Los departamentos de tráfico de las ciudades y la ingenería del transporte intentan planificar las calles, carreteras y carriles bici de la manera más objetiva posible, para que sean más funcionales y se adapten mejor a las condiciones reales de uso, hasta donde sea posible, y considerando la relación entre costes y beneficios. Para ello no hay otra opción mejor que conocer cuál es el uso real que tienen y las necesidades que aparecen.
De manera tradicional este conocimiento venía de la observación. Si se ve que un cruce se atasca a menudo, los conductores se quejan, y también hay informes de la policía local acerca de esa saturación y atascos de tráfico, entonces es que hay un problema en ese cruce y hay que buscar una solución. Y lo mismo con una carretera, si resulta que se forman embotellamientos cada dos por tres.
La tecnología también se aplica para estos casos. Lo normal es utilizar contadores en la calzada o incluso las cámaras de control de tráfico, para conocer los flujos de vehículos que hay en un determinado punto, y si hay más o menos tráfico. Esto en el fondo es lo mismo, pararse a mirar si pasan más o menos coches, y si se forma atasco o no, solo que a distancia.
La desventaja de estos sistemas de contabilización y control a distancia es que no son baratos y tampoco permiten controlar todas las calles ni todas las carreteras, porque habría que llenar todas las calles, cruces y carreteras de contadores y de cámaras, algo que resultaría demasiado costoso, y hasta incómodo.
El GPS no solo nos dice dónde estamos
Las nuevas tecnologías, y en especial los dispositivos GPS, tienen una utilidad que inicialmente no se había pensado. ¿Qué dispositivos son esos? Pues algo tan sencillo, y ahora mismo tan asequible, como un navegador GPS, portátil o integrado en el coche, o algo tan habitual como un teléfono móvil. El GPS se puede aprovechar para conocer por dónde va y a qué velocidad va un vehículo, si el GPS es del tipo conectado (es decir, con una conexión de datos móvil, propia o compartida).
Los primeros en utilizar esta información que da un dispositivo GPS fueron los fabricantes de navegadores GPS portátiles y los proveedores de mapas, como por ejemplo TomTom (TeleAtlas) o Here (NavTeq). Al funcionar, el navegador GPS no solo recibe la señal del satélite para ubicarnos en un mapa y decirnos por dónde debemos ir para llegar al destino, sino que también envía una señal que los servidores de TomTom, Here (o el que sea) computan.
Así se puede conocer en tiempo real cuántos coches con un GPS están pasando por tal o cual calle, se puede conocer también si están avanzando a más o menos velocidad, se puede ver a qué horas pasan más coches y a qué horas pasan menos, o se puede ver también en qué sentido van a una determinada hora y en qué sentido van a otra. Así se tiene una información más importante de lo que parece a priori sobre flujos e itinerarios.
Estos servicios de TomTom, Here o Google Maps aprovechan estos datos por ejemplo para saber dónde hay un atasco de tráfico, porque en esa zona y en ese momento la velocidad de desplazamiento que indican los GPS es notablemente menor que la que sería normal. Pero no tiene por qué ser solo eso.
Precisamente todo esto de recibir millones de datos en tiempo real y de computarlos en grandes ordenadores y servidores, es lo que se conoce como Big data, y hay empresas que se especializan en manejar todos estos datos. Hay que tener presente que estos datos no pretenden identificar a tal o cual conductor en particular, ni saber si a tal hora está en tal sitio o en tal otro. Los datos se manejan de manera anónima, sin la identificación del usuario, porque lo que realmente importa es si había 100 coches en el km 20 de la autovía A3 a las nueve la mañana del lunes, o si había 1000, y si pasaron a 120 km/h o iban a 40 km/h.
El smartphone también hace las veces de GPS
Pues bien, aunque no tengamos un GPS propiamente dicho en el coche, lo que ya casi todo el mundo lleva consigo, a todas partes, ya vaya caminando, en bici, en moto, en coche... es su smartphone. Y claro, un smartphone también incorpora un módulo de localización GPS y eso nos da la misma información útil.
Así que si vamos en nuestro coche con el teléfono, y su GPS activado, un centro de computación puede estar registrando esos datos. Pero si vamos en una bici, y llevamos el teléfono, también, y si vamos a pie, exactamente igual. Aquí entra la parte de software del teléfono, que hace realmente útil la parte hardware.
Si vamos en el coche, lo suyo sería ir utilizando una aplicación del teléfono específica para el coche, por ejemplo uno de esos programas de navegación GPS que comentábamos antes (TomTom, por ejemplo). En cambio si vamos en bici, puede que estemos utilizando una aplicación para la bici, como Strava, por ejemplo, que sirve para consultar luego en casa la ruta que hemos realizado. Y si vamos caminando podríamos utilizar una aplicación de cuantificación, con o sin pulsera, de esas que cuentan la distancia y las calorías quemadas (como Runkeeper, por citar una).
Así que además de la aplicación en sí, nos encontramos con que la empresa que tiene esa aplicación para el coche, está a su vez gestionando datos de cuando vamos en coche. La empresa que tiene esa aplicación para la bici, está también a su vez gestionando datos de cuando vamos en bici, y la empresa que tiene esa aplicación para ir a pie, a su vez está gestionando datos de cuando somos peatones.
Cruzando los datos sobre un mapa se obra la "magia"
Y esos datos son muy precisos, pues cada usuario de la calle o carretera está enviando los suyos, en tiempo real, esté dónde esté. Y así podemos saber si en un calle están pasando muchos coches, y se necesita un carril más, o podemos saber si por esa calle están pasando muchas bicis, y sería necesario poner un carril bici, o podemos saber si están pasando muchos peatones, y por tanto habría que ensanchar las aceras.
Toda esta información, superpuesta por capas sobre un mapa, da una información realmente útil. Por ejemplo para conocer las rutas más usadas por los ciclistas. O para ver si es necesario abrir una nueva avenida que comunique un barrio de la ciudad con otro, o para comprobar que una calle tiene muy poco tráfico de coches, y mucho tráfico de peatones, y que podría peatonalizarse fácilmente.
La precisión a la que llega este registro de datos es muy alta. Por ejemplo con la aplicación Strava se pueden localizar los puntos conflictivos de la ciudad para la bicicleta, porque la velocidad de los ciclistas diminuye, por ejemplo en un cruce peligroso, o porque los ciclistas intentan evitarlo a toda cosa y prefieren tomar una ruta diferente, aunque esté más desviada y sea más larga.
Las posibilidades son muchas. Se puede ver si por una calle los coches circulan demasiado rápido, y entonces habría que tomar medidas de pacificación del tráfico, o justo al contrario, si por una calle resulta que los coches ya pasan a velocidad moderada, y no es necesario instalar incómodos resaltos para reducir la velocidad.
Hay muchas ciudades que están contratando los servicios de computación de datos de estas empresas, para así saber cómo está el tráfico en tiempo real, qué calles son más peatonales o cómo mejorar el uso de la bici en la ciudad, entre otras muchas cosas.
Y al final, todo esto lo que significa es que todos y cada uno de nosotros, con ese aparatito que llevamos en el bolsillo, y sin darnos cuenta, con el uso que hacemos a diario de las vías públicas, participaremos en el diseño, cambios y planificación de las calles, carreteras y carriles bici.
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