SEAT Martorell, o la calidad puesta a salvo de objetivos indiscretos

Sin cámaras ni móviles. En la entrada de la factoría de SEAT, en Martorell, son especialmente estrictos con esto. Mientras nos hacen depositar decenas de smartphones en unas gavetas de plástico, cada uno dentro de una bolsa numerada, nuestros cicerones del Departamento de Marketing nos enseñan sus propios teléfonos móviles, cuyas cámaras están cubiertas por un adhesivo.

Poca broma, en SEAT se toman muy en serio la propiedad intelectual. Alguna foto filtrada ha acabado suponiendo el despido para el trabajador que la hizo correr. O eso nos cuentan mientras bajamos del autobús calentándonos las manos para hacer frente a una fría mañana de lunes.

La sensación que uno tiene al entrar en la primera de las varias naves que visitamos no es comparable con la que podría experimentar dando una vuelta por la vetusta planta de la Zona Franca de Barcelona. Aquí, a media hora de la capital catalana, todo tiene demasiado aroma a pared recién pintada, aunque esto lleve en marcha desde 1993. 20 años ya... ¡Cómo pasa el tiempo!

Nos dan unos pocos datos en el Taller 1, una inmensa nave de 120.600 m² que alberga a 1.450 trabajadores. Ahí la capacidad productiva es de 2.900 unidades diarias. Sólo del SEAT Ibiza, cada día pueden salir de la línea de producción un millar de unidades fabricadas por 390 personas y 598 robots.

Esos números se quedan en nada cuando los comparamos con el cómputo global de Martorell. Más de 2.000 robots y un total de 14.000 empleados en la planta están detrás de la fabricación de cada vehículo. De esta fábrica salen cada día 2.000 coches para ser distribuidos a los más de 75 países donde la compañía tiene presencia comercial.

La robotización de la factoría es una constante de la planta de SEAT. Allá donde vayamos, vemos máquinas en movimiento, coches al desnudo y en movimiento, todo en movimiento. También los trabajadores, que lejos de esperar en un punto a que llegue su pieza se desplazan, aunque dentro de unos términos muy delimitados.

Robotización y controles de calidad

Mientras observamos esta curiosa coreografía industrial, cada dos por tres se interrumpe el discurso de nuestra guía por la fábrica con una llamada a la precaución. Viene otro trabajador con material cargado en su vagoneta y hay que dejarle espacio, que estamos invadiendo la zona de paso.

Que SEAT esté altamente robotizada supone que haya controles de calidad distribuidos a lo largo de toda la producción de cada vehículo, y en función del tipo de control se realizan de forma puntual, por muestreo o al 100 % de la producción.

Esta exhaustividad me lleva a esbozar una pregunta: ¿Cuál será el porcentaje de rechazo que tienen en SEAT? Y planteo la pregunta, claro. ¿Cómo? Ah, que no me pueden facilitar ese dato. De forma inconsciente llevo mi mano hacia el bolsillo donde debería estar mi teléfono móvil, quizá para apuntar que no hay nada que apuntar. No, claro, no está ahí.

Es curioso observar cómo se conforma la estructura básica de un turismo, comenzando por el chasis, siguiendo por los paneles laterales, que se presentan al conjunto, y acabando por la colocación del techo sobre los montantes. Todo el trabajo se realiza con mediciones por láser. Cuestión de precisión.

La soldadura del techo al pilar A es uno de los puntos críticos. Se trata de una soldadura continua, sin puntos visibles, que se verifica una vez por semana. Esto permite realizar el acabado con pintura, sin molduras ni plásticos que pulan visualmente el trabajo realizado.

Una vez más nos hablan de calidad. El control visual es exhaustivo en cada una de las piezas que hay en Martorell, tanto de SEAT como de Audi. Y, ya que hablamos de piezas, nos comentan cómo desde la Zona Franca llegan diariamente cientos de componentes para automóviles de todo el grupo.

