Mola nuestra DGT, en serio. Se pasaron lustros sin mover apenas una grapa de los amarillentos folios sobre los que se escribieron las normas que regulan nuestro tráfico, y de pronto sacan a la calle todo tipo de normas, seminormas y normatillas con las que retomar las riendas de nuestras carreteras, esas que pueblan los canis descerebrados, los furgoneteros cagaprisas, los ancianos desmoronados… y también conductores normales y corrientes como tú y como yo, de esos que sólo aspiran a llegar a su destino en el menor tiempo posible y, si puede ser, con vida.
110 km/h, 80 km/h, 30 km/h en ciudad… ¿Quién da más? O, mejor dicho, ¿quién da menos? Hombre, menos da una piedra, pero lo cierto es que los cambios propuestos-anunciados-decretados se han sucedido y se están sucediendo a una velocidad inadecuada si tenemos en cuenta las circunstancias que los rodean. ¿A que es paradójico que quienes castigan los excesos de velocidad se muevan de repente como si se hubieran tomado algo insano? ¿A que molan nuestra DGT y los organismos que sin ser Tráfico regulan nuestra circulación?
Estamos ante un problema de comunicación. Si en vez de lanzar globos sonda y píldoras al tuntún para que los de la tele hicieran reportajes escalofriantes y apocalípticos sobre panoramas dantescos, los de Tráfico y compañía se dedicaran a plantear los temas de manera seria, quizá los ciudadanos no se encabronarían cuando les dijeran, por ejemplo, que en algunas calles es mejor ir a 30 que a 50, algo que, por cierto, cualquier conductor con medio dedo de frente ya ve claro sin que se lo digan.
Y a los que no lo tienen claro, basta con hacerles comprender que en cualquier momento pueden saltar a la calzada un par de críos y que si les damos un golpe a 50 km/h (estadísticamente) uno de ellos morirá, mientras que a 30 km/h la probabilidad de acabar enlutados baja al 5%.
Vaya, hemos pasado de un problema de comunicación a que nos traten como a enanos mentales.
La estupidez de la zona 80
Quizá el culebrón de la zona 80 en los alrededores de Barcelona sea el más mejor premium y olé de los ejemplos, y eso que no lo lideró la DGT sino el Servei Català de Trànsit, al que muchos tenemos como un referente más avanzado en materia de seguridad vial que Pere Navarro y sus secuaces.
Oye, que lo mejor del caso es que la idea inicial, la de la velocidad variable, estaba bien traída, pero al pasar de una neurona a otra yo no sé qué ocurrió, que a alguno se le fue la olla y se acabó planteando que equiparar la velocidad de todos a 80 km/h sería una buena medida para disminuir la siniestralidad (falso) a la vez que se mejoraría el medio ambiente (discutible).
Lo que sí puede funcionar es el sistema de velocidad variable, pero depende de que todos los conductores lo acaten sin rechistar (espérate, que se me corre el rímel con las risas). La idea se fundamenta en el principio de que si “estiramos” la caravana de coches como si fuera un muelle, impedimos que al llegar a la ciudad los vehículos colapsen los accesos. Insisto: la idea es buena. Lo jodido es llevarla a la práctica, porque exige que si hay una señal circunstancial de 80, vayas a 80 aunque no vislumbres a ojo de buen cubero el problema que motiva esa velocidad. Necesitas creer.
Y ser creyente, con la que está cayendo, es complicado, y más si no se explican bien las cosas. Al final, queda el mensaje de que “hay que correr menos”, un mensaje que encima se suele tergiversar con barriosesamadas de esas que tanto gustan a los de la tele para ser degustadas en el bar entre cañas, chocos y bravas, que a los ciudadanos anónimos (que por no tener no tienen siquiera un nombre) no hay que agobiarlos con razonamientos que no acabarían de comprender, pobrecicos.
Lo de los 110
Otra más. Como todo el mundo sabe, los moros son muy malos y a la primera ocasión que tienen te montan un conflicto social que todo lo desestabiliza, lo que repercute en el precio del crudo (siempre al alza, eso sí). Esto aumenta la factura energética de nuestro país, así que hay que rebajar la velocidad si queremos llegar al mañana felices y contentos. Para conseguirlo, reducimos la velocidad en autopistas y autovías a 110 km/h y así todos gastamos menos en el país de las gominolas.
Brillante, como el arroz.
Y para darle una vuelta de tuerca al asunto, apelamos a la voluntad de todo conductor para evitar la siniestralidad vial, que eso siempre queda bien. Total, a menor velocidad menor número de choques, ¿verdad? Si baja la velocidad aumenta el tiempo de que disponemos para reaccionar en un espacio determinado (v=e/t) y, además, a menor velocidad, menores son los daños registrados cuando se produce una colisión (Ec=1/2mv2). Miel sobre hojuelas, ¿no?
