Quousque tandem abutere, DGT, patentia nostra? ¿Hasta cuándo seguirán abusando de nuestra paciencia quienes deberían dedicarse a verificar el buen estado de las vías que conectan el mundo entero con Roma, el mantenimiento tanto de gloriosas cuadrigas como de modestas carretas, la salud de los fieles corceles que nos mueven, el buen tino de los aurigas que los conducen sobre los territorios del vasto Imperio?
No hay caso. Nuestros gobernadores están por otra labor, y encomiendan nuestra seguridad a los dioses mientras desvían la mirada hacia otra parte, buscando qué caballos corren más que otros, como si todo el itinerario de Antonino Augusto Caracalla fuera la pista principal del Circo Máximo y los aurigas, simples imitadores de azules y verdes luchando por preciados laureles.
Mucho afán se presume en esa actitud persecutoria, mucho interés. Se deja por el camino del abandono, sin embargo, el celo acerca de los aurigas que no circulan como es debido, respetando distancias y carriles. Para ellos no hay vigía que los observe ni legionario que los intercepte.
Tampoco en el terreno de las cuadrigas y los caballos se percibe buen empeño por parte de la máxima autoridad a la hora de establecer los debidos controles. Prueba de ello es el caso que nos trae de cabeza estos días, acerca de la alimentación fraudulenta de los animales de tiro y de montura.
Dicen nuestros gobernadores que la DGT vela por todo de igual manera, que lo hace por nuestra seguridad, de un modo que unifica hasta el ridículo la gravedad de infracciones sumamente dispares en sus posibles consecuencias. Entonces, si todas las infracciones de tráfico son iguales, todo delito es un crimen; atropellar a un padre no es más que ser culpable de la muerte de una gallina. ¿No es así?
Más y más tributos, menos y menos mejoras
Quam diu etiam furor iste tuus nos eludet? ¿Hasta cuándo esta locura tuya seguirá riéndose de nosotros? Los sangrantes tributos con que se gravan las vías en los así llamados puestos de pedaticum tarraconenses y lusitanos no son sino la cúspide visible de una política infame basada en exprimir al ciudadano para financiar las arcas públicas con el pretexto de la mejora en la red viaria.
Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad. Por esta razón deben nuestros gobernadores reconocer que, en contra de lo que nos han explicado en las últimas sesiones del Senado, el estado de nuestras gloriosas vías deja mucho que desear fuera de la capital del Imperio.
Cuando nos adentramos por la realidad de Hispania encontramos mejoras que nunca se han llegado a materializar. Observamos calzadas angostas en las viæ publicæ, las grandes vías que conectan los diversos territorios del Imperio. Muy lejana se halla la realidad de su anchura de los teóricos IV u VIII pasos dobles que deberían cumplir de forma escrupulosa. Muy maltrechos los firmes, muy descuidadas las semitas, muy peligrosas a lo largo de gran parte de su trazado.
Se me dirá que son las ciudades las que deber contribuir a su mantenimiento, ya que el Imperio se encargó de su construcción. Y es aquí donde volvemos a la raíz del problema. Las viae praetoriæ, las viæ militares, las viæ consulares, resultan fundamentales para la buena marcha económica del Imperio en su conjunto, y el Imperio de ellas saca partido. ¿Cómo seguir gravando con tributos a quienes no pueden continuar sufragando los ingentes números del Estado?
Todo esto, por no hablar de las viæ vicinales, las que dan vida al entramado viario dentro de cada región y cuyas capas de zahorras y jabre con demasiada frecuencia encontramos surcadas por las inclemencias con las que Neptuno castiga nuestras tierras, casi dejando a la vista la misma via munita. Sin un mantenimiento adecuado, la situación que percibimos al viajar entre poblaciones vecinas poco o nada que ver con el ideal de la movilidad moderna que preconiza la DGT en la cada vez más alejada Roma.
¿Verán nuestros nietos y los nietos de nuestros nietos algún signo de cambio? Si nadie se sirve de nosotros, escribiremos y leeremos sobre las vías del Estado, y si no pudiéramos en la Curia y el Foro trataremos de servir a la patria con nuestros escritos y en nuestros libros. La palabra escrita, escrita queda.