Atrás quedan los humedales de Florida o Luisiana y llega la hora de las distancias interminables y el árido desierto. Como os contamos ayer, estamos embarcados en una aventura de unos 5.000 kilómetros, cruzando Estados Unidos de costa a costa con un Mercedes-Benz Clase E. Hemos partido de Miami con destino Los Ángeles, pero aún nos queda gran parte del viaje.
Tras hacer noche en Houston toca cruzar el enorme estado de Texas, más extenso que España, tarea que nos llevará tres días -porque no lo hacemos del tirón, claro-. Eso sí, antes de coger carretera tenemos una parada imprescindible en las inmediaciones de esta ciudad, la más poblada del estado. ¿Se os ocurre qué puede ser de lo más interesante por visitar en Houston?
Aunque 'no tenemos un problema', no podemos pasar por alto la visita al Houston Space Center de la NASA (Johnson Space Center), un lugar interesantísimo donde poder ver desde cohetes espaciales o un transbordador -con su 747 incluído-, hasta la sala de control de las misiones del Programa Apolo, el lugar donde entrenan los astronautas antes de ir al espacio -en este caso una recreación de la ISS- o un laboratorio donde se crean las vestimentas, herramientas o robots espaciales.
El llamado Tram Tour es imprescindible en la visita, puesto que este paseo guiado en trenecito por las instalaciones -que son, como todo lo americano, muy extensas-, es la única forma de ver las naves con los cohetes, el centro de control o la zona de entrenamiento. En el edificio principal, por su parte, se puede encontrar el transbordador sobre el 747, exposiciones de todo tipo, juegos y simuladores o la tienda de artículos de regalo, donde además de souvenirs también venden hasta sobres de comida deshidratada -como la que se lleva al espacio-.
Debido a lo fugaz de nuestro viaje la visita dura apenas 2 horas y media, suficiente para una idea general de lo que hay allí. Si tienes la suerte de poder visitarlo, lo ideal es hacerlo con mucha más calma para disfrutar aún más de la experiencia. Eso sí, cuidado con los festivos, los fines de semana o los periodos de vacaciones, porque las colas que te puedes encontrar son de aúpa.
Poco que ver, mucho por conducir
Retomando el viaje con destino San Antonio y después El Paso, queda mucho camino por recorrer. Las distancias son tan grandes aquí que no merece la pena desviarse para visitar sitios de interés, ya que normalmente están tan lejos de nuestra ruta que nos harían perder muchas y preciadas horas. Así pues, y salvo alguna parada que sí renta hacer, toca devorar kilómetros a buen ritmo.
Entre las dos ciudades que acabamos de mencionar sí que hay lugares históricos que nos apetece conocer, en concreto un par de fuertes de mediados del siglo XIX, ambos en la línea fronteriza con México, creados como lugares de paso para las tropas militares con rumbo al Oeste. A diferencia de lo que su nombre podría hacer creer, estos fuertes no estaban fortificados ni amurallados puesto que, según nos cuentan, los indios no solían atacar posiciones militares fijas ya que preferían hacer emboscadas a los soldados cuando estaban en plena ruta. Ambos fueron utilizados además en la Guerra de Secesión.
El primero es Fort McKavett (fundado en 1852), relativamente cerca de Eldorado, que se convirtió después en un asentamiento permanente. A lo largo de los años fue perdiendo población y en 1990 se contaban apenas 45 habitantes. Actualmente, además del pequeño pueblo -ahora casi fantasma-, el sitio histórico está abierto al público y cuenta con 17 edificios restaurados.
El segundo, Fort Lancaster (1855-1874), se encuentra en una zona agreste más hacia el oeste y fue abandonado apenas dos décadas después de su construcción. Hoy día sólo quedan las ruinas de 29 edificios, aunque acaba de estrenar un centro de visitantes con museo, donde podemos conocer su historia a través de fotos, textos y vídeos, o ver y tocar armas, mapas y utensilios de la época. Además, para visitar el fuerte, que es amplio, hay disponibles un par de carritos de golf eléctricos para movernos a nuestro aire por la zona, y su uso está incluído en el precio de la entrada.
Hora de perderse en el desierto
Lo que estamos esperando con ganas llega después de El Paso, cuando dejamos atrás Texas para adentrarnos en Nuevo México y Arizona. Es hora de salir un poco del asfalto y buscar pistas de arena en pleno desierto, aunque no todas están en buen estado para un turismo convencional. Nuestro Clase E, de tracción total 4Matic, lleva también suspensión neumática, lo que permite levantar la carrocería lo justo como para no tener problemas en ningún camino.
Con el maletero cargado de botellas de agua y algo de comida, podemos ir en busca de cactus sin preocupaciones (ya se sabe que vale más prevenir que curar). Así pues, no perdemos ojo del navegador para descubrir qué pistas (primitive roads) podemos tomar sin salirnos de nuestro itinerario. Hoy, además, queremos ir en busca de pueblos fantasma y llegamos precisamente a Shakespeare, Nuevo México, donde descubrimos que está cerrado al público, ya que sólo abre los fines de semana. El acceso está cerrado y un cartel avisa sobre la multa que te puede caer por meterte en el pueblo por tu cuenta. Mejor seguimos nuestro camino.
