Sentarse en el coche en invierno, tras una larga noche aparcado (aunque esté en el garaje), no es precisamente una cálida bienvenida. Los asientos calefactados llegaron allá por la década de los 70 para solucionarlo. No es un imprescindible en un coche, pero se agradece enormemente en los meses más fríos del año.
¿Y cuál es la magia que hace que un asiento caliente espalda, nalgas y piernas? La misma que la de una estufa eléctrica, pero embutida bajo la tapicería del un asiento. Aunque tiene algo de miga.
Como una manta eléctrica, pero en el asiento de tu coche
Los asientos con calefacción son bastante recurrentes hoy en día: ya los encontramos en coches que no son premium, ya sea como extra o incluidos en sus acabados más completos. Ya 2010, un tercio de los coches que circulan por EEUU los equipan. Su principal ventaja es que calientan más rápido, y eficazmente, el cuerpo del ocupante que la climatización del coche siendo así más eficiente.
Así funcionan los asientos calefactables. A grandes rasgos, los asientos calefactados van equipados con una resistencia en su interior: al activarse, calienta el asiento mediante corriente eléctrica al convertirla en calor, que a su vez se transfiere directamente al ocupante. Su principio es el mismo que el de una manta eléctrica o un calentador portátil, por ejemplo.
Este sistema de calefacción va colocado entre el relleno de espuma del asiento (a la que se fija) y la tapicería del coche. Se trata de una almohadilla de fieltro donde van colocados varios cables, o hilos, que transmiten dicho calor.
Éstos pueden ser de varios tipos de materiales: acero inoxidable, acero con níquel, zinc, cobre u otro tipo de elementos conductores. También de fibra de carbono. Su disposición también varía por tejido de tiras (cosidos en forma de meandro), con elementos calefactores paralelos, con impresión a presión...
Pero además de esta almohadilla de fieltro cableada, los otros elementos claves de este sistema son el controlador y un termistor de coeficiente de temperatura negativo (NTC). El termistor monitorea la temperatura del asiento y la envía al controlador, que regula la temperatura. Esto evita que sea demasiado elevada protegiendo al propio circuito y al ocupante de quemarse.
Así, a grandes rasgos, es como opera este bendito sistema que hace los asientos muchos más confortables cuando el frío aprieta. Que sea más o menos caro depende de la calidad de los materiales o de si permite ajustar la temperatura. Normalmente en los que equipan las marcas en sus coches sí que se puede regular con varias posiciones para aumentar o disminuir la temperatura.
Mejorando el confort al volante, pero siempre con mesura. Más allá de hacer un frío asiento mucho más confortable, esta tecnología también tiene otras ventajas. Por ejemplo no tentarnos de conducir con el abrigo puesto, lo que no es recomendable pues resta movimientos e incluso pueden multarnos si por ello provocamos un accidente.
Pero también es beneficioso para personas que sufren de dolores lumbares, al mitigar la inmovilidad durante largas horas de viaje. Y actúa como calmante del dolor como lo hace una manta eléctrica.
No obstante se recomienda no abusar de este sistema, sobre todo en el caso de personas con problemas cardiovasculares. Además, es esencial que disponga de un sistema del control del calor y que esté correctamente ajustado o puede provocar quemaduras en personas que tienen déficits sensoriales en las extremidades inferiores. No es habitual, pero al no estar definido como estándar como tal se han dado casos.