¿Te animas este año a venir a las 24 Horas de Le Mans?
Lo pensé durante medio momento. Viajar hasta París en avión, luego hasta la villa de Le Mans en tren de alta velocidad, coger los coches, arrancar a primera hora del jueves, vivir el ambiente que rodea a las 24 Horas de Le Mans, tanto de día como de noche, olvidar lo que significa dormir cuando uno tiene sueño y morir de extenuación tirado en cualquier rincón al acabar. ¿Qué podía salir mal?
Acepté la invitación, claro.
Lo primero que llama la atención de las 24 Horas de Le Mans es la capacidad de todo un pueblo para cambiar de aspecto por unos días, emplear a cientos de sus habitantes en el circuito, y soportar de manera estoica las desventajas que se contraponen a las ventajas de haberse convertido, por derecho propio, en una de las más impresionantes mecas del Motor.
Le Mans es una villa que ha sabido hacerse un nombre gracias a la proyección que le ha dado este encuentro anual con la competición que arrancó en 1923 y que únicamente se vio interrumpido por una huelga llevada a cabo en 1936 y por la Segunda Guerra Mundial. Mientras dura la cita reina con el Campeonato Mundial de Resistencia, la villa de Le Mans, candidata a patrimonio mundial de la Unesco, en ocasiones llega a triplicar su población de 150.000 habitantes y adapta algunas de sus carreteras para que formen parte del circuito de la Sarthe.
En esta edición se han recontado 263.500 espectadores, algunos de ellos ciertamente extraños. Y a estos hay que sumar toda la tribu del evento, con sus pilotos, sus mecánicos, sus ayudantes, sus ingenieros, los periodistas, los responsables de Comunicación de las marcas, los cocineros, los encargados de mantenimiento y recogida de basuras, los tipos de las tiendas y las paradas de feria... Un montón de gente, en resumen.
Calles y carreteras cortadas y modificadas, carteles aquí y allá, advirtiendo de los cambios, son algunas de las consecuencias de esta sobreocupación puntual. En los alrededores del circuito verás gente que deambula hacia aquí y hacia allá. Montones de personas, sin orden ni concierto. Sorprende que no se dirijan todos hacia un mismo punto, sino que vayan hacia todas partes y a ningún lugar en concreto. Luis Alberto Izquierdo, que lleva cubriendo Le Mans desde 1982, me explica que de madrugada ese desfile de zombies aparece por cualquier rincón, como una versión de la Santa Compaña que yo imagino medio kurda.
Mientras pasas por los campings que sirven de apoyo hotelero al pueblo, esos donde los Porsche 911 y los Rolls Royce más desubicados del mundo ofrecen su cálida compañía sobre el barro y el agua a furgonetas blancas y tiendas de campaña, harás bien en cerrar las ventanas de tu coche...
Te vendrá bien hacerlo por si acaso a algún exaltado de los que caminan por allí en manada se le ocurre la feliz idea de regalarte un poco de su felicidad en forma de chorro de agua disparado hacia tu cara. Ni te molestes en cabrearte. Asume que ellos son cincuenta mil hooligans que corean vete tú a saber qué cántico loco, y tú lo único que quieres es llegar al circuito para ponerte a trabajar sin descansar. Ah, haber elegido muerte...
Durante la tarde del viernes, en la víspera del comienzo de la carrera, frente a la Catedral de Saint-Julien de Le Mans se organiza la Parade des Pilotes, un desfile en el que se dan cita coches clásicos de todo pelaje con máquinas actuales de las que quitan el hipo. Sí, el Chiron anda por ahí.
La excusa es ver de cerca a los pilotos antes de que comience la carrera. Te los encontrarás saludando a una masa enfervorecida que, no obstante, empieza a acusar cansancio a medida que el desfile, algo deshilachado en su línea, se alarga de forma incomprensible hasta la extenuación.
La apuesta irrenunciable por la seguridad
Lo segundo que llama la atención es el celo por la seguridad y el control de los asistentes. Entremos primero en esto último. Si has pagado tus 48 euros diarios según tarifa, o 78 euros por semana, adelante: la máquina de la puerta te saludará. Si eres periodista o algo similar y viajas porque esto forma parte de tu trabajo, a estas alturas ya sabes que debes pasar por el centro de acreditaciones, que te están esperando.
Es tanto el lío que suponen las 24 Horas de Le Mans que últimamente se han puesto algo duros y no acreditan porque sí a todos los periodistas que lo solicitan, sino que en cierta manera se reservan el derecho de admisión, para poder contener un poco la marea de gente. Si te responden, tendrás tu acreditación. ¿Eres periodista, fotógrafo o piensas grabar vídeo? Porque no es lo mismo una cosa que la otra que la de más allá... según la organización. Decidete y defínete.
¿Quieres un peto de fotógrafo para trabajar a ras de pista? No hay problema, siempre que seas fotógrafo y asistas a una muy interesante charla de seguridad impartida por Jeff Carter, fotógrafo que se encarga de la supervisión de los compañeros gráficos que han sido acreditados para Le Mans. Mientras lo escuchas entenderás el porqué de muchas cosas, y también valorarás hasta qué punto la organización de las 24 Horas de Le Mans se toma en serio la seguridad.
