Más de uno se habrá dado cuenta que no profeso especial simpatía por Mr. Clarkson. En mi opinión me parece una mezcla entre piloto, periodista y payaso (en el sentido lúdico del término) cuyas gracietas no me hacen gracia, como ver Friends. De todas formas, lo que os voy a contar a más de uno le parecerá relevante.
Los seguidores del programa Top Gear están habituados al sectarismo y opiniones de Jeremy Clarkson. Uno de los blancos de sus críticas ha sido el Porsche 911. Dicho deportivo alemán no es santo de su devoción: que si motor mal colocado, originario de una idea de Hitler, coche de pijos urbanos y ochenteros que querían fardar…
Sin embargo, en la columna de ayer en The Times, Clarkson recula y se guarda su opinión antigua, y la ha evolucionado. Ha probado el 911 GT3 y le ha gustado, ha sido el punto de inflexión de una relación histórica de odio. Aún me acuerdo de aquel pobre clásico al que disparó con una escopeta...
Clarkson habla muy bien del 911 GT3, pero sin hacerle la cama. Le ha encantado su dirección, el compromiso entre coche utilizable para el día a día y con el toque de deportividad que él exige, el comportamiento de la suspensión, su interfaz coche-máquina (lo ha descrito como un caza de lujo), etc.
Curiosamente, otro de los motivos por los cuales el 911 no le gustaba era porque su compañero de plató, Richard Hammond, posée uno. ¿Lo de pijo ochentero que quiere fardar va por él, aunque sea indirectamente? Quién sabe, el humor británico o lo entiendes o lo detestas con todas tus fuerzas.
Clarkson ahora ve más el 911 en manos de hombres entrados en años, con sus canas y necesidad de racionalidad y deportividad. Una forma de interpretar esto último es que nuestro queridísimo Jeremy se está haciendo viejo, y sus gustos empiezan a amansarse un poco ¿o no? Su inglés es demasiado culto y denso para mi.