz de preguntar a nadie por el camino correcto. Al final ambos acabarán perdidos y peleados.

Por su parte, la mujer no suele tener tan desarrollada ni la orientación ni el resto de habilidades espaciales. Basta con ver una pareja discutiendo en el Ikea para comprender la diferencia: mientras él ve clarísimo cómo quedará el salón de casa al garabatearlo sobre una servilleta del restaurante, ella necesita ver una representación en 3D con todo lujo de detalles para comprender por qué su novio se ha emperrado en decir que la lámpara Rotvik cabrá entre la mesa Hemnes y el sofá Karlstad.

La lectura de mapas bidimensionales exige una buena capacidad espacial para hacer rotar mentalmente las imágenes planas que se observan y hacerlas corresponder con la realidad tridimensional que nos rodea. Una persona con baja habilidad espacial lo tendrá difícil, igual que para hacerse una imagen mental de la posición que ocupa su vehículo en el entorno que la rodea.

Ni te imaginas la de veces que saber esto me salvó de un problema a la hora de explicar a alumnas muy… femeninas (entendido en el contexto que estamos explicando) lo de la prioridad de la derecha cuando vamos a girar hacia la izquierda. Un papelito con un dibujo hecho en 3D, y las alumnas sonreían porque, por fin, después de millones de tests dibujados en 2D, habían comprendido el concepto.

Y sí, lo del aparcamiento es una cuestión de habilidad espacial, por supuesto.

La capacidad de concentración al conducir

Por su parte, el hombre tiene un punto curioso en lo de la concentración al volante. Los dos hemisferios del cerebro están conectados por un haz de fibras nerviosas que se denomina cuerpo calloso. En las mujeres, el cuerpo calloso es más grueso que el de los hombres, lo que permite un número mayor de conexiones neuronales entre ambos hemisferios. Además, los estrógenos u hormonas femeninas impulsan las células nerviosas a establecer más conexiones entre hemisferios.

Esta maravillosa conexión entre las dos partes del cerebro femenino tiene un punto débil: la mitad de las mujeres tiene dificultades para diferenciar espontáneamente la derecha de la izquierda, además del resto de problemas espaciales. Por eso a menudo tienen que pensárselo dos veces cuando alguien les indica por dónde girar en un momento determinado. La de veces que he tenido que indicar yo con un simple “tira para mi lado” o “tira para tu lado” cuando la alumna no encontraba su sitio en el carril…

La rápida transmisión neuronal diluye la sectorización del cerebro de la mujer: sus pensamientos no están tan localizados como los del hombre. Sin embargo, debido a esta compenetración de las dos mitades del cerebro las mujeres no tienen problema para hacer varias cosas a la vez, mientras que los hombres, con un cerebro mucho más seccionado, están programados para realizar una sola tarea en cada momento.

Cuando él conduce, cualquier situación que le suponga un esfuerzo adicional lo llevará a concentrar toda su atención en hacer frente a la dificultad. ¿Y cómo lo hará? Pues reduciendo el número de estímulos que lo puedan distraer de su objetivo principal. Para pasar un complicado puerto de montaña en el que un descuido puede acabar muy mal, arrancará la radio del coche y la arrojará por el precipicio, meterá a la suegra en el maletero y amordazará al resto de los ocupantes.

El hombre necesita concentración. La mujer, capacitada para hablar a la vez de mil cosas diferentes sin perder el hilo y contestar al teléfono mientras escucha las noticias por la radio, no entenderá nada y a lo mejor hasta se indigna por el detalle de la suegra en el maletero. Será cuestión de sacarla al pasar el puerto de montaña. No vale hacerse el despistado.

Y en fin, todo esto es lo que traía hoy para explicar. En realidad, no es más que una aplicación al mundo del coche a partir de lo que cuentan Allan y Barbara Pease en su libro ¿Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas? Sus explicaciones derivan de la consulta bibliográfica de más de 100 fuentes impresas y si se leen con buen humor y con el ánimo de jugar sin ser en absoluto trascendentales, es una lectura entretenida para el verano. Aunque sea en broma.

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