Tras los comentarios en la entrada sobre la vuelta de Lotus a la Fórmula 1, pensé que sería interesante indagar un poco sobre el origen de los colores por países en los monoplazas de competición a principios de siglo.
Todo parece indicar que esta tradición data de comienzos de siglo. Aunque las carreras de automóviles datan de los últimos años del siglo XIX, fue en la Copa Gordon Bennett cuando se instauro ese formato. Gordon Bennet era un magnate de la prensa, propietario del New York Herald y de dos periódicos parisinos, amante de las carreras. En 1900, la copa con su nombre unió la distancia que unía Paris y Lyon. Esta carrera se disputaba por países así que para distinguir a los distintos participantes se decidió pintar los coches según su país de procedencia.
Italia, Francia y Alemania fueron los primeros en escoger y el rojo (Rosso Corsa), el azul y el blanco fueron los colores que respectivamente escogieron. Las reglas de la Gordon Bennett Cup decían que el país ganador de la prueba acogería la cita del año siguiente, en consecuencia, la edición de 1903 se celebraría en Inglaterra ya que el ganador el año anterior fue el Napier de Selwyn Edge.
Para desgracia de los ingleses, Inglaterra prohibía las competiciones automovilísticas en las carreteras públicas de su territorio, por lo que tuvieron que dirigirse a Irlanda. Esa es la razón del nacimiento del British Racing Green. El verde era el color de Inglaterra ya que el blanco, el rojo y el azul, los colores de su bandera ya estaban escogidos. Como deferencia al país de acogida los británicos pintaron sus coches con el Shamrock Green (que conocemos como British Racing Green), aunque el Napier de Edge disputó la carrera de 1902 con un verde oliva (quizás más parecido al verde británico que todos conocemos).
Posteriormente, el Automobile Club de France, el primer organismo regular de las carreras de automóviles y embrión de lo que ahora conocemos como FIA, instauró la regla de los colores por nacionalidades a sus competiciones, para facilitar el reconocimiento de los mismos. EEUU, “propietario” en primera instancia del color rojo lo cambio por el blanco con dos rayas longitudinales azules (aunque también compitieron con la combinación inversa). Bélgica, sin fabricación propia de coches de carreras corría con Ferrari amarillos. España era rojo con el capot amarillo, Japón blanco con un circulo rojo; Australia, verde y oro…
Aunque como siempre hay excepciones. La leyenda de la flechas plateadas alemanas nació en 1934, o al menos la leyenda que conocemos. Durante la celebración del Gran Premio de Alemania de ese año, el Mercebes Benz W25 de Manfred von Brauchitsch superaba en un kilogramo el peso máximo (la Federación Internacional lo limitó a 750 kg ese mismo año). Alfred Neubauer, director técnico de la escudería, decidió que la solución era raspar la pintura blanca, dejando el coche en el color aluminio de la carrocería. Color que pasó a ser el habitual en los autos alemanes, de ahí que los Auto Unión también lo utilizasen.
En 1949 y aún con la normativa vigente hubo diferentes “excepciones”. Juan Manuel Fangio, con el apoyo del gobierno argentino, utilizaba un Maserati pintado con los colores correspondientes a Argentina, azul con el capot amarillo. Posteriormente, en su desembarco en Europa, el Automóvil Club Argentino le compró en Ferrari de F2 que también mandó pintar con los colores de argentina.
Años después en 1964, y de nuevo con Ferrari como protagonista, John Surtees compitió las dos últimas carreras del año en que conquistó el título con un Ferrari pintado en azul y blanco, colores correspondientes a EEUU. La escudería italiana, como protesta en contra de las autoridades italianas por los problemas de homologación de su nuevo monoplaza, decidió inscribir el coche bajo la escudería estadounidense NART.
A finales, de esa misma década la llegada de los grandes patrocinadores acabó con la bonita tradición de los colores por países, aunque hoy en día algunas equipos aún mantienen los colores en sus coches.