Ferrari y sus inesperados pilotos: Sueños perdidos

Te necesito. Dime qué tipo de coche quieres y te lo haré en seis meses. Escribe tus ideas en un papel para mí. Si pilotas para mí, me dirás el lunes qué no te gustó del coche el domingo y el viernes ya estará a tu gusto. Si pilotas para mí, no tendré un equipo. Solo a tí y a un piloto reserva. Con Stirling Moss, no necesitaría ningún equipo.

Toda historia tiene un comienzo. A veces, los comienzos pueden ser finales. Otras, los finales son comienzos de nuevas historias. Para Ferrari, las temporadas de 1961 y 1962 vieron una historia donde los comienzos y los finales se entremezclaron como los hilos rojos del destino. Hilos de color rosso corsa... con una notable excepción de color azul. Una excepción que comenzó con una "declaración de amor".

Las palabras de Enzo Ferrari para Stirling Moss a finales de 1961 suponían toda una declaración de intenciones. Il Commendatore sabía que no había mejor piloto disponible en la Fórmula 1 del momento. Tanto, de hecho, significaba para él, poder contar con el británico que tras negociar con él llegó a un acuerdo sin precedentes. Stirling Moss pilotaría un Ferrari 156 F1 oficial... con los colores de Rob Walker.

Para entender esta decisión, es necesario retroceder en el tiempo. En 1958, un Stirling Moss desesperado había creado una asociación con el jefe de equipo Rob Walker (heredero del imperio de Johnnie Walker de bebidas alcohólicas) que le había llevado a la victoria en su primera carrera juntos. Más adelante, competirían con Cooper y Lotus hasta 1961, obteniendo seis victorias más en grandes premios.

Walker había "adoptado" a Moss como una especie de hijo deportivo y le había llegado a aconsejar pilotar para otros equipos en alguna ocasión donde sentía que su propia estructura se quedaba corta para el talento de Moss. El genial piloto confiaba en su jefe de equipo y quería que siguiera con él dondequiera que fuera. Y así, esa condición se hizo clara a Enzo Ferrari. Incluso algo así se aceptó.

Estaba decidido, entonces, que una unidad del Ferrari 156 F1 se pintaría en el color tradicional azul oscuro con la franja blanca en el frontal de Rob Walker. Además, la gestión del coche se realizaría en Dorking, en la base de Rob Walker Racing Team en el Reino Unido. Era una asociación espectacular y una oportunidad de oro tanto para Moss como para el equipo de Rob Walker. El futuro parecía más brillante que nunca.

De hecho, en 1961 ya se había vivido una pequeña muestra de lo que este triumvirato podía hacer junto, con Stirling Moss pilotando un Ferrari 250 GT Berlinetta competizione de color azul. Moss se impuso en carreras en Silverstone, Brands Hatch, Goodwood y Nassau (su última victoria en competición). Allí, Ferrari había aprendido que además de ser un piloto rapidísimo, Moss tenía una sensibilidad técnica excelente.

Pero entonces llegó el desastre. Retrasos en la entrega del Ferrari 156 F1 obligaron a Moss a competir en sus dos primeras carreras del año (no puntuables) con un Lotus de la British Racing Partnership. En Goodwood sufrió un accidente terrible y aunque pudo recuperarse de sus heridas por completo en "tan solo" un año, anunció su retirada en 1963 tras unas pruebas que le demostraban que había perdido su velocidad.

Mientras tanto, Ferrari languidecía con un Phil Hill que a pesar de ser campéon el año anterior, no era capaz de liderar el equipo. Los jóvenes Ricardo Rodríguez y Lorenzo Bandini no tenían la experiencia suficiente como para dar el feedback suficiente y lo que había sido un gran coche en 1961 era poco más que una máquina mediocre en 1962. Aún así, Ferrari consiguió tres podios con Phil Hill, que se mantenía en segunda posición del campeonato tras el Gran Premio de Bélgica.

¿Qué habría pasado, de haber podido competir Moss con esa máquina? Su experiencia, capacidad de análisis y su velocidad aseguran que habría ganado alguna de esas tres primeras carreras en las que el Ferrari había sido competitivo. Seguramente, habría dado las directrices necesarias para que el coche siguiera siendo capaz de ganar. A partir de allí, la lucha habría sido feroz con los potentes BRM y el hambriento Graham Hill.

¿Un quinto subcampeonato para Moss? ¿Un título al fín? Nunca lo sabremos, por desgracia, aunque el hecho que Enzo Ferrari renunciara al rojo de sus queridas máquinas y a la gestión draconiana que ejercía sobre prácticamente todos y cada uno de sus coches demuestra que tenía fe ciega en Moss. Él era el hombre que podía hacerlo. Más no sucedió y hubo que esperar a la fuga de cerebros de ATS en 1962 que supuso el fín de una era de Ferrari y el inicio de otro para resucitar y ganar en 1964... con otro piloto británico, John Surtees.

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