A medida que hago más y más curvas por carreteras que apenas miden el ancho del Rolls-Royce Phantom, además de pensar que tal vez no haya elegido la ruta más recomendable para un coche de estas dimensiones, me doy cuenta de que las cómodas butacas en las que estoy sentado serán muy buenas para dormir la siesta, pero no disponen de ningún tipo de agarre lateral.
Tras una hora conduciendo, mi estómago comienza a emitir unos ruidos que indican que es hora de parar en la ruta y dedicar el mínimo tiempo posible a engullir la comida que me habían dado en una bolsa de picnic al salir del hotel. Encuentro un apeadero en medio de aquella carretera de montaña intransitada. Abro la gigantesca y pesada puerta del conductor y tras hacer unas fotos del coche, me dispongo a comer. Pero ¿a que no sabéis dónde comí?
No se me ocurre mejor sitio para sentarme a comer que las plazas traseras, donde unas mesas desplegables alojadas en los respaldos de los asientos delanteros son perfectas para ello. Son mesas de madera noble, dignas de una mesa escritorio del Siglo XIX y da algo de grima poner encima el bote de patatas Pringels y el sándwich que me habían dado.
El sol calentaba en aquella mañana de jueves, así que como había hecho antes en el otro Phantom, cierro las cortinas de las ventanillas traseras y de la luneta posterior para disfrutar de la comida en un ambiente íntimo.
Los asientos traseros son impresionantes, auténticas butacas donde es complicado no relajarse y disfrutar del viaje. Mientras como, me doy cuenta de un detalle importante. La banqueta posterior se ha elevado 18 milímetros respecto al Phantom de primera generación. ¿Para qué? Pues para que los ocupantes de la parte trasera puedan ver en todo momento la estatuilla del espíritu del éxtasis que preside el capó. ¿Un detalle para mantener siempre alta la autoestima de los ocupantes?
Mientras como el sándwich intentando no manchar la tapicería, no me canso de pulsar todos los botones que encuentro. Luz de lectura para las plazas traseras, control de las cortinas, activación del programa de masajes y pocas cosas más.
De repente pulso un botón situado en la banqueta y sale hacia fuera debajo de los asientos traseros una nevera con dos compartimentos claramente diferenciados, uno para la botella de champagne y otra para las copas. Por desgracia alguien se había olvidado de meter el Dom Perignon. ¡Cómo está el servicio!
La bolsa de picnic incluía un postre poco apropiado para una parada en carretera a esa temperatura. La tarta de chocolate había comenzado a derretirse por la temperatura. Intenté comerla como podía, pero pronto el chocolate comenzó a extenderse derretido por mis manos. Decidí guardarla y no comprobar cómo se vería esa carísima tapicería de piel clara con tonos marrones aplicados a mano. La metí como pude en su caja y opté por comer el otro postre, una manzana, relajadamente recostado en los asientos posteriores.
La temperatura era perfecta ya que el climatizador posterior, también analógico, estaba programado aproximadamente con unos fresquitos 19 grados. Lo admito, no pude evitarlo y me eché una cabezadita de lujo, nunca mejor dicho, que duró unos 15 minutos. Era la segunda vez que me dormía en el Rolls-Royce Phantom, algo impropio en mí. Tal vez me he adaptado más rápido de lo que pensaba a la tranquilidad y armonía que transmite este coche.
Un retweet me despertó de la siesta. Me quedaban por delante 3 horas más de Rolls-Royce Phantom y no quería desaprovechar ni un momento, así que abriendo la gigantesca puerta posterior salí a la carretera. Aproveché ese momento para conocer cómo funcionaba otro de los detalles más característicos y exclusivos de este coche, el paraguas que se esconde con maestría en la estructura de la puerta.
Un paraguas que se esconde en la puerta, un detalle único en el Phantom
Pulsando un botón situado en el perfil de la puerta, el paraguas sale hacia fuera y lo puedes abrir en solo un instante. Es un paraguas de elegante diseño, con el logotipo de Rolls-Royce en la base de la empuñadura, fabricado en titanio y una tela que jamás se arruga. El complemento perfecto para que el gentleman británico salga a su reunión de negocios con clase y estilo sin tener que preocuparse por la lluvia que suele caer en Londres.
La tarde con el Rolls-Royce Phantom fue sencillamente increíble, única y jamás la olvidaré. Sin un rumbo definido, decidí adentrarme en una zona montañosa del interior, usando como única referencia una montaña nevada que se veía al fondo. Cientos de curvas, rectas y todo tipo de asfaltos me sirvieron para darme cuenta de que este coche no está pensado para ese tipo de terrenos, pero no me importa demasiado porque estábamos el y yo solos disfrutando de lo lindo.
