Cuando tras proclamarse campeón del mundo de Fórmula 1 en 1996, se supo que Williams no contaba con Damon Hill para la temporada siguiente, los cimientos de la Fórmula 1 se sacudieron. ¿Cual sería el destino del campeón en título? Al final, un interesante proyecto de Tom Walkinshaw, que quería llevar a Arrows hasta arriba para convertirse en un equipo de los principales, fue lo que convenció al as británico, así que para 1997, Damon Hill llevaría el número 1 en un Arrows.
Hill tendría a Pedro Diniz como compañero de equipo, aportando una importante cantidad de dinero, necesaria para que el equipo pudiera apoyar al campeón como era debido. En cuanto a la motorización, el Arrows equiparía el motor Yamaha que en 1996 había utilizado el equipo Tyrrell. El año resultó ser una pesadilla, y el abandono por problemas técnicos en la vuelta de formación del Gran Premio de Australia, primera carrera del año, parecía ser un preludio de lo que estaba por venir.
Pero el verano trajo consigo esa magia que a veces forma parte de las vidas de la gente de fuera de la Fórmula 1. El verano parece ser una época especial en la que, en cierta forma, todo es posible. Por una vez, un poco de esa magia se filtró en el mundo del deporte y estuvimos a punto de ver un milagro. Damon Hill llegaba a Hungaroring con un solo punto en su haber, el conseguido dos carreras antes, en Silverstone, en la carrera de casa tanto para él como para el equipo.
La primera sorpresa llegó con los entrenamientos oficiales, en los que Damon Hill consiguió auparse hasta una increible tercera posición, solo por detrás de los líderes del campeonato; Michael Schumacher y Jacques Villeneuve. En la salida, el británico adelantó a un sorprendido Villeneuve, que perdía algunas posiciones, y se lanzaba en persecución de su rival de siempre; Michael Schumacher. Volvían a verse las caras de forma real, estos dos viejos conocidos.
Tan solo once vueltas, tardó Hill en adelantar a Schumacher en la primera curva, en un movimiento que, sin ser particularmente espectacular en su ejecución, dejó a todos con la boca abierta. Un Arrows con motor Yamaha y un campeón a quien todos consideraban deshauciado, acababa de adelantar al entonces considerado como mejor piloto de la categoría en un todopoderoso Ferrari. Nadie dudaba de que estaban viendo algo realmente especial.
Con ambos pilotos habiéndose escapado de los rivales, Hill empezó a ganar ventaja gracias a la gestión de los neumáticos con un motor mucho más dócil, sus Bridgestone no caían, mientras que los Good Year de Williams y sobre todo Ferrari sufrían de un terrible blistering que condenó a Schumacher a una posición más que mediocre, al final de carrera. En cuanto a Hill, seguía escapándose de los rivales, sin que nadie pudiera hacer nada.
Poco a poco, la diferencia fue aumentando hasta llegar a los 35 segundos de ventaja, fruto de un ritmo espectacular, a falta de tres vueltas. Eran 35 segundos y faltaban tres vueltas. Estaba hecho, ¿no? Evidentemente, en la Fórmula 1 dos y dos no son siempre cuatro, y de nuevo se demostró ese viejo proverbio de Murray Walker, que dice que en la Fórmula 1 cualquier cosa puede pasar, y normalmente así acaba siendo; que una sorpresa toma el protagonismo.
De golpe, a tres vueltas del final el Arrows empieza a fallar. Al salir de una chicane, el acelerador no se cerraba. Más adelante, la caja de cambios fallaba en algunas marchas, y el piloto se percató de que tenía que ser un problema hidráulico, con las señales siendo bastante claras. El equipo le mandó un mensaje desde la radio. Si conseguía llegar a quinta marcha, podía llegar hasta el final con un ritmo suficiente como para aguantar la posición. Pero el coche no tenía suficiente presión hidráulica; solo podía subir de segunda hasta tercera.
En la primera de esas tres agónicas vueltas, Hill perdió nueve segundos. Aún podía conseguirse, pero en la segunda se perdieron otros veinte. Llegando a la última vuelta con unos seis segundos de ventaja, el resultado estaba claro. Aunque siempre quedaba la esperanza de que el coche pudiera mejorar en las últimas curvas, o que fuera lo suficientemente rápido como para que Villeneuve no se arriesgara. Pero no fue así. Mientras Hill se peleaba, dando bandazos con el coche para que reaccionara, un sorprendido Villeneuve adelantaba con dos ruedas por la hierba.
El resultado estaba sellado, y Villeneuve planeaba hasta una victoria que, siendo justos, debería haber caído en otras manos. Pero no existen los ganadores morales. Solo los ganadores; aquellos que cruzan la línea de meta en primera posición. En Arrows, sentimientos encontrados. La delicia de un podio, la gran felicidad por un gran resultado y un buen progreso, pero la decepción de haber perdido una oportunidad de oro. Tras bajar del coche, Hill y Villeneuve se fundieron en un abrazo. Compañeros de equipo del año anterior, seguían manteniendo una buena relación.
Damon Hill cruzó la línea de meta a nueve segundos del vencedor, al final, un Villeneuve que le dio la centésima victoria en un gran premio al equipo Williams. Una victoria que, mirando más adelante, le valió un título de pilotos, ya que con esos cuatro puntos menos, Schumacher no habría bloqueado en Jerez, ya que terminando justo por detrás del canadiense habría tenido suficiente para ser campeón. Puede que esa victoria no hubiera cambiado el destino de Arrows, pero algunas cosas seguro habrían cambiado.