Es jueves previo a Semana Santa, y mientras la mayoría de españoles están preparando sus maletas para disfrutar de las vacaciones, yo acabo de llegar al aeropuerto de Niza donde me espera un chófer en un Rolls-Royce Phantom para trasladarme hasta el Hotel Terre Blanche, un lujoso resort de cinco estrellas con campo de golf construido en unos terrenos que eran propiedad de Sean Connery. Se trata de uno de los muchos escondites donde multimillonarios de medio mundo se refugian durante sus vacaciones en la Costa Azul y en la puerta hay aparcados tres coches muy especiales: un Rolls-Royce Phantom, un Ghost y un Wraith.
Este podría ser el comienzo de mi nueva vida si me hubiese tocado el último Euromillón que jugué, pero por desgracia no ha habido tanta suerte esta vez. Lo que sí es, es el comienzo de una prueba exclusiva en la que he podido ponerme durante dos días en el lugar de los propietarios del Rolls-Royce Phantom y del Ghost, dos coches muy parecidos pero muy distintos al mismo tiempo que representan la máxima expresión del lujo, el exceso y la ornamentación sobre cuatro ruedas.
Cuando recibí la llamada de la responsable de comunicación de Rolls-Royce hace unas cuantas semanas para proponerme el plan que habían preparado para nosotros, no daba crédito a lo que oía. Querían que probásemos dos de sus coches, el Phantom y el Ghost Series II y para eso habían preparado dos días de auténtico lujo para que, aunque solo fuese durante unas horas, soñásemos con una vida de glamour y excesos digna de los mejores maharajás.
En el asiento trasero del Phantom que me lleva del aeropuerto de Niza al hotel, me doy cuenta de que hay otra vida muy diferente a la que estamos acostumbrados la mayoría de los mortales. Mis pies descansan en unas alfombrillas con más de 3 centímetros de mullido pelo que podrían sustituir a cualquier masajista oriental o a esa extraña moda de hacerse tratamientos de pedicura con peces.
Tengo espacio más que de sobra para estirar las piernas y aunque fuese un jugador de la NBA jamás llegaría a tocar con los asientos delanteros. Pulso un mando situado en el apoyabrazos de la puerta y cierro las cortinas laterales y la de la luneta trasera, convirtiendo así las plazas posteriores en un espacio perfecto para lo que necesitaba, una cabezadita de 50 minutos que era lo que íbamos a tardar en llegar al hotel.
Parece que el chófer conduce bien, lo cual unido a las suspensiones que minimizan las imperfecciones del terreno como si fuésemos en una alfombra mágica, hacen que no tenga que preocuparme de nada más que descansar para poder estar al 100% más tarde durante el test drive con el Phantom, que era la primera cita que teníamos en la agenda.
Sin enterarme de nada durante el trayecto llegué al hotel, donde otro Phantom esperaba reluciente en la entrada principal. Ese iba a ser mi coche hasta las seis de la tarde, así que sin tiempo que perder dejé la maleta en la lujosa villa que nos habían preparado, la cual era unas tres o cuatro veces más grande que mi apartamento, y corrí para coger el coche.
El Rolls-Royce Phantom es ya un icono del superlujo a nivel mundial
El Rolls-Royce Phantom impresiona por sus descomunales dimensiones, dignas de un vehículo para el que precisases el carnet de camión. Por muchos coches de lujo que hayas conducido, nunca te acostumbrarás a tener entre tus manos un coche que mide 5,8 metros de largo, sencillamente por una razón, porque salvo el Mercedes-Maybach Pullman y sus 6,5 metros de largo cuando llegue al mercado, no hay ningún otro coche en el mundo que mida tanto. Bueno, sí que hay uno, al versión larga del propio Phantom que alcanza los 6 metros de largo.
La planta del Phantom es inconfundible, una oda al exceso que ha sabido mantenerse fiel a su aspecto con el paso de los años. Creo que este coche ha conseguido convertirse en todo un icono del segmento del superlujo, ya que su línea apenas ha evolucionado desde la primera versión presentada en el año 2003. 12 años sin apenas variaciones le dan el status de icono del lujo. ¡Y que no cambie!
Que no cambie porque el Phantom es sencillamente brutal, espectacular, descomunal, excesivo, fantástico. No me extraña que sea el elegido por los cantantes, futbolistas, boxeadores o artistas que buscan siempre estar un paso por encima del resto de los mortales. Es un coche para genios que han conseguido el éxito en sus diferentes facetas y quieren viajar en primera clase y que les vean sin tener por ello ningún tipo de pudor.
