Culpable, la carretera; responsable, el maestro armero

Ha llovido algo desde que Paco Costas introdujera ‘La Segunda Oportunidad’ con un programa piloto de 30 minutos que llevaba por provocador título ‘Culpable, el hombre’. Incluso hoy, 34 años después de su estreno en la tele, más de uno se rasga lo rasgable cuando le dicen que entre el 70 y el 90 % de los siniestros viales cuentan con el conductor como factor clave.

Es hasta cierto punto comprensible. A nadie le gusta reconocerse culpable de una situación dura que hasta un momento antes no existía, que puede esconder unas consecuencias que quizá duren años. Es difícil reconocer algo así, pero la ética de cada uno debería servir para que las cosas fluyeran en la dirección más deseable para la resolución de los conflictos.

Pero, ¿y cuando la responsabilidad del siniestro recae no en el conductor ni en el vehículo sino en el medio, en la vía, en la carretera? Pues de eso hablamos hoy, ni más ni menos, y en nuestra ruta vamos a andarnos con cuidado con las piedras del camino, por lo que pueda pasar.

De entrada, va una anotación de esas que conviene tener presentes: contaba Javier Costas allá por 2009 que uno de los episodios adicionales de ‘La Segunda Oportunidad’ titulado ‘Culpable, el medio’ nunca fue emitido y desapareció sin dejar rastro de los archivos de RTVE. ¿El motivo? Bueno, la cinta criticaba el estado de la vía, y este factor, a diferencia de lo que pasaba con el conductor, quedaba demasiado cerca como para echarle piedras encima.

Si no te matas, no pasa nada

Corro varios años en el tiempo y nos vamos a finales de los 80. Yo tengo por ahí un hermano que en sus años mozos, volviendo del trabajo, fue a dar con su Vespa 75 cc contra un socavón (con v) que había en medio de la calle, en la ciudad de l’Hospitalet de Llobregat, que no es precisamente un poblacho sino una ciudad que durante años se las ha dado de grande y de ser la segunda de Cataluña.

Digo esto no por nada sino porque intuyo que el ayuntamiento de la ciudad manejaba (y maneja) un presupuesto suficiente como para no despeinarse echando un poco de grava y alquitrán de vez en cuando en los agujeros de las calzadas y así evitar problemas mayores.

Bien, la moto quedó hecha un cisco, mi hermano se fastidió un brazo y evidentemente la ropa. Hice fotos del lugar para ir a juicio, porque el caso parecía un ejemplo de pasividad del consistorio por falta de mantenimiento de, además, la que en aquella época era una de las vías más transitadas de la zona.

Vale, pues no hubo caso. La juez estimó por aquel entonces que los daños sufridos por mi hermano eran de poca monta, así que el chaval perdió la moto y la camisa y se tuvo que ir andando y enseñando las heridas. Aquel día me pareció que la palabra Justicia no siempre merecía la mayúscula inicial, que cuando te toca enfrentarte a un responsable de la vía más vale que los hados estén de tu parte y que la palabra prevención no figura en el diccionario de los expertos en aplicar la ley.

Ah sí: al cabo de unas semanas el Ayuntamiento reparó el socavón. A mi hermano el brazo le dolió durante un tiempo más.

A veces, el maestro armero tiene nombre

Saltamos al año 2008. Un chaval con un ciclomotor pasa por la carretera que une Molina de Segura con Alguazas, en Murcia. Hay un socavón. El chico se pega una castaña de padre y muy señor mío invadiendo el sentido contrario. Han tenido que pasar cuatro años para que, según leo, el juez haya determinado esto:

El siniestro tuvo lugar por la mala ejecución y señalización de una obra y al suponer el socavón un obstáculo difícil de esquivar para el conductor.

Total, que ha resultado responsable la empresa que hacía los trabajos de la vía. Esto estaría bien y sería motivo de justificado alivio si no fuera por un detallito. El caso viene resuelto desde la Audiencia Provincial desestimando un recurso interpuesto ante la resolución del Juzgado de Primera Instancia, que ya en mayo de 2011 estimó la demanda presentada por la víctima del siniestro.

Sí, yo también me tuve que aprender lo del recurso administrativo, el de alzada, el de reposición, el de revisión y todo aquello, pero no deja de ser hiriente que una víctima del tráfico tenga que lidiar de Herodes a Pilatos sin tener absolutamente ninguna culpa, siendo en todo caso el perjudicado, no sólo porque alguien en su día no hizo bien las cosas sino porque hay todo un entramado que ayuda a ese alguien ad infinitum mientras haya presupuesto para abogados y procuradores.

Por suerte para la víctima y para todos, en esta ocasión las cosas han acabado simplemente en la Audiencia Provincial de Murcia, el caso se ha saldado con una indemnización y, lo más importante, nadie se puede haber quedado con esa cara de tonto que a uno se le queda cuando le dicen que encima de burro, apaleao. Espero muy sinceramente que ni tú ni yo tengamos que saber nunca de qué hablo.

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