Australia 2014. Poco ruido y pocas nueces

Bienaventurados aquellos que disfrutaron la Formula 1 cuando roncaban y rugían las jaurías furiosas, los más explosivos motores. Esas vivencias, esos recuerdos ahora valen oro. Por increíble que parezca, el protagonista principal del pasado Gran Premio de Australia fue la ausencia. Ya no se escuchará más el melodioso, apasionante y desenfrenado ruido ensordecedor que identificaba a los coches más veloces del planeta. El relinchar de los caballos salvajes fue sacrificado. El trueno y el sacrilegio, la cólera sónica capaz de espantar el sueño se ha extinguido.

Todavía no logro asimilar el sonido de los nuevos motores, unidad de potencia, sistema de poder o como quieran llamarle. En buena parte porque si la Fórmula 1 se inclina hacia el ámbito ecológico ¿Qué diablos se aspira con la nueva Fórmula E? No hay elección posible cuando las dos opciones planteadas no agradan. Inclinarse por un zumbido-silbido, parecido a una congestión asmática, para no elegir el silencio absoluto me luce como decidir entre una inyección letal y una silla eléctrica.

Ciertamente, hay que evitar la contaminación ambiental, pero cada Gran Premio se escenifica una vez al año y en naciones con una diversidad de variables contextuales, situacionales y socio culturales. Resulta un tanto incoherente los planteamientos de la FIA en cuanto a la aplicación de nuevas tecnologías cuando ni siquiera realizan un sondeo para conocer la opinión de los espectadores, los que mantienen con vida el show de Bernie Ecclestone y sus amigos, y a los que nunca toman en cuenta al momento de aplicar cualquier ley circense. Alguien se imagina que a los organizadores de la Nascar se les ocurra eliminar los escandalosos V8 para utilizar motores "comeflores"...

A veces suelo creer que la nueva Formula 1 fue concebida para divorciarla de los fanáticos tradicionales, esos radicales que crecieron observando las imposibles hazañas de Niki Lauda, Alain Prost, Ayrton Senna, Nigel Mansell, Nelson Piquet, Gilles Villeneuve y otros inmortales; para atraer a los más jóvenes, los chicos que compran y gastan, y gastan mucho, para así hacerlos sentir parte de un deporte espectáculo que ahora, a todas luces, es manipulable. Pero como no me considero un esclavo de las modas, me resulta indigerible tantas modificaciones y nuevas reglas para conseguir una ilusión de paridad que venda mucha, mucha más, mercancía F1.

En Melbourne, el rechazo colectivo hacia el sonido vuvuzuelo de los nuevos propulsores fue unánime, tanto que los organizadores se quejaron ante Bernie Ecclestone, pues pagaron un dineral para escenificar un auténtico Gran Premio de Fórmula 1 y les vendieron un producto ligth muy bajo en calorías. Una estafa. El alarido mecánico insoportable, amenazador y glorioso, era parte del espectáculo y lo cercenaron para enfocarse, u ocultarse, en la figura de la fiabilidad, ofreciendo cómo emocionante el dilema de cuántos pilotos llegarían a la meta. Como si la Fórmula 1 fuera una carrera de demolición.

He de confesar además que todavía no logro explicarme como a ciertos "comentaristas" y "fanáticos" les resulta apasionante que tanto Lewis Hamilton como Sebastian Vettel abandonen una carrera. Celebrar públicamente las deserciones de tales pilotos no hace más que agregar elementos ramplones a la ya distorsionada Fórmula 1 que nos intentan imponer.

Paren el mundo que me quiero bajar.

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