El frontal está presidido por una parrilla de descomunales dimensiones, marca inequívoca de los coches de Goodwood. Cromada y con infinitas varillas verticales, si la sacásemos podríamos convertirla en una parrilla de barbacoa donde poner solomillos de Kobe para doce personas porque su tamaño es gigantesco. ¿Verdad que quedaría bien un solomillo al logotipo de Rolls-Royce? Espero no estar dando ideas a Tony Toutouni, más conocido en Instagram como Lunatic Living, el cual tiene varios Rolls-Royce en su garaje.
Encima de esa parrilla se esconde, en este caso nunca mejor dicho, el icono de la marca. La estatuilla del espíritu del éxtasis sale cuando abres el coche con el mando a distancia y se esconde al cerrarlo. Eso sí, en la guantera tienes varios mandos para activar o desactivar esta opción, así como para sacar o esconder a esta dama a tu antojo cuando quieras lucirla.
Las ópticas delanteras han evolucionado sutilmente desde el Phantom original hasta nuestro protagonista de hoy. Ahora tienen una forma un poco más estilizada que antaño, y disponen de tecnología LED que desprende un haz de luz diferente al de la mayoría de los coches. El blanco es más claro e intenso, y la línea que forman los LED le delata. Me encantan. ¿A ti no?
Si continuamos nuestro análisis de su elegante silueta, nos encontramos con un mastodóntico capó, encima del cual te podrías tirar a tomar el sol como si fuese la cubierta de un yate. Marcado por un nervio central cromado que realza su elegante aspecto, debajo de él se esconde un motor V12 de esos que por desgracia veremos pocos en el futuro.
Esos detalles como el nervio central que recorre el capó son herencia directa de los Rolls-Royce clásicos, porque en la casa de Goodwood su linaje está siempre presente. Las descomunales llantas de 21 pulgadas y diez radios que monta la unidad de pruebas son opcionales, aunque todas son de 21 pulgadas, las de serie y las opcionales, lo que las sitúa como las llantas más grandes que se ofrecen de serie en una berlina.
A pesar de sus diámetro, las llantas pueden llegar a parecer hasta pequeñas en un conjunto de esas dimensiones. En ellas encontramos uno de los secretos únicos de este coche del que solo pueden hacer gala sus hermanos de marca. Hablo del logotipo de Rolls-Royce, que si os fijáis tiene un sistema que le permite estar siempre paralelo al suelo incluso cuando el coche está en marcha.
Esto sí que es una genialidad heredada de las llantas spinner del mundo del tunning, amado por muchos de los clientes de la marca, y no todos esos gadgets a los que nos tienen acostumbrados los coches modernos de nuevos ricos.
El área reservada al habitáculo queda bastante atrasada, pero ocupa un espacio considerable en el conjunto. La superficie acristalada está marcada por la cintura muy alta, lo cual hace que las ventanillas, que no tienen una altura muy grande, le den un aspecto que en parte me recuerda al de los vehículos blindados que recogen el dinero en los bancos, aunque este coche cuesta en si mismo más dinero del que suelen llevar esos furgones.
Las puertas tienen un tamaño enorme, y las manillas son tan grandes que te imaginas a un gigante tirando de ellas. Están unidas entre sí en donde debería estar el pilar B del coche, que queda escondido en el interior para permitir que la puerta trasera, que se abre en el sentido opuesto a la marcha (puertas suicidas), permita el acceso cómodo y sin tener que hacer movimientos raros para sentarse en las plazas posteriores.
Frente a lo que ocurre en otros coches donde las puertas traseras se abren de este modo, en el Phantom puedes abrir la delantera o trasera de forma independiente, a pesar de que estoy convencido de que en la mayoría de las ocasiones el chófer será quien se encargue de abrirla y tender la mano a los ocupantes de la trasera.
Siguiendo hacia atrás, el pilar C es eso, un auténtico pilar que dota al conjunto de una solidez realmente impresionante, especialmente si lo vemos en la vista tres cuartos trasera. Por último, el voladizo reservado al maletero no es especialmente grande, lo cual es lógico si tenemos en cuenta que sólo dispone de 490 litros de capacidad.
