Así que sin planteárnoslo demasiado llegamos, un año más, al mes de las vacaciones por excelencia. Aunque personalmente no conozco un agosto de vacaciones desde mis tiempos del instituto --y ni así, porque por entonces aprovechaba para ganarme unos durillos trabajando-- me consta que para más de uno agosto es el mes de cambiar de hábitos. Y en ese cambio algunos incorporan una tarea que no realizan de forma habitual: desplazarse en coche.
A ti, que llevas gasolina por las venas, te parecerá extraño que haya quien no toca un coche en todo el año. Pero tenemos el dato por ahí de un 42,14 % del censo de conductores que durante el año sólo se ponen al volante de forma ocasional. Y en agosto algunos de ellos deciden salir a la carretera, de manera que en total aumenta el tráfico estacional en un 72 %. No sería este un mayor problema si no fuera por las consecuencias que conlleva.
Hace unos cuantos años se produjo en España un fenómeno curioso que ha sirvió para acuñar un término no menos curioso: dominguero. Las familias que vivían de forma absolutamente espartana comenzaron a tener la posibilidad de acceder a un utilitario con el que salir a pasar un día fuera de la gran ciudad.
Luego vendría lo de buscarse una segunda casa en la que pasar el fin de semana, pero de momento, a falta de otra cosa, el domingo era el día ideal para ponerse a los mandos del coche y salir a tomar el aire. Y el fenómeno dio para descubrir que no todos los que se ponían al volante de forma esporádica eran expertos en el arte de la conducción, precisamente.
Y lo de ser declarado dominguero pasó a tomarse como algo despectivo, casi a nivel de insulto.
Han pasado los años y las cosas no han variado demasiado en ese aspecto. Con los datos que nos ofrecía hace unas semanas un estudio de esos que se publican para conseguir por parte del que paga cinco minutos de gloria en los saturados medios, resulta que la probabilidad de siniestro vial es mayor entre quienes conducen de forma esporádica.
La desproporción de probabilidades alcanza el 45 %, según la escuetísima nota de prensa de aquel estudio que no me voy a molestar ni en referenciar. Pasado a números absolutos, si los conductores habituales tienen un choque o similares cada 39.356 kilómetros, los no habituales se la pegan cada 21.641 kilómetros. Esto, visto con todas las trampas estadísticas que queramos, ojo.
Hábitos de conducción y bagaje para circular
Conducir y circular son actividades que realizamos mediante hábitos integrados. Esto es algo que se aprecia muy bien durante el aprendizaje de la conducción y que forma parte del abecé de cualquier profesor. Primero aprendemos una secuencia de tareas, después esa secuencia la hacemos costumbre mientras la repetimos de forma consciente, repasando mentalmente cada repetición; al final, interiorizamos esa secuencia de tareas y ya no le prestamos demasiada atención.
Para circular con un coche, necesitamos tener integradas montones de tareas, unos hábitos, ya que eso nos permite accionar los mandos del vehículo (lo que yo denomino conducir) de forma subconsciente mientras nuestra conciencia la tenemos puesta en los elementos del tráfico y la vía (lo que yo denomino circular). Luego ya haremos consciente la conducción subconsciente cuando haya un estímulo que nos llame especialmente la atención.
¿Qué ocurre cuando un conductor coge el vehículo de uvas a peras? A pesar de la integración de hábitos durante el aprendizaje, la conducción subconsciente precisa una cierta constancia, sobre todo porque con la constancia tenemos un afluente de experiencias que nos enriquecen como conductores. Ese bagaje es lo que nos da elementos para tomar decisiones adecuadas.
Es cierto eso que se ha dicho siempre de que montar en bici no se olvida nunca, pero hablamos de cosas diferentes. Lo que nuestro cerebro recuerda para montar en bici son cuestiones mecánicas. En el coche necesitamos bastante más que accionar mandos. Necesitamos detectar estímulos útiles, evaluar situaciones, elaborar respuestas y ponerlas en práctica a una velocidad elevada mientras nos movemos, mientras parte del entorno se mueve y mientras otra parte sigue estática.
Y es ahí donde puede estar la razón principal por la que el conductor ocasional, según las estadísticas, representa un riesgo mayor para sí mismo y para los demás. No tanto porque se le haya olvidado dónde está el retrovisor, sino porque quizá no tiene fresco cómo reaccionar cuando hay un coche en su ángulo muerto. No tanto porque no sepa cómo frenar, sino porque quizá no tiene presente lo que son 1.300 kg lanzados a 120 km/h.
Y así podríamos ir dando ejemplos. A conducir se aprende con facilidad porque es una actividad meramente mecánica que puede hacer hasta un chimpancé amaestrado. Circular es algo mucho más serio que no acabamos nunca de aprender al 100 %. Y si nuestro aprendizaje está inconcluso interrumpirlo es, por definición, un error.