A estas horas, cuando todo el mundo parece haberse cansado ya de felicitarme debido a una cuestión por la que en todo caso —y si fuera necesario— habría que felicitar a mis padres, mi mente no está en mi onomástica sino en mi condición de progenitor. No en vano hoy se celebra el Día del Padre en España, y yo me estrené en esas lides hace ya más de 15 años. Sí, y luego repetí.
Me felicitan, y pienso que hacen bien en reconocerme el mérito, la verdad. No es una coña, aunque lo pueda parecer. En muchas ocasiones se observa en los padres una actitud de absoluta protección hacia los hijos durante sus primeros meses de vida... y luego aparentemente les da lo mismo si esa criatura se parte el cuello en el coche, si la atropellan por ahí o si acaba sus días cuando apenas se asoma a la vida, por caerse de un ciclomotor sin llevar bien puesto el casco.
De apagar un incendio a transportar nitroglicerina, para acabar aprendiendo de los chavales
No deja de ser curiosa esa transición del máximo cuidado al máximo descuido. De hecho, esa incoherencia la vivimos muchas veces a lo largo de la vida del niño. Incluso antes de que nazca. Se dice que el traslado en coche hacia la Clínica es la carrera más alocada de tu vida, mientras que la vuelta a casa con el bebé se convierte en el traslado más cuidadoso de tu vida. O de la suya.
Los hay que se van como si tuvieran que apagar un incendio y se vuelven como si transportaran nitroglicerina. Y después, al cabo de los años, se ve que el efecto de la nitroglicerina ha desaparecido, y entonces se dedican a llevar a los niños al cole de pie y entre los asientos, a dejarles que abran la puerta del coche sin vigilar sin viene alguien, a cruzar corriendo la calle y de cualquier manera... En fin, esas cosas que vemos cada día y que los agentes de policía parecen no ver aunque estén por allí ordenando el tráfico. O se les supone.
Pero no he venido yo a hablar de ese libro. Prefiero irme por los cerros de la Educación Vial, ahora que nadie me lee, cuando media España está de fiesta y la otra media está de mosqueo porque tiene que trabajar. Ahora que nadie me lee, me detengo en un artículo escrito por un amigo mío fuera del ámbito del Motor y extracto esas cualidades que, dice, se pueden trabajar con un chaval a tu lado:
- Empatía: sólo puedes entender a tu hijo, en la etapa infantil, poniéndote en su lugar.
- Comunicación: a pesar de las barreras, la comunicación es eficaz por la voluntad de ambas partes y las experiencias compartidas.
- Decisión: los niños, sobre todo los muy pequeños, actúan por impulso, no temen a nada y no se construyen barreras mentales; simplemente actúan para conseguir lo que se proponen.
- Curiosidad: todo lo que les rodea es susceptible de ser explorado; les gusta innovar y poner a prueba los límites de lo aprendido.
- Vitalidad: el torrente de energía de un niño es imparable; hay que estar en forma para seguir su ritmo.
- Resiliencia: la capacidad de recuperación de un niño es inigualable.
- Autenticidad: cuando son pequeños, no existe el miedo al ridículo y su comportamiento es genuino.
- Observación: nada les pasa desapercibido, se fijan en todos los detalles de su entorno.
Y me lo llevo al escenario del Motor, de la Seguridad Vial, de lo que nos rodea cuando conducimos.
Las cualidades del conductor, forjadas desde la infancia con un pelín de interés
La empatía no es únicamente lo que nos separa de ser un Mr. Wheeler cualquiera. Ponernos en el lugar del otro es fundamental para anticiparnos a lo que ocurrirá. Y esto, que para cualquier conductor debería formar parte de su abecé, es fundamental que se le enseñe al niño cuanto antes.
La comunicación es esencial entre conductores. ¿Cuántas veces no nos hemos acordado de medio santoral porque el tipo que va delante nos sorprende con sus esotéricas maniobras sin decirnos nada con los intermitentes, por ejemplo? Circular es conducir en un entorno social. Y en un entorno social la comunicación es fundamental. Si no existe la comunicación, mal vamos.
En el coche, la decisión tiene que ser una, y esa decisión tiene que ser ágil. Además, esa decisión sólo puede venir de un complejo proceso que tiene que ver con la información que adquirimos —en un 90 % de los casos, por la vista—, de la selección que realizamos sobre esa información —esto me interesa para circular, esto no— y del análisis por comparación de eso que vemos con nuestro bagaje como experimentados conductores. Instruir a los niños en la toma de sus propias decisiones no equivale sólo a fomentar su confianza en ellos mismos, sino que obrando así les estamos ayudando a labrarse un futuro como conductores.
La curiosidad que todo niño siente es el mejor camino para la motivación. Sin motivación por la conducción, es complicado que una persona conduzca con la debida seguridad. Por eso, lo mejor que puede hacer un padre por su hijo es motivarlo para que se motive a investigar. Si a un conductor no le llaman la atención la mitad de las cosas que lleva su coche, mal asunto.
¡No te equivoques, que la lías! No, hombre, no. Deja que se equivoque. Y que aprenda de su error, eso sí.
Hago un inciso aquí, porque me lo pide el cuerpo. Y el alma. Una de las cuestiones que más me costaba hacer comprender a algunos de mis alumnos tenía que ver con la visión catastrofista del error que le hemos dado, por lo general, a nuestros hijos. "¡No te equivoques, que la lías!", dice el padre. No, hombre, no. Deja que se equivoque. Y que aprenda de su error, eso sí. La educación en el éxito, concebido este como la ausencia de errores, es un lastre para el aprendizaje de la conducción, que requiere una buena dosis de educación en la resiliencia.
Hala, sigo.
La autenticidad forma parte de nosotros, y es bueno potenciar esa autenticidad cuando hablamos de circular de forma segura. Si no existe convicción, es absurdo que obliguemos al chaval a ponerse el cinturón, a mirar antes de cruzar, a colocarse el casco, a pasar de subir en un coche donde el conductor va como una cuba... y así.
Finalmente, ¿qué decir de la observación? Saber observar es la principal base para comportarse con seguridad en el complejo escenario vial. Ahora que ya apenas formo y/o educo preconductores y me dedico a formar y/o reeducar a conductores profesionales, la mayoría de ellos con hijos a su cargo y con tantos millones de kilómetros a sus espaldas como yo mismo, no deja de sorprenderme cuán chusca es en ocasiones la observación que los conductores hacen de su entorno. Para comprobarlo a pie de pista, sólo tenemos que acercarnos a un golpe chapa-to-chapa de esos que se da la gente en las ciudades y poner la oreja: "Es que no lo he visto". Ya. Pues eso.
Por todo lo dicho, y por más que me callo, hoy agradezco las felicitaciones en el Día del Padre. Soy consciente de que siempre se puede torcer la cosa, pero aún lo soy más de haber puesto y estar poniendo todo de mi parte para que quienes me dieron el cargo cuenten con elementos suficientes como para labrarse su propia seguridad en la calle. Ayer, hoy y mañana.