Yo porque había conseguido alejarme de la gente que se agolparía alrededor del coche de haber elegido cualquier otro destino turístico de la Costa Azul francesa para hacer esta prueba. Él porque por una vez alguien se había atrevido a meterlo por carreteras de curvas. Me siento como si hubiese metido un yate de gran eslora por un río para hacer rafting.
El coche se nota pesado y en curvas tiene muchas derivas, pero a pesar de sus 5,8 metros de largo y sus 2,5 toneladas de peso, me ha parecido más ágil de lo que esperaba. Tal vez su aspecto exterior, con unos paneles tan marcados y una parrilla delantera tan prominente hagan que pensemos en un coche menos ágil de lo que realmente es.
Siempre que encuentro un hueco para detenerme lo hago, porque quiero inmortalizar ese coche en este tipo de parajes que tan poco pegan con su estilo. Da igual que deje en marcha el motor o que lo apague, porque desde fuera es casi imposible saber si el coche está encendido o apagado, apenas hace ningún ruido.
Inevitablemente voy cogiendo confianza y salvo algún susto inevitable cuando aparece en sentido contrario algún coche en esas ridículas carreteras, voy disfrutando al volante de esta máquina del exceso. Tanto es así que en un par de tramos me animo demasiado exprimiendo los 460 caballos de potencia que lo mueven con una suavidad y una parsimonia digna de la vida que llevan sus clientes, sin prisas y pensando siempre en el disfrute del momento. Carpe diem.
Me siento canalla llevando a cabo este tipo de conducción con un coche de este tipo, pero me gusta traspasar las barreras, saltarme las reglas pre-establecidas para un coche que, como es más que evidente, jamás nadie en su sano juicio conducirá a este ritmo. Aunque ahora que lo pienso ¿están en su sano juicio la mayoría de los compradores de un coche así? Recordemos el Rolls-Royce de Tax The Rich.
El ritmo alto, alargando las frenadas y jugando a escorar el buque lo mantengo hasta que un olor intenso se empieza a colar en el habitáculo. Es el olor de las pastillas de freno, que comienzan a recalentarse por el exceso de ímpetu al que le estamos sometiendo. No es fácil parar un juguete de 2,5 toneladas de peso en una sucesión infinita de curvas lentas, así que decido volver al modo chófer y disfrutar del trazado que me llevará de vuelta al hotel.
En esa última fase de la ruta, paso por un par de pueblos muy pintorescos del interior. La gente mira el coche, te señalan y nadie se puede resistir a no seguir su rodar con la mirada. Es un coche único, un icono del diseño más lujoso, un coche capaz de convertirse en el centro de atención aquí o en Mónaco. Bueno, tal vez allí no.
El calor se hace considerable a esa hora de la tarde mientras regreso al hotel con el sol pegando de frente. Estamos a algo más de 24 grados, y decido respirar algo de aire fresco. Para ello abro la ventanilla, que se acciona mediante unos mandos situados en la puerta cuyo tacto metálico, denota que estamos en un coche que nada tiene que ver con las plasticosas berlinas de lujo de hoy en día.
Además me llama la atención que no hay un techo panorámico, ni fijo ni retráctil, y ello a pesar de que de haberlo, podría ser el de mayor superficie del mercado. Busco en la lista de opciones y tampoco está disponible.
Aunque no deseaba que ese momento llegase, guiándome por las indicaciones del navegador voy llegando a puerto, al Hotel Terre Blanche donde sólo unas horas antes había comenzado mi periplo con el Phantom. La sonrisa de felicidad en mi cara es síntoma inequívoco de que he disfrutado de la experiencia única de conducir un coche así.
Rolls-Royce Phantom: nuestra puntuación
.7
A favor
- Diseño atemporal
- Icono del superlujo
- Calidad de materiales
- Paraguas en puerta
- Soluciones únicas
En contra
- Maletero pequeño
- Radio de giro
- Ausencia de tecnología
- Red de ventas en España
- Guantera puerta conductor incómoda
Ficha técnica
Versión probada | Phantom | |||
Cilindrada | 6.749 cm³ | Tipo de tracción | Trasera | |
Bloque motor | V12 atmosférico | Combustible | Gasolina de 98 | |
Potencia máxima (CV @ rpm) | 460 @ 5.350 | Capacidad del depósito | 100 litros | |
Par máximo (Nm @ rpm) | 720 @ 3500 | Consumo urbano | 22,8 l/100 km | |
Masa en vacío | 2560 kg | Consumo extraurbano | 10,2 l/100 km | |
Velocidad máxima | 240 km/h (autolimitada) km/h | Consumo mixto | 14,8 l/100 km | |
Aceleración 0-100 km/h | 5,9 segundos | Capacidad maletero | 460 litros | |
Transmisión | Automática de 8 velocidades | Precio | 480.000 euros |
El coche para esta prueba ha sido prestado por Rolls-Royce. Para más información consulta nuestra guía de relaciones con empresas
Fotografía | Héctor Ares
En Motorpasión | (parte 1, parte 2)