Pues no. O sí, de acuerdo. Con la Física en la mano estamos todos de acuerdo con la idea, pero no cuando se pone en práctica de una manera coercitiva. Si hablamos de concienciación por el ahorro hablamos de concienciación por el ahorro. Y si hablamos de regateo cual zoco marraquechí, hablamos de regateo cual zoco marraquechí. Que si se recauda más, que si se recauda menos… ¿Pero no estábamos hablando de ahorro energético?
Veamos… ¿Cuánto, dice usted? ¿Un 10%, un 15%? Ah, no, que al final nos quedamos entre el 5% y el 8%. ¡Qué buenos son los hermanos gobernantes! ¡Qué buenos son, que la aciertan a capón! Ya me extrañaba a mí que fuera para tanto… Y eso, sin tener en cuenta cuántos conductores habrán reducido su consumo en hidrocarburos porque simplemente les picaba el bolsillo o porque en su puesto de trabajo les han tendido un finiquito y ahora ya no sacan tanto el coche a la calle porque, total, ¿para qué?
Vale, aceptamos cefalópodo: hemos ahorrado porque antes todos íbamos a 120 km/h y en estos cuatro meses hemos aprendido conducción eficiente con sólo ver la cara de Miguel Sebastián en la tele. Llegados a este punto, planteémonos un razonamiento paralelo sobre esta medida transitoria, otrora aprobada y ahora derogada:
a) Estamos ante una doble cortina de humo, servida de febrero a junio.
b) Estamos ante una doble cortina de humo con propina electoralista.
c) Voy a apagar el ordenador, que empiezan los Teletubbies en la tele.
Márquese la opción correcta para ir cerrando los debates de taberna que se han mantenido estos días, que mientras peleamos por los 120 no vamos más allá. En este sentido, resulta hasta sainetesco que una sola semana antes del decretazo hubiera una propuesta de la Generalitat catalana para elevar la velocidad a 130 km/h. Emociona ver tanta coordinación entre nuestros políticos.
Y el caso es que no veo claro aumentar velocidades con el panorama que tenemos, porque antes de pasar a mayores tendríamos que hablar de cómo (no) se guardan las distancias de seguridad en nuestras carreteras, en las que yendo a sólo 120 la gente deja un hueco ridículo para lo que necesita un coche por delante.
Ay, hablando de distancias…
Una chevronada vial
Nunca una idea tan buena fue tan mal aplicada. Con todas las salvedades del mundo, porque las hay, las marcas para ayudar a calcular distancias de seguridad tienen su parte positiva. La negativa es que las marcas no se mueven cuando la velocidad o la adherencia varían. Es decir: no se adecuan (o adecúan) a la variabilidad del tráfico.
Pero una vez admitido esto, digamos que al conductor le cuesta decir “mil ciento uno, mil ciento dos” entre que el coche de delante pasa por un punto fijo de la vía y que pasa él. Aceptemos que no sabe contar hasta dos segundos para establecer un intervalo de seguridad que será proporcional a la velocidad a la que circula. Habrá que ayudarle. ¿Cómo? Con pintura blanca.
Y entonces viene cuando Ponle Freno propone que se pinte la distancia de seguridad (perfecto) y (vaya, hombre) se adopta el sistema de chevrones (españolizado a partir del francés chevron, sí) en vez de adoptar uno menos intrusivo como el de la línea discontinua en el arcén, que se emplea en Francia: una línea, peligro; dos líneas, seguridad.
Digámoslo claramente: por mucho que se le aplique una capa antideslizante a la pintura, lo de los chevrones es una chevronada para los moteros. Y eso, si la pintura antideslizante existe en España, que está por ver, y si la pintura se mantiene en óptimas condiciones de mantenimiento (segunda carcajada del día, los vecinos van a pensar que me he vuelto loco).
Lo gracioso del caso es que a veces uno se encuentra en nuestro país con líneas discontinuas en el arcén, a la francesa, aunque nada indique que se trata de un sistema para regular la distancia de seguridad. Es el caso de la AP-7 a su paso por Santa Perpètua de Mogoda, en Barcelona.
Por cierto, qué pintan esos vehículos en triplete es una de esas cuestiones que uno no acierta a comprender, aunque supongo que la campaña en pro de la circulación por el carril derecho queda aplazada sine die. Bueno, vale, seamos justos, los del Servei Català de Trànsit sí que usan los paneles de mensaje variable para pedir que circulemos por la derecha.
Y hasta aquí, lo que ha dado de sí esta recapitulación de Cosas nuevas que se está encontrando el conductor medio en los últimos tiempos sin que nadie le explique claramente el porqué de las cosas, pero como este era un título demasiado largo, me he decidido a extractar un poco más las ideas.
¿Que me he dejado cambios normativos de reciente aplicación? Pues claro, no quiero saturar los servidores de Weblogs SL con este texto. Pero démosle tiempo a Navarro y los suyos, demos tiempo a que las modificaciones pasen el trámite parlamentario y dejémonos influir por todas las opiniones que se publicarán en los medios, que tenemos diversión asegurada para rato.