Esta escasa capacidad de maletero es lógica. ¿Lógica? Debemos tener en cuenta que a la hora de diseñar el coche, lo que se buscó era maximizar el espacio disponible para los ocupantes de las plazas traseras. Los compradores de este tipo de coches suelen tener ropa suficiente en sus múltiples casas alrededor del mundo, así que en las maletas solo transportan lo básico e imprescindible. Y si no cabe todo no es problema, ya que dos días antes ya habrá salido el chófer y los asistentes personales en el Range Rover con las maletas de los niños.
La unidad de pruebas estaba pintada en un precioso y elegante color Black Kirsch bi-tono. Si nos fijamos bien en las fotos, apreciamos que la parte superior del coche muestra, especialmente cuando incide la luz directamente, un tono más claro que el resto de la carrocería. ¿El precio de esa pintura opcional? Esto es un Rolls-Royce, aquí no se habla de dinero. Eso es de pobres.
Por último en este repaso de su elegante y bestial figura, cabe mencionar esa línea doble que recorre la cintura del coche de adelante a atrás, como si de un clásico de los años 70 se tratase. ¿Elegante? A más no poder. ¿Excesivo? A más no poder. ¿Si me gusta? A más no poder.
Subidos en el Phantom
La responsable de comunicación de la marca me explicó cuatro cosas básicas, pero fundamentales por otra parte para poder empezar la ruta. La más importante, aparte de que la llave y el botón de arranque están a la izquierda del volante, era que los mandos para poner los asientos en la posición óptima de conducción se esconden en un compartimento situado en la consola central para preservar la línea clásica y elegante, donde los botones y moderneces por el estilo desentonan.
Tras colocar el asiento y los gigantescos espejos retrovisores exteriores en la posición que me permitía ver mínimamente bien el perímetro del coche, selecciono la D con la palanca que sale hacia la derecha de la columna de dirección e inicio la marcha. Sudores fríos recorren mi frente por la responsabilidad que supone llevar un coche así, un coche de casi seis metros de largo, 1,99 de ancho y un precio cercano a los 500.000 euros, más de lo que posiblemente gane yo y muchos de nosotros en la próxima década.
A la salida del hotel decido ir hacia la derecha por un camino asfaltado que parece recorrer el perímetro del campo de golf, de 18 hoyos y con un césped tan verde y brillante que parece pintado a brocha. Una vuelta al complejo del hotel, que a modo de cotilleo os digo que cuenta entre sus socios de honor con nombres tan conocidos como Príncipe Alberto II de Mónaco, Michel Platini o Franz Beckenbauer (menudas fiestas deben organizar aquí) es lo que necesito para ir adaptándome a las descomunales dimensiones del coche, cogiendo el tacto a los mandos y en definitiva, familiarizándome para no liarla más tarde cuando ruede entre el siempre intenso tráfico de la costa mediterránea francesa.
Lo primero que me llama la atención es el volante. Tiene un diámetro gigantesco y su aro es extremadamente fino, lo cual me recuerda inevitablemente a las ruedas o timones de los barcos de vela y a los coches antiguos. No es fruto de la casualidad, se ha buscado esa evocación por los coches clásicos que tanto gustará a los clientes más veteranos de la marca.
Si a esto unimos que la dirección no es nada directa, tendremos la sensación de estar llevando más un barco de vela que un coche moderno, ya que hay que marcar mucho los giros para que el coche comience a reaccionar y varíe el rumbo.
Apenas había recorrido un par de kilómetros cuando me encuentro con el primer problema, ya que el camino que bordea el hotel acaba en un paso sobre un riachuelo que no mide más de dos metros de ancho. Sentado tras el volante, todavía con los nervios a flor de piel, intento recordar cuánto medía de ancho el coche, pero no lo consigo.
Por eso y porque el gigantesco morro parece no tener fin, decido no arriesgar y dar media vuelta. No es cuestión de encallar el barco a menos de un kilómetro de haber salido. Por suerte tomé la decisión adecuada, ya que más tarde comprobé en la ficha técnica que este buque mide 1,99 metros de ancho, con lo que no hubiese podido pasar.
La maniobra de giro por suerte es más sencilla de lo que parece, a pesar de que el radiodiámetro de giro es 13,8 metros y de que es complicado vigilar todo el entorno a simple vista. Por suerte ahí están las cámaras perimétricas (opcionales) ayudando a hacerlo sin golpear su elegante figura.
