¿Qué es un buen conductor? ¿Y tú me lo preguntas? Buen conductor eres tú, y yo, y aquel que pasa por ahí. Y hasta aquel otro que no ha tocado un coche en su vida. Buenos conductores somos todos. Y puestos a decir, malos conductores, supongo que también.
Lo malo de lo bueno y lo malo es que el malo se cree bueno mientras etiqueta a quien no es él mismo como malo. ¿Habré sido bueno al hacer este resumen tan malo? Demasiado maniqueísmo veo. ¿Quién elige qué es lo bueno y qué es lo malo? Bah, qué filo más chungo presenta eso.
No creo en la distinción entre buenos y malos conductores, lo del bueno y el malo me suena más a forzoso parámetro que sirve como base para guiones de serial televisivo que a una forma seria de etiquetar a las personas que se valen de un vehículo para ir de un punto A a un punto B en armonía con el entorno. Y ya que por naturaleza necesitamos etiquetar, seamos un poco más rigurosos.
Quienes me hayan leído con asiduidad en Circula Seguro, o quienes me hayan sufrido como profesor en el aula, sabrán que en unas cuantas ocasiones he aludido al continuo seguridad-riesgo como principio para comprender de qué hablamos cuando nos referimos a la seguridad vial.
Seguridad y riesgo en la carretera
¿Qué es el continuo seguridad-riesgo? Veamos. Aun a riesgo de parecer homeostático o incluso zen, comenzaré recurriendo a esa verdad universal que asegura que en el equilibrio está la virtud. Pero un equilibrio es difícil de alcanzar, y dificilísimo de mantener.
La seguridad vial presenta un continuo entre máxima seguridad y máximo riesgo en cada norma, en cada señal, en cada actitud del conductor al interpretarlas y ponerlas en marcha… A medida que nos acercamos a un extremo de este continuo, nos alejamos del extremo opuesto.
Imaginemos el ejemplo de la velocidad. Podríamos establecer una analogía y decidir que lo más seguro sería dejar el coche en casa. Así, seguro que estaríamos a salvo de tener un choque. Pero, claro, muy ágiles no seríamos a la hora de llegar a los sitios. Por el contrario, irrumpir en una callejuela llena de peatones a 415 km/h sería el colmo de la eficacia para alcanzar nuestro destino, pero… ¿sería seguro?
De ahí que cuando se trata de velocidades y alguien sale con la broma de boina enroscada y calada hasta las orejas consistente en decir: “pos vayamos todos a 20 por hora por la autopista y asín no nos matamos” yo sonría buscando su complicidad… hasta que veo que el tío va y lo está diciendo en serio. Y entonces me deprimo al ver que realmente existe gente así.
Y no, hoy no hablo de velocidades. Era sólo un ejemplo.
¿Están locos estos romanos?
Sigamos pues con la idea del continuo seguridad-riesgo. Toda actividad ligada al mundo del volante se halla inmersa en ese escenario de posibilidades. Dependiendo de la actitud que tengamos frente a cada situación, optaremos por una solución más o menos equilibrada.
Por seguir con la analogía de la velocidad, no por nada sino porque se entiende de forma muy plástica: hay días que nos ponemos a conducir y vamos algo por debajo de los límites, otros días nos da por pisarle un poco más, unos días somos exquisitos con el apego a las normas y otro decidimos que por hacer tal o cual cosa tampoco pasa nada…
Eso hasta cierto punto es normal, siempre y cuando oscilemos en torno al necesario equilibrio entre seguridad y riesgo y no derivemos de forma excesiva hacia ninguno de los dos extremos.
Este mismo esquema nos sirve para manejarnos con el resto de las innumerables variables que nos presenta el tráfico. Si te lees el Reglamento de la Circulación de pe a pa (son menos de cien folios, tampoco es para tanto) verás que en muchos aspectos es aparentemente impreciso, lo que muchas veces se le critica al texto legal: ¿Qué significa “condiciones de seguridad suficiente”? Por ejemplo.
Cuando vamos circulando, se hace difícil precisar mucho más que eso. Quizá un cyborg podría, o el coche de Google, pero nosotros, humildes mortales… como que no llevamos un astrolabio metido en la retina. Así pues, se nos dan unas directrices y se nos presume (¡ay!) la capacidad de tender a un equilibrio zen en medio del continuo seguridad – riesgo. El resto es evaluar, decidir y ejecutar.
Otra reclamación habitual que se le hace al conjunto de normas que tenemos es la ambigüedad o hasta la incoherencia. “¿Cómo es posible que el Reglamento ese me diga que tengo que hacer tararí si luego dice que hay que hacer tarará? ¿Están todos locos?” GoTo 10, querido. Evaluar, decidir, ejecutar. En cada situación, tu respuesta dentro del continuo seguridad – riesgo.
Lo que hace falta para poner en práctica eso… Bueno, llámalo lógica, llámalo sentido común, llámalo como tú quieras, pero por favor no lo llames ser buen o mal conductor. El término técnico que aprendí yo es conductor seguro y eficaz, pero tampoco me parece lo suficientemente plástico, así que yo suelo llamarlo conductor ágil y seguro. Al fifty-fifty en la medida de lo posible.
Y lo de “en la medida de lo posible” es la clave de todo.