Esto lo verás cuando Carter explique las infracciones del reglamento en las que nunca deberían incurrir los fotógrafos. Expone casos tan sangrantes de falta de sentido común, que te costará contener la risa porque creerás que Jeff, que gasta un ácido sentido del humor, exagera. Y eso será así hasta que la siguiente pantalla del powerpoint te muestre una foto o un vídeo surrealista donde un fotógrafo se expone a sí mismo y a los demás a un riesgo salvaje que podría acabar muy mal.
Es más, Jeff Carter te contará que explicó esto mismo a los grupos anteriores, y luego tuvo que castigar a varios fotógrafos por desobedecer las normas que habían prometido aceptar un rato antes. Así vamos.
¿Castigado? Sí: castigado. Retirada de acreditación y prohibición de por vida, en caso de incurrir en actitudes de riesgo que estén prohibidas. Cualquiera de estos castigos valen mucho menos que morir, o conseguir que alguien se mate, por andar haciendo el imbécil en el lugar equivocado.
Realmente, son miles de personas las que asisten a Le Mans para participar en una fiesta que sabe congregar tanto a aficionados que acuden en grupos de amigos como a familias completas que encuentran en las 24 Horas de Le Mans una actividad diferente para el fin de semana.
El eterno mito erótico de Le Mans
Las 24 Horas de Le Mans es el mito erótico de buena parte de los apasionados del Motor. De mi generación, de la tuya y de las que vendrán. Por eso, resulta difícil pensar en Le Mans sin ver coches de antaño en imágenes de celuloide picado y medio descolorido, pilotos que corren hacia sus vehículos a la salida de la carrera, gestas del pasado y graves sucesos sucedidos en la Sarthe, y varias toneladas de testimonios sobre Steve McQueen haciendo de las suyas mientras Lee H. Katzin intentaba rodar una película.
Eso mismo se observa a través del parque temático que son las 24 Horas de Le Mans fuera de la pista. Fabricantes con stands que quedan alejados de la zona del paddock y acercados a una de las puertas principales, pensados para amenizar la jornada a niños y no tan niños. Un museo, una exposición, unos talleres. Y tiendas, decenas de tiendas en las que perderse durante horas y horas, examinando todo tipo de miniaturas, adhesivos, camisetas... de todo. Mientras el cuerpo resista.
El mito erótico sirve para atraer las miradas de los visitantes aquí y allá. Hay aglomeraciones para acceder al circuito y para pasar por los principales caminos, especialmente aquellos que llevan a los túneles que pasan bajo la pista. Los que van a pie se entremezclan con aquellos que transitan en bici o montan sobre un patinete. No hay malos rollos, simplemente hay gente por todas partes.
Llega un nuevo contingente de personas. Varias de ellas se acercan por los hospitality de las diferentes marcas, los edificios donde los responsables de las marcas llevan a sus invitados a tomar el aire acondicionado y a comer.
Los visitantes asoman la nariz pero un agente de seguridad les impide el acceso. Pronto se les pasa el corte. Hay un Ford GT-40 de 1966 junto al hospitality de Ford, acompañado de una réplica en Lego, también está por ahí el LMP1 del año pasado en Toyota, el de Audi, el de... Foto tras foto, selfie tras selfie, los trofeos van cayendo en el teléfono, mientras los regalos adquiridos en las tiendas van cayendo en bolsas. Es Le Mans, y mola. Todo un acontecimiento que se da una vez al año, al menos con estos coches, y que es preciso celebrar.
Hablo con Laurent, que me atiende con amabilidad. Le acompaña su mujer, una sonriente Fabienne, y su hija Anna, que revolotea como una loca tocando todo lo que ve por la zona de acceso a la Village, que no es poco. Me cuentan que llevan esperando esta cita desde que terminó la carrera del año pasado. Si eso no es pasión, que venga la Junta del Automobile Club de l'Ouest y lo vea.
Cae la noche y poco a poco Le Mans va cambiando de ritmo. Voy en busca de los zombies que, con nocturnidad y alevosía, quizá se me echen encima por cuestiones etílicas, pero no hay caso. La gente parece ir bastante a su rollo por las instalaciones. Algunos se detienen en las casetas de la feria, otros deambulan sin más, y yo entro en el único refugio que tengo a mi disposición: la sala de prensa.
De fondo se escuchan bramar los coches que hay en la pista. Hoy dejan ir un barullo constante: se ha desgajado el grupo y no dejan de pasar. Desde el primer minuto de la carrera tenemos la sensación de que en cualquier momento puede pasar cualquier cosa. Le Mans es una carrera caprichosa con sus participantes, pero estimulante para sus visitantes. Todo un espectáculo que trasciende el mundo de la Competición para entrar de lleno en el mundo del Ocio familiar.
Los gastos correpondientes al viaje para este evento han sido asumidos por Toyota. Para más información consulta nuestra guía sobre relaciones con empresas.
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