Para que luego digas que no me leo lo que me cuentas. Esto que va a salir hoy de mi pluma viene dado por una magdalena proustiana en forma de comentario. Uno de buruburu, para ser precisos. Lo escribió a raíz del niño aquel que se dedicaba a sus labores (tocar las narices, mayormente) en medio del tráfico de alguna ciudad china, y el hombre tiene más razón que un santoral entero.
Antes de reproducir (parcialmente) el discurso de buruburu, te cuento que hoy la cosa, aquí en fauna en ruta, va de diferencias culturales en un primer término; pero luego, a la que rasco un poco, inevitablemente me sale uno de mis temas favoritos en esto de la circulación con vehículos, la seguridad vial y otras hierbas: la adaptación al medio. Y ahora sí, voy con lo que decía buruburu:
Nuestro problema es juzgar una situación muy distinta a la nuestra (occidental) con nuestras categorías mentales. (...) En el vídeo lo que se ve es un tráfico selvático, caótico, no ordenado: motos que cruzan por los pasos de peatones, giros a la izquierda invadiendo el carril contrario sin respetarlo, mezcla de coches, bicis, motos y peatones, etcétera. Y no pasa nada porque todos los participantes "conocen el entorno" en el que se desenvuelven. Conducen despacio y con precaución, por las inevitables sorpresas que se van a encontrar. Tocan la bocina sin parar, para que los demás se sitúen y sepan que hay una situación de riesgo, etcétera. (...) El orden tiene sus ventajas, y aquí en la vieja Europa estamos muy acostumbrados al mismo. Pero, además de defendernos, el orden nos encorseta y esclaviza. Nos "atonta": muchos de nosotros seríamos incapaces de circular en ese ambiente caótico, no sabríamos hacerlo.
Digresión antes de continuar con el tema que nos ocupa. Si un profe de Redacción Periodística que yo me sé me viera metiendo una pedazo de cita tan larga como esta, me retiraba hasta el saludo, pero es que las palabras que he conservado del comentario de buruburu me parecen muy adecuadas todas ellas, sin excepción. He metido tijera, pero la justa. Fin de la digresión.
Es decir, que más allá del debate sobre la percepción del riesgo --que daría para unos pocos ratos-- uno se acostumbra a lo que hay, y vive el orden o el desorden en función de lo que ha aprendido. Así que si viajamos hasta China o Vietnam o la India o Italia o... y contemplamos el tráfico nos asustamos de lo que vemos en la misma medida que Paco Martínez Soria decía que la ciudad no era para él. Como el mito de Tarzán en Nueva York, pero con boina y con maleta de cartón.
La adaptación al medio, clave de la seguridad
Y si nos pasamos unos días en un entorno hostil de ese tipo no experimentaremos demasiados cambios en nuestro comportamiento como usuarios de la vía, quizá sintamos que ponernos al volante es algo temerario. Es lo que le pasa a más de uno cuando decide emprender una bonita ruta turística por el Sur de Italia para relajarse... y vuelve a casa con el pelo rubio de la impresión.
Al cabo de unas semanas, la impresión se habrá relativizado, el conductor volverá a tener el pelo como lo tenía y aunque siga mosqueado con el entorno, habrá aprendido a sobrevivir en él. Y al cabo de unos meses, irá haciendo exactamente las mismas pirulas que tanto le mosqueaba que le hicieran los demás cuando llegó. El triunfo de la adaptación, renovarse o morir.
Supongo que el retrato no te ha sorprendido demasiado y que piensas que, bien mirado, buruburu llevaba razón en su comentario. Hombre, también es cierto que en países con tráfico caótico hay más siniestralidad vial y que en países donde no hay tantos corsés normativos... cuidado, porque no tiene por qué haber un elevado número de víctimas de la carretera.
Lo primero se explica por sí solo (creo). Para lo segundo, no puedo evitar acordarme de la sorpresa que me llevé al circular por Noruega y por Suecia y comprobar que no hace falta malgastar presupuesto en ultraseñalización para conseguir reducir el número de víctimas, o pienso también en las experiencias piloto de ciudades sin más normas que las que dicta la cortesía. Cuestión de ser sinceros y optar por la educación vial sin reparos, a todos los niveles: desde arriba y desde abajo.
La adaptación al medio, contra el hábito
Y ahora viene el momento en el que encontramos una piedra en el camino, y esa piedra no es otra que el hábito, que obstaculiza en parte que nuestra adaptación al medio no sea todo lo veloz que quisiéramos. Explicado en dos patadas, resulta que para adquirir un hábito primero comenzamos repitiendo actos de forma consciente, luego entramos en la rutina de esos actos, y cuando los integramos como propios y los realizamos de forma autónoma, sin pensar, es cuando hemos logrado nuestro propósito.
En la conducción funcionamos con hábitos, y bueno es que así sea, pero esos hábitos nos la pueden jugar cuando necesitamos adaptarnos al medio, algo que no es sólo recomendable cuando viajamos a Pekín o a Roma, sino en cualquier momento de nuestra vida como conductores, ya que si hay un entorno cambiante ese es el entorno vial.
Vamos, que para ir bien tenemos que llevar unos hábitos bien integrados relativos a la conducción segura que nos permitan ir arriba y abajo sin plantearnos demasiadas cosas, en modo automático, pero también necesitamos saber pasar rápidamente a la acción cuando tenemos que adaptarnos súbitamente a los cambios. Y si no tenemos bien adquirido el hábito de relativizar los hábitos en función del entorno cambiante, mal asunto.
Ah, sí, un detalle adicional: un hábito sólo se quita adquiriendo otro hábito. Llevo toda mi vida mordiéndome las uñas. Para abandonar ese hábito, recurrí primero al mordex, pero como le pillé el gusto (asqueroso) a esa sustancia, me tuve que quitar el vicio de meterlo hasta en la ensalada. Y empecé entonces a darle al whisky. Pero como iba trompa todo el día, decidí dejar de beber y me puse a fumar. Ya con una tos que me moría, abandoné los cigarrillos y me hice a las piruletas. Pero los dientes se me caían a puñaos... Total, que me muerdo las uñas y encima me sale gratis.
Es decir, que sólo siendo conscientes del problema que nos supone alterarnos cuando vemos desorden a nuestro alrededor podemos cambiar esa forma de analizar la situación para integrarnos en ese caos aparente y acabar siendo uno más de ese flujo circulatorio. Tanto da que estemos circulando por Roma como que lo hagamos en Valencia, girando en un rotondón de tráfico pastoso. Oye, si te fijas, cuando un yanqui nos ve darle vueltas a una rotonda se cree que nos hemos vuelto todos locos. Como nosotros cuando vemos un vídeo como el de antes.
Bueno, vale, lo de la rotonda no ha sido un buen ejemplo. Pero la idea de fondo es la misma.