No sé si te conté de dónde salió esto de llamar fauna en ruta a fauna en ruta. Estábamos Javier Costas y yo ideando cómo se desarrollaría la sección, Costas sugirió como nombre, sacando la carta Félix Rodríguez de la Fuente, El hombre y la carretera; y a partir de ahí fue degenerando la cosa hacia el punto más animal de la cuestión. "Fauna en ruta", dije yo. Lo vi claro.
¿Por qué, fauna? Bueno, siempre he sentido que las personas somos animales, y más cuando poblamos las carreteras. Y lo de en ruta me pareció más poético que en carretera. Además me recordaba a una serie de camioneros que había por ahí cuando yo era un zagal (la de Sancho Gracia, no; la americana: 'Movin'On', que aquí se llamó 'En ruta'). Y hoy hablamos de fauna que es fauna, ni que sea por alusiones a la selección cánida de Pávlov.
Como ves, hay al menos una acepción se amolda bastante a lo que representa buena parte de nuestros compañeros involuntarios de ruta. Va por ellos hoy. Pienso ahora en los dos grandes culebrones viales que hemos vivido los últimos 15 días: de un lado, el caso de Japito. Del otro, el de Ortega Cano. Y por si acaso no sabes de qué te hablo, ahora mismo te lo cuento.
Lo de 'Japito'
A Benjamín López Rojo lo conocen en su tierra como Japito. Tiene 23 años y en su haber cuenta con un palmarés preocupante para cualquier conductor con dos dedos de frente. Dicen de él que es el conductor más temerario de España, aunque no tenga permiso de conducir (y hago hincapié en la palabra permiso). Relacionado con grupos de delincuencia, no tiene delitos de sangre, aunque cuando coge un coche va a tabla sin que le importe nada lo que le rodea.
Podía ser un joven normal porque en el trato diario es un chaval encantador, pero cuando coge un coche se convierte en un asesino.
Esto es lo que dice su abogado. La historia de Mister Walker y Mister Wheeler, vamos. ¡Qué conmovedor! En sus andanzas, Japito ha tenido trillones de ocasiones de liársela a cualquiera que se cruzase en su camino. ¿Que no hay para tanto? Bueno, si tenemos en cuenta que basta un solo instante para que una vida cambie por completo... echemos cuentas.
Y hasta ahí quería llegar yo. Quizá el caso de Japito sea un caso extremo y raro de banalización del volante, sí, pero eso no quita para que constituya el paradigma de lo que significa no dar suficiente importancia a lo que es llevar un coche entre manos.
Y, puestos a elucubrar, si Japito se hubiera llevado a alguien por delante, ¿qué diferencia habría habido entre su víctima y la víctima de un conductor no delincuente que no da la suficiente importancia a lo que hace cuando está a los mandos de un trasto de acero de 1.200 kg de masa?
Lo de Ortega Cano
Añadamos un incentivo a este cóctel en forma de consecuencia; y para ilustrar lo de la consecuencia, nada mejor que sacar el reciente ejemplo del torero condenado a dos años y medio de cárcel, retirada del permiso durante tres años y tres meses, y una indemnización para la familia del fallecido, Carlos Parra, de 170.000 euros.
Hago un paréntesis para hablar someramente de una pena de prisión que quizá con el tiempo se vea reducida, de una retirada del permiso absurdamente breve y que llega con retraso, y de esa indemnización económica. Por si te habías preguntado cuál es el valor de tu vida, eso es lo que cuesta un Carlos Parra en los juzgados. Y carpetazo al asunto.
Pero volvamos a la noche de autos. Digamos que Ortega Cano realizaba maniobras extrañas. No voy a decir que Ortega Cano circulaba con una tasa de alcoholemia superior a la legal, aunque intuya que eso fue así en el mundo real (ese que queda lejos del mundo judicial), porque no tengo ganas de ver a Julio Alonso declarando en un tribunal otra vez por mi culpa, que aunque aquella vez saliera bien... a saber. Y sí, las amenazas es lo que tienen, así que no diré que Ortega Cano iba borracho.
Lo que sí diré, si al abogado de Ortega Cano no le sabe mal, es que en la conducción de su defendido y condenado murió una persona. Es lo que decíamos de las cosas que pueden pasar en un mero instante. ¿Quién le habría dicho a Ortega Cano, cuando se puso a los mandos de su coche, que aquella noche alguien moriría sin comerlo ni beberlo?
Ah, pero esa no es la pregunta. La pregunta es: ¿quién le habría dicho a Carlos Parra que aquella noche moriría sin comerlo ni beberlo ni entender cómo ni por qué? ¿Quién le habría dicho a los familiares de Carlos Parra que aquella noche se quedarían sin su familiar y con la sensación permanente, de aquí hasta que les llegue la muerte a cada uno de ellos, de estafa moral?
Todo, todo, por un instante. El instante que lo cambia todo.
¿Qué tienen en común 'Japito' y Ortega Cano?
No nos engañemos. El instante llega porque llega, y ahí están los factores concurrentes que hayan señalado los informes periciales y aceptado o desestimado luego los togados, pero antes de ese instante hay todo un trabajo de fondo. Por ejemplo, el que realizaba Japito cada vez que decidía hacerse al monte con el coche, acelerando sin importarle lo que hubiera delante suyo. No conozco a nadie que lleve apuntado en su agenda: "Hoy toca pegármela con el coche", pero sin duda más de uno va apuntando maneras cada día con sus actos.
Sabemos, porque para algo hemos estudiado más allá de la A, la E, la I, la O y la U, que en esto de llevar coche resultan cruciales los hábitos. Como en materia de conducción hablamos de una tarea mecanizada, aprendemos a base de repeticiones. Y como en materia de circulación hablamos de una serie de decisiones también automatizadas (aquello de la conducción subconsciente), nuestras actitudes se amoldan a lo que vamos aprendiendo, y en función de esas actitudes decidimos, claro.
Total, que es muy fácil (tremendamente fácil, hasta un imbécil o un borracho lo conseguirían, y Japito y Ortega Cano también, aunque no se encuentren en los grupos demográficos mencionados) pensar que como no me ha pasado nada nunca, nada me pasará jamás. Eso es una tontería. "No me ha pasado nunca" se complementa a la perfección con un adverbio tan inquietante como luctuosas pueden ser las consecuencias. Y ese adverbio es todavía. En su primera acepción, claro.
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