A raíz de la carta blanca que han ganado las ciudades alemanas para prohibir la circulación de vehículos diésel, otro consistorio europeo se quiere sumar a la lucha contra el gasóleo. Hablamos de Roma: la ciudad eterna también quiere poner freno al diésel en el centro de la ciudad con 2024 como fecha límite. Así lo ha confirmado su alcaldesa, Virginia Raggi, mediante un vídeo publicado en sus redes sociales.
Si hace veinte años nos dicen que los coches diésel iban a ser perseguidos a lo largo y ancho del planeta, tomaríamos al iluminado por loco. Una especie de edad de oro del diésel ha traído consigo que, en las últimas décadas, los automóviles alimentados por gasóleo se vendan como churros, lo que se traduce en millones de esos vehículos circulando por las carreteras europeas. Ahora que son el mal, ¿qué hacemos con ellos?
Los altos índices de contaminación en las ciudades europeas tienen la respuesta: habrá que prohibir. Según Automotive News, Roma ha sido la última en querer poner fecha límite al diésel, pero vendrán más. Por el momento ya se han pronunciado en las Islas Baleares, en el caso de España, o en regiones como Escocia. Por no mencionar las ciudades alemanes que pronto anunciarán limitaciones o la propia Milán, que también anunció limitaciones para el gasóleo con 2030 en el horizonte.
Dos tercios de los coches vendidos en Roma en 2017 eran diésel
Virgina Raggi, alcaldesa de la capital italiana desde 2016, ha sugerido 2024 como el límite para que los vehículos diésel circulen por Roma, aunque matizando que la medida sólo afectará al centro de la ciudad. Lo hizo esta semana a través de sus redes sociales, algo también inconcebible hace veinte años, cuando Twitter o Facebook no eran ni proyecto de.
"Si queremos intervenir seriamente, debemos tener el valor de adoptar medidas enérgicas", defiende Raggi en el vídeo. Y lo cierto es que en Roma, ciudad donde no abundan excesivamente las fábricas, los principales causantes de la contaminación son los automóviles. Al menos así lo explica Raggi. Los datos apoyan el argumento de la alcaldesa: la urbe transalpina es la décima ciudad más contaminada de Europa según los datos de la Agencia Europea del Medio Ambiente publicados por El País.
Según la industria italiana, en 2017 se comercializaron 1,8 milones de vehículos de los cuales dos tercios eran diésel. Lo que nos demuestra que la fiebre del diésel aún colea y es coetánea con la percusión de las administraciones. Algo falla.
Las restricciones al tráfico no funcionan
Actualmente, al igual que ocurre en Madrid, Roma cuenta con diferentes restricciones asociadas a escenarios de elevada contaminación. Además de prohibir la circulación de coches antiguos y más contaminantes cuando hay picos de polución, también se ha intentado reducir la contaminación limitando la circulación de vehículos en el centro de la ciudad según matrícula par o impar.
Decimos intentado porque lo cierto es que la policía urbana no hace mucho por que se cumplan y la pillería de los conductores no conoce límites: según la edil romana, las familias lo solucionan comprándose un coche de segunda mano con una matrícula diferente para poder seguir circulando en automóvil.
Más allá de ser un preocupante problema de salud pública, la contaminación derivada de los combustibles fósiles está causando graves daños en el patrimonio histórico cultural de la ciudad eterna. Según un estudio realizado en 2017 por el Ministerio de Cultura, 3.600 monumentos de piedra y 60 esculturas de bronce están en serio peligro de deterioro a causa de la polución.
Por todo ello, Roma es la primera gran capital europea en dar un paso al frente en este aspecto, aunque el tiempo nos dirá si es un órdago a medias como ocurrió con Madrid.