Pasamos de largo algunas naves a bordo del autobús, siempre siguiendo la directriz de que debemos permanecer en grupo. Sólo un trío de fotógrafos, convenientemente identificados con chalecos reflectantes, pueden separarse mínimamente de nosotros. Y con cuidado cuando vayan a retratar el control final de Calidad, que los trabajadores de aquella zona son especialmente celosos de su labor.

Si canta Shakira es que hay un problema

En el Taller 10 se montan a diario miles de SEAT León, SEAT Ibiza y SEAT Altea. Hay mucho movimiento. Vemos los coches medio montados, cuando reciben el motor y la transmisión gracias a una plataforma elevadora que lleva la cadena cinemática hasta la carrocería. Cada unidad lleva codificados todos los elementos que incorporará, y exhibe una hoja con varias decenas de códigos de barras para facilitar la consulta.

El montaje de elementos interiores se realiza de forma manual, pero es otro robot el que, de repente, nos llama la atención. Se trata de una plataforma de transporte de componentes completamente autónoma que irrumpe en la nave. Mientras nos echamos atrás para que pasen varias de estas vagonetas, que desde el mes de septiembre llevan arriba y abajo frontales y radiadores, uno tiene la sensación de haber entrado en la imaginación de algún creativo de Pixar.

Otro punto que nos llama la atención es la música. No, no me refiero al sonido de los metales al componer un coche, sino a que hay dispuestos en los diferentes grupos de trabajo unos sistemas de alarma que se activan tirando de un cable tendido. Y sí, la alarma es música. O músicas. Son canciones de artistas y estilos variopintos, cada uno para una zona concreta. Si se pone a cantar Shakira, es fácil identificar de qué grupo viene la alerta y, en consecuencia, el problema.

Mientras dejamos que la música vaya sonando (no mucho, por suerte para SEAT), nos cuenta nuestra guía que el Taller 11 está dedicado sólo al control de calidad final, que a cada coche se le cargan en el depósito entre 5 y 9 litros de carburante y se le pone a recorrer un circuito de prueba. En fin... los preparativos finales antes de pasar a un aparcamiento donde aguardan vestidos con mayor o menor número de protecciones en función del sistema de transporte por el que vayan a viajar.

Hablando del sistema de transporte nos vamos a por las líneas de ferrocarril. Son dos las que pasan por aquí: una, con cuatro convoyes diarios, destinada al tráfico de componentes desde la factoría de la Zona Franca; la otra, con tres trenes por día, destinada a la expedición de coches a través del puerto de Barcelona. Si estáis pensando que esto debe de ser como una ciudad... bingo, así es.

El complejo dedicado a SEAT cuenta con cuatro restaurantes y un hospital, y próximamente albergará también la nueva escuela de Automoción del grupo, heredera de la que ahora se encuentra en el Paseo de la Zona Franca, cerca de lo que en su día se llamaban las casas de la SEAT. Hay dos aparcamientos en el recinto de Martorell: uno dentro y otro fuera de SEAT. Un detalle: dentro del recinto sólo se permite aparcar coches que sean de la marca del grupo. Cuestión de imagen.

Los paneles solares que copan prácticamente todos los talleres, con la sola excepción de la nave dedicada a pintura, suman 53.000 unidades. Se trata del mayor parque fotovoltaico de España, y no es este el único gesto con el medio ambiente que se observa en esta visita guiada. Mientras veo a lo lejos la planta de tratamiento de aguas que alberga el recinto, pienso en los datos sobre el ahorro energético en la producción del Ibiza.

Básicamente, ahora se gasta un 20 % menos de electricidad y un 25 % menos de agua con unos procesos que son hasta 3 horas más rápidos que en generaciones anteriores del popular modelo. De 80 a 90 horas, dependiendo de la versión, se tardan para sacar a la calle un SEAT Ibiza. Mucho antes que eso, cada uno de nosotros habrá recuperado su teléfono móvil. Sigue haciendo frío en la calle.

Foto | SEAT

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