Efecto túnel, efecto acordeón, efecto mirón, efecto submarino... en la nomenclatura de la DGT encontramos estas denominaciones que pueden darse por malos hábitos al volante o por determinadas situaciones del tráfico. En este artículo nos centramos en el primero, el efecto túnel.
¿Qué es? ¿Cómo y qué lo ocasiona? ¿Qué consecuencias tiene? Repasamos todo lo que necesitas saber sobre este supuesto y que es señalado por Tráfico como uno de los que más peligros suponen al volante pues afecta a nuestra visión y percepción durante la conducción.
Efecto túnel: qué es
En esencia se denomina efecto túnel a la pérdida de campo de visión lateral del conductor. Es decir, el ángulo de visión se reduce, limitándose únicamente a lo que tenemos delante y en el centro: es como si se estuviera circulando por una especie de túnel virtual aunque se esté en un espacio abierto.
De esta manera, al reducirse la visión periférica, el efecto túnel provoca una merma en la capacidad de reacción y anticipación del conductor, además de favorecer la fatiga, la agresividad o las tan perseguidas distracciones.
En conclusión, si se produce este efecto se tiene mayor riesgo de sufrir un siniestro, ya que afecta directamente a nuestra percepción así como a nuestra habilidad de reacción ante un imprevisto.
¿Y qué puede ocasionarlo?
El cono de visión y la velocidad
En primer lugar, el efecto túnel se relaciona directamente con la velocidad: cuanto más rápido se circula, menor es el ángulo de visión.
Cuando estamos parados en un coche o vehículo, el ángulo de visión es de 180 º: percibimos tanto lo que tenemos enfrente como lo que se sitúa a los lados, ya sea a izquierda y derecha. Es decir, tenemos una visión periférica completa.
Pero este ángulo o cono de visión comienza a reducirse según se empieza a circular y es proporcional a la velocidad a la que discurre:
- A 65 km/h: 70º.
- A 100 km/h: 42º.
- A 130 km/h: 30º.
- A 150 km/h: 18º.
Por lo tanto, a partir de 130 km/h, la nitidez periférica se pierde y con ello la posibilidad de evaluar correctamente distancias o velocidades, así como percibir elementos del entorno (señales, otros vehículos etc.). Y no digamos ya si se tiene que reaccionar ante cualquier imprevisto.
Alcohol y otras drogas, y su relación con el efecto túnel
Más allá de la velocidad, otros de los factores que pueden producir el efecto túnel, es la ingesta de alcohol o la toma de otras sustancias estupefacientes, pues afectan a la visión.
Y es que los ojos no dejan de ser el monitor de lo que ocurre en el cerebro y las drogas o el alcohol pueden alterar las funciones perceptivas.
En el caso del alcohol, se reducen los movimientos oculares, siendo más lentos, de tal manera que no solo la visión es de peor calidad, sino que además percibimos menos información del entorno.
También se deteriora la convergencia ocular, necesaria para evaluar correctamente las distancias, y es más complicado calcular adecuadamente la velocidad, ya sea la propia o la de los otros usuarios de la vía. Además de que ocasiona fatiga ocular.
Estos factores contribuye a favorecer el efecto túnel en la conducción, limitando la visión del conductor ya que el campo visual y la atención se focaliza en el centro y es más difícil percibir los elementos que hay a ambos lados de la carretera.
El estrés y la ansiedad también favorecen el efecto túnel
Por último, el efecto túnel igualmente pueden provocarlo otras causas como el estrés o la ansiedad. Ambos son mecanismos de reacción ante determinadas situaciones: el individuo siente que no tiene recursos para acometerlas y se siente superado por ellas.
Así, el estrés o la ansiedad pueden dificultar o llegar a anular las capacidades de conducción: además de taquicardias, sudoración, dificultad para respirar o mareos, también puede afectar a la visión, reduciendo el campo periférico de la misma igualmente.
Además de estar ocasionadas por situaciones personales (motivos labores o por una situación sentimental o familiar complicada), la propia conducción puede generar estés, generalmente por estos motivos:
- Condiciones de la vía o del tráfico o de entorno: atascos, mal estado de las carreteras, falta de señales de tráfico, el hacer indebido de otros usuarios, temperatura excesiva del habitáculo...
- Poca experiencia al volante: si se está aprendiendo a conducir o bien no se tiene costumbre de circular.
- Malas experiencias: haber sufrido previamente un accidente o bien haber presenciado uno de elevada gravedad. Esto a su vez puede derivar en amaxofobia o miedo a conducir.
- Situaciones puntuales: por ejemplo llegar tarde, perderse o si se tiene una emergencia e impera llegar rápido a un sitio.
Y entonces, ¿cómo podemos evitarlos?:
- Dejar de lado los problemas personales cuando se coge el coche o vehículo.
- Salir con antelación y con margen en previsión de posibles imprevistos. Aplicaciones GPS como Google Maps permiten conocer de antemano el tiempo que tardar en llegar al destino y si hay una incidencia en el camino, lo que nos puede ayudar a evitar ponernos nerviosos por no llegar a tiempo.
- Conducir descansados: la fatiga puede también generar estrés ya que afecta a la capacidad de concentración y podemos tensionarnos, por lo que lo ideal es siempre circular estando bien descansado.
- En atascos, tranquilidad: por muy nerviosos que nos pongamos en un embotellamiento no va a desaparecer, por lo que ideal es tomar una actitud relajada, paciente y tolerante.
- Cambia de ruta: si se toma un camino complicado a nivel de tráfico o peligroso, una buena medicina es completar rutas alternativas.
- No corras: si se está alterado, se tiende a correr y a tener una actitud agresiva. Siempre es buena idea respirar y conducir más despacio, lo que puede ayudar a calmarnos.
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