Poco después, con el coche lleno de polvo y tras haber visitado fugazmente una antigua mina abandonada en medio del desierto, entramos en Arizona, rumbo a nuestro destino del día, Phoenix. Pocos Mercedes-Benz nos encontramos por el camino, por no decir ninguno. Estamos en tierra de grandes pick-up y viejos sedán, así que no es extraño recibir todo tipo de miradas incrédulas. "Esta gente de ciudad, con el coche tan sucio como el nuestro, ¿a dónde irá?", deben pensar.
Pues a donde nos lleve la carretera, porque tanto Gianluca (mi compañero, como os cuento en la primera parte) como yo, estamos decididos a salir de la ruta marcada en la medida de lo posible porque, ya que no hay tiempo de hacer demasiadas paradas, la mejor forma de conocer un poco mejor los lugares por donde pasas es adentrarte por caminos y carreteras perdidas y descubrir qué esconden o dónde terminan.
A decir verdad, no todo es improvisado. Al igual que el centro espacial, también hemos planeado otros lugares para visitar, como el aeropuerto de Goodyear, a las afueras de Phoenix, que no es como el gigantesco cementerio militar de Tucson, también en Arizona, pero en él descansan decenas de viejas aeronaves, incluído un veterano avión de Iberia, al que aún se le ven sus colores a pesar del óxido que lo carcome. Aquí no se puede entrar, pero desde fuera tienes una buena panorámica de los aviones jubilados. Si te gusta la aviación, es un lugar bastante interesante de ver.
Precisamente en Arizona, y después de dos días comiendo platos típicos mexicanos, encontramos el mejor restaurante del viaje, llamado El Sarape, en el pueblo de Parker. Quesadillas, burritos de carne, tortitas de maiz y un guacamole de escándalo. Sin duda la mejor comida mexicana (o tex-mex, no se nos vayan a enfadar los mexicanos) que he probado nunca. Espectacular, y bien de precio. Eso sí, pilla un poco a desmano salvo que estés en medio de la nada, claro.
El tramo final de nuestro largo viaje es el más interesante puesto que el paisaje empieza a cambiar y a ser más variado, una vez despachamos las llanuras tejanas y cruzamos el monótono pero interesante desierto, después de Parker. Eso sí, aunque estamos ya en California, encontramos un montón de casas y coches abandonados en medio del desierto, algo que no habíamos visto hasta ahora (al menos no tantas en una misma zona).
Justo en nuestro camino se encuentra unas de las pocas atracciones turísticas de la zona, el Parque Nacional de Árboles de Josué o Joshua Tree National Park, que sólo por la curiosa estampa que dibujan las colinas repletas de éste peculiar árbol ya merece la pena visitar. Como en cualquier Parque Nacional, has de pagar una cuota de entrada ($20 por coche) y ya tienes total libertad para moverte por las carreteras y caminos de su interior, siempre y cuando consultes el mapa del parque que te entregan a la entrada, porque sino es fácil perderse.
A partir de aquí entras ya en el área cercana a la gigantesca urbe de Los Ángeles -Riverside, concretamente-, donde el tráfico empieza a empeorar por momentos. Las camionetas pick-up dejan paso a coches eléctricos como el nuevo Tesla Model X, que vemos por primera vez en una autovía cerca de Beaumont, California.
Mientras circulamos de noche, rumbo a Dana Point, en la costa del Pacífico, charlamos sobre el viaje, el periplo por el desierto, la visita a la NASA, la capa de polvo recogido en diversos estados y a lo largo de más de 5.000 kilómetros, la cantidad de comida rápida que nos hemos metido en el cuerpo o las muchas risas que hemos dejado por el camino.
El pinchazo inesperado
A pesar de todo, la hazaña aún no ha terminado, aunque estemos en destino. Ya en Los Ángeles, habiendo recorrido medio país con una media de consumo de unos 10 litros a los cien kilómetros en este E 300 4Matic con motor 2.0 litros turbo de 244 CV, aprovechamos un día libre para conocer la famosa Angeles Crest Highway, una carretera que recorre las montañas de San Gabriel, al norte de la ciudad, y que resulta el paraíso de todos aquellos que buscan curvas.
Tras haber conducido por caminos de arena en el desierto y todo tipo de carreteras, principales y secundarias, la mala suerte quiere que sea precisamente una vez finalizado el roadtrip cuando uno de los neumáticos delanteros diga basta. Y es que esta carretera, aunque muy bonita, también es un auténtico pedregal debido a los desprendimientos de rocas.
Como colofón al larguísimo recorrido entre Florida y California nos toca esperar siete horas y media en una cuneta, a unas siete millas al oeste del pequeño pueblo de Big Pines, en esta Highway 2. Hemos pinchado la rueda delantera izquierda, el kit reparapinchazos no sirve de nada y la grúa tiene un largo camino por delante. De nuevo, mientras esperamos, tenemos tiempo de sobra para rememorar el viaje. Una experiencia de las que hacen mella.
Los gastos del viaje han sido asumidos por la marca. Para más información consulta nuestra guía de relaciones con empresas.
En Motorpasión | Miami-Los Ángeles en un Clase E: 5.000 kilómetros de costa a costa con ayuda del Drive Pilot (parte 1)