Tengo la teoría de que cualquier coche que pase de 15.000 euros aproximadamente comienza a ser más un capricho que un coche funcional. O al menos la caprichosidad (que no tiene unidades de medida) suele ser lo que encarece el precio, más que la utilidad (que tampoco es fácil de medir).
De todas formas conviene distinguir entre dos tipos de caprichos, el sano y el arriesgado. El sano es aquel que nos permite comprar el mismo coche pero más bonito, de una marca que nos gusta más o con accesorios para hacerlo más atractivo: la utilidad es la misma.
Y el capricho arriesgado es aquel por el que tenemos que pagar más e incluso perdemos funcionalidad respecto a un coche más barato. Suele ser aquellos coches a los que tenemos que considerar segundos coches y que difícilmente podemos justificar para uso habitual.
A veces tu segundo coche puede ser tu primer coche
Sin embargo el tiempo me ha hecho ver que a veces somos un poco exagerados. Por ejemplo, cabrios con techo duro, maletero generoso y plazas traseras aceptables, a los que no se les puede reprochar falta de funcionalidad.
Otro factor importante es saber distinguir entre casos frecuentes y eventuales. Por ejemplo, un conocido me decía que le encantaba el Audi TT, pero que no se lo compraría porque no puede meter un sillón de una plaza, cosa que en su coche sí puede hacer.
Mi pregunta es, ¿cada cuanto tiempo llevas un sillón en el coche? ¿Una vez al año? Si es así, el gasto de alquilar una furgoneta (50-100€ por día) no es elevado comparado con el precio del coche. Y eso si no tienes algún amigo que te pueda echar una mano.
El mismo razonamiento ocurre para las cinco plazas. En el 97% de mis trayectos viajo con cuatro personas o menos. Cuando suben cinco suele ser algo muy puntual y en ciudad (en carretera es incómodo para ellos y para mí). Por tanto, ¿debería exigir a mi coche que tenga cinco plazas?
El test para plantearnos si es coche o capricho
A continuación os dejo, a modo de test, algunos puntos para valorar si nos deberíamos comprar ese coche que nos gusta o no. Sobre todo si puede ser nuestro coche único o debería ser nuestro segundo coche.
Piensa en tu coche actual, en ese coche que te gustaría tener, y responde a las siguientes preguntas:
- ¿Podrías llevar en ese coche cualquier objeto que hayas llevado en el tuyo en el último mes?
- ¿Y en el último año? (Ten en cuenta lo más grande que hayas transportado)
- Piensa en tus útimos viajes largos y el número de pasajeros. ¿Cabrían en el nuevo coche o no por tener menos plazas?
- ¿Dejarías ese coche aparcado en una calle céntrica toda una noche?
- ¿Y en una calle de la periferia un par de días?
- ¿Lo llevarías a la playa y lo meterías por caminos empedrados? (Si esto implica aparcar encima de zonas arenosas y volver con toallas húmedas y arenas)
- Supón que le das un golpe en el garaje, rompiendo un grupo óptico, la defensa delantera y la aleta (un golpecito fuerte, vamos) y que no tienes seguro a todo riesgo o tienes franquicia alta. ¿Podrías pagar el arreglo sin echarte a temblar?
- Cambiar los cuatro neumáticos de ese coche, ¿cuesta menos de un tercio de tu sueldo?
- Piensa las personas que hasta el momento han conducido tu coche actual. ¿Le podrías prestar el nuevo a esas mismas personas?
- ¿Consume igual o menos que tu coche actual?
Cuenta las respuestas negativas, y el resultado será una escala aproximada de lo “caprichoso” que es el coche de uno a diez (10 capricho total, 3 o menos razonable).
Más que un resultado infalible, que obviamente no lo es y depende de cada uno, lo interesante es plantearnos las preguntas correctas para nuestro caso particular, dependiendo del uso que le demos y nuestras circunstancias personales.
Y si las preguntas tienen respuesta satisfactoria, y sobre todo si los números están de nuestro lado (que eso nos siempre ocurre), adelante y a disfrutarlo.
Foto | jiazi