No es que sus coches de calle me gusten especialmente, pero he sido fan de Toyota desde el momento de su entrada en la Fórmula 1. Me gusta su enfoque, cargado de valor. A ellos no les vale ganar, sino que quieren hacerlo con un coche diseñado y fabricado por ellos en su totalidad, 100% japonés. Les hubiera sido muy fácil hacer un motor potente y fiable, como han tenido algunos años, ceder todo el peso del chasis a un constructor inglés experimentado y bien dotado presupuestariamente, poner su nombre sobre el capó y en el apellido del equipo, y dedicarse los lunes a poner anuncios a doble página con sus victorias; pero no sería lo mismo.
También me gustó que dedicieran establecerse en Colonia, demostrando que existe civilización más allá de los 100 km2 donde se concentran más de la mitad de los equipos de la parrilla. Cierto que la mayor parte de las mentes privilegiadas de este deporte son inglesas, pero en un equipo de 650 personas de 32 países diferentes, no creo que sea vital la localización geográfica para la felicidad de sus trabajadores. Al fin y al cabo están en pleno centro de Europa.
Peor es el tema de los costes laborales, más altos en la tradicionalmente socialdemócrata Alemania que en la liberal Gran Bretaña, pero cuando fundes en un equipo el dinero que se funde Toyota, no creo que unos pocos millones de euros extra sean un problema. Y la flexibilidad está asegurada en un campo donde la gente está súper especializada y es muy ambiciosa.
Todas esas razones son las que me hacen fijarme cada año con especial interés en la presentación del nuevo Toyota. Siempre espero algo nuevo e ilusionante, que haga presentir que al fin tendrán un buen año. Y año tras año se descubre un coche tan simplón y de aspecto tan poco cuidado que te dices a ti mismo que es imposible que pueda ganar una carrera.
Dicen que le perjudica la cultura corporativa japonesa, y seguramente sea verdad. Lo que va muy bien para manejar una empresa de cientos de miles de trabajadores y miles de millones de facturación puede no ser adecuado para una empresa pequeña y de sólo una sede física. Para llegar al Director Técnico, Pascall Vasselon, hay que pasar por una estructura que cuenta con un Director de Equipo representante de Toyota, un Presidente, un Vicepresidente, y un Director de Coordinación con la Toyota Motor Company. Por tanto, podría ser que a Vasselon le llegasen órdenes por tres o cuatro caminos diferentes, o que incluso no le llegasen, por falta de decisión entre unos y otros.
Además, ni siquiera hay un Director Técnico en toda regla, sino que Vasselon se encarga del diseño de chasis. Antes de entrar en Toyota era un gurú de Michelin, y se supone que está en el equipo para asegurar que la interacción entre el chasis y los neumáticos, que encima ahora son Bridgestone, es buena; pero no parece que sea el hombre adecuado para llevar el peso en todo el resto de decisiones técnicas.
De la política de pilotos mejor no hablar. No sabemos si ha existido una, y de haber existido esperemos que el responsable ya no se encuentre dentro del equipo. La salida de Ralf Schumacher es buena noticia, pero no se puede decir a priori que Timo Glock vaya a resucitar el equipo. Este año fue bueno, pero la GP2 brillaba precisamente por la falta de calidad pura. En ese mundo el más veterano tenía las de ganar.
Todo esto nos explica porque el año de Toyota ha sido tan nefasto. El coche fue malo al principio, en el medio y al final, y si en algún momento pareció valer para algo, tuvo más que ver con el talento de Trulli que con las condiciones del coche. Eso sí, pueden presumir de haber sido al menos el mejor equipo japonés, que no es poco si los rivales son Honda y su equipo cliente.
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En RacingPasion | Resumen Temporada 2007