De vez en cuando me pasa. Encuentro una noticia como esta que publicó el Daily News y de repente es como si Proust me diera un kilo de madalenas*. Me viene a la cabeza aquel artículo que publiqué en Circula hace casi un año y medio, a tenor de los experimentos con dummies humanos, y recuerdo la estopa que me dio un comentarista ofendido por mi posición a favor de ese tipo de pruebas.
Vamos, a favor... como que me ofrecía yo mismo para la experiencia póstuma si lo del I3A de Alcañiz prosperaba. Pero, chico, no sé qué le dio a aquel buen hombre, el comentarista, que fue como si hubiera propuesto que se estrellara él en vida. Y nada, que me dejó preocupado, todo sea dicho, más por su afán de demostrar cosas de una forma que se me antojó algo torticera que por la cuestión de fondo: lo de usar cadáveres para la investigación en seguridad.
Los dummies humanos se han utilizado en innumerables ocasiones. De hecho, las primeras pruebas de choque se realizaban con animales y con personas, y entre ellos más de uno estaba vivito y coleando, entre otras cosas porque había que medir la capacidad de supervivencia de las víctimas. ¿Una burrada? Pues sí, pero hasta hace 20 años de nada, se seguían empleando seres vivos... con vida (animales, generalmente cerdos por su similitud con el ser humano, y no es coña) y de aquellos experimentos nos hemos beneficiado todos, teniendo cada vez coches más seguros.
Para muestra, este botón que ya pegué una vez aquí, en fauna en ruta, a propósito de los dummies. Es un montaje al que le tengo un especial cariño. Lo perpetré con unas imágenes que me dieron los chicos de Ford cuando fui a ver mi primer crash-test en directo, y en alguno de los cortes empleados (el de la foto fija, para más inri) se ve claramente a un piloto de pruebas que sufre un vuelco.
El precio de la Biomecánica biofiel
Para estudiar las consecuencias de un siniestro viario, es necesario recurrir a la Biomecánica del impacto, que en el terreno que nos ocupa analiza las reacciones del organismo a los impactos de los vehículos, en función de la resistencia que presenten a las desaceleraciones y a los golpetazos varios.
Bien, pues para estudiar adecuadamente todo esto, y para dar unos resultados que puedan derivar en la mejora de los sistemas de seguridad pasiva, que por definición reducen los daños derivados de una colisión, es necesario que los dummies presenten una biofidelidad suficientemente elevada. Vamos, que los dummies tienen que reflejar con fidelidad los daños que experimentaría un cuerpo humano.
Esto tiene un coste económico. Y ese coste económico es elevado. Un cacharro de estos, un dummy, puede costar entre 120.000 y 200.000 euros, dependiendo de la calidad, es decir, de su biofidelidad. Si en un centro como el de Ford en Colonia se realizan cada año alrededor de 200 crash-tests, vayamos multiplicando y sumando, centro a centro, lo que gastan todas las marcas en investigación, coches destrozados aparte.
De una cuestión de costes viene todo el lío de recuperar el uso de cadáveres, según leo en el Daily News. Contando con este de Alcañiz, en todo el mundo hay seis centros de investigación que emplean cuerpos donados a la ciencia para la investigación, pero la noticia ciertamente escuece a algunas personas. ¿Por qué? Quizá por una cuestión ética que, francamente, yo no acabo de ver.
La ética y el avance en la investigación
Total, que la cosa está en si es o no ético utilizar personas que ya han pasado a mejor vida para investigar en materia de seguridad pasiva. Claro, si ya te has leído lo que te he recomendado en forma de enlace --y si no lo has hecho, ya me dirás por qué, si yo lo pongo para que le eches un ojo-- habrás comprobado que, a mí, tanto me da lo que me pase cuando ya no ande por este mundo.
Por eso, no le acabo de ver la cuestión ética por ninguna parte. ¿Hablar de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir cuando hablamos de una decisión personal que se materializa cuando uno fallece? No, no lo veo. A mí me importa lo que me suceda en vida.
No es que après moi le déluge, pero casi. Aprovecha que estoy vivo aquí y ahora para decirme lo que me tengas que decir, que tras pasar no sé si te podré atender. Siendo esa mi idea, ¿qué sentido tiene envolver para regalo un puñado de tejidos orgánicos que se encuentran en descomposición?
Para eso, que me lancen a 64 km/h a bordo de un coche contra un muro o que me estampen por el lateral un poste o un carro con un panel a 50 km/h y al menos digo yo que serviré para algo más que para formar parte de una cadena trófica bastante asquerosilla o para convertirme en unas cenizas que ni siquiera se pueden lanzar al mar sin que el osado que lo haga se exponga tontamente a una multa.
Pues no. Se ve que pedir estas cosas está mal visto. Aunque sea yo mismo quien pida eso sobre mi propio cuerpo. Algunos integrismos son así de curiosos con las libertades de los demás, que se las toman como propias. ¿Qué más da que por cada cadáver empleado se salven cada año 61 personas por el uso del cinturón de seguridad, 147 por el uso de los airbags y que 68 sobrevivan a un impacto contra el parabrisas? ¿Qué más da que hasta 1987 la investigación con cadáveres salvara 8.500 vidas cada año? Cuando yo sea mayor, quiero ser útil. Cuando muera, déjame ser crash-test dummy.