Poco a poco a medida que hago kilómetros por otro tipo de carreteras, voy cogiendo confianza con el coche y trato de mentalizarme de que hay que conducirlo como un coche cualquiera. Me cuesta porque todavía estoy abrumado por lo que supone conducir un coche así, pero de otra forma no voy a ser capaz de disfrutar. Tenía muy claro era había venido hasta Niza a probar un Rolls-Royce Phantom, tenía que disfrutar y reírme con esta experiencia única como lo hacen los dueños de este tipo de coches de la vida en general.
Decido soltar la tensión acumulada de la única forma que se me ocurre, pisando con algo más de brío el acelerador. El motor 6.7 V12 es todo dulzura y apenas se había hecho notar en el interior desde que comenzamos a circular, ya que con las ventanillas cerradas es imposible escuchar nada, y las vibraciones brillan por su ausencia.
Piso a fondo el acelerador, la nueva caja de cambios automática de ocho velocidades que estrenó en 2012 baja dos marchas y el coche comienza a despertar de ese aletargo tan característico al que ya nos había acostumbrado. Aunque las cifras de aceleración no son nada malas (hace 0 a 100 km/h en 5,9 segundos), no esperes quedarte fusionado con la piel de los asientos. Eso no es elegante.
Simplemente los 720 Nm que entrega el motor mueven con dignidad las más de 2,5 toneladas del Phantom hacia adelante, pero eso es todo. La aceleración es constante y muy lineal, sin descensos o valles en la entrega de potencia.
Tras unos cuantos kilómetros de curvas en los que paso miedo cada vez que me cruzo con algún coche por todo el asfalto que ocupa de ancho el Phantom, poco a poco voy haciéndome con el control de la situación, o al menos eso creo yo. Creo que ya estoy cerca de lo que debe sentir cualquier chófer que conduzca este coche de forma habitual, así que mientas avanzo hacia algún sitio donde hacerle unas fotos, empiezo a fijarme en el curioso habitáculo, que nada tiene que ver con el de cualquier otro coche que haya visto hasta ahora. Bueno no, tiene un cierto aire a ese Rolls-Royce Silver Shadow de finales de los años setenta que conduje en la boda de un amigo.
Miro a mi alrededor y me llama la atención la ausencia de cualquier tipo de gadget, cualquier elemento que destaque por su modernidad. El cuadro de relojes está formado por tres esferas analógicas básicas, la de la izquierda con el indicador de potencia, la central con el velocímetro y la de la derecha con nivel de combustible y temperatura del motor.
Todo el salpicadero está recubierto en madera de excelente calidad, al igual que las molduras de las puertas donde está inscrito el logotipo RR. Con tanta madera, más que uno de los coches más caros que se venden en pleno Siglo XXI, parece un yate, una Riva con la que surcar las aguas de la Costa Azul francesa.
También me llama la atención la ausencia de un climatizador electrónico. Las pantallas quedan mal, desentonan en un coche así y por eso se ha optado por un juego de roscas que permite elegir la temperatura (azul para el frío y rojo para el calor) así como los cinco niveles de intensidad del aire, como si de un Rolls-Royce de los años 70 se tratase.
El navegador y la pantalla de 8,8 pulgadas (la misma que en un BMW pero con grafismos específicos) a través de la cual se controla este y otros sistemas del coche, queda normalmente escondida tras un panel retráctil de madera que en posición normal, cuando está cerrado, muestra un tradicional reloj de agujas.
Esta tapa solo se abre cuando accedemos al compartimento situado en la consola central donde se encuentra el mando giratorio basado en el iDrive de BMW, que permite manejar todos los sistemas del coche. Estos pequeños destellos de modernidad se han incorporado en el año 2012 cuando se presentó la segunda generación del Phantom, pero lo normal es que no queden a la vista y estén guardados para no desentonar con el estilo que se ha querido imprimir a este clásico moderno.
Así pues, no esperemos nada del otro mundo. No hay ni head-up display, ni un cuadro de mandos electrónico como llevan los coches de superlujo actuales. Aquí solo encontramos dos pantallas electrónicas, que parecen sacadas de un BMW Serie 5 de los años 90. Una de ellas marca los kilómetros totales y parciales y la otra el consumo, que marca en ese momento 23 l/100 km. ¿Qué más da?
Continuará...