El GP de Brasil siempre es una cita singular y de lujo de la Fórmula 1. El Autódromo Jose Carlos Pace, históricamente y popularmente denominado como Interlagos depara grandes y complejas carreras para los monoplazas, en las que no pocas veces las criticadas carencias y deficiencias del circuito en materia de escapatorias y seguridad aportan ese plus de salsa a las carreras.
Interlagos es un circuito relativamente corto, con 4,309 km y muy rápido a pesar de la ratonera que supone su segundo sector, una secuencia de curvas muy lentas, con marcados peraltes y cambios de nivel. Un sector que pone a prueba el agarre mecánico, la tracción y lo dócil que sea el comportamiento de cada monoplaza. Los monoplazas invierten menos de 1:20 para completar una vuelta en sentido antihorario y en un escenario que requiere siempre el 100% de atención.
Con una de las variantes del circuito que conforman un bestial y singular circuito tipo óvalo (aunque no tenga la silueta de óvalo), el tercer sector abarca en tres de sus cuatro curvas parte del mismo, en plena subida a izquierdas hacia la recta de meta desde la curva 12 que los monoplazas realizan con el acelerador a fondo, superando holgadamente los 300 km/h en la recta.
Mientras que las gradas y tribuna de la recta de meta parece que vayan a reventar con el público carioca, la sangre de los pilotos y supongo que la de los comisarios en pista se hiela al llegar estos a la primera curva en cada vuelta: las eses de Senna implican una frenada brutal, y una crítica curva ciega a izquierdas a la que los pilotos han de lanzarse con plena confianza y la única referencia de su intuición.
El embudo que supone la misma en la salida siempre acarrea que alguno termine probando el césped del circuito. La rápida ese tras el crítico primer giro marca muchísimo el tiempo por vuelta, y los adelantamientos que se hagan en ella a los aficionados. Todos recordamos el escalofriante adelantamiento de Juan Pablo Montoya a Michael Schumacher en 2001, o el último gran adelantamiento que hiciera el Kaiser antes de su retirada en ese mismo punto a Kimi Raikkonen en 2006.
El asfalto provoca dolores de cabeza (y de muñecas) a ingenieros y pilotos. El agarre es más crítico que en los circuitos europeos, añadiendo el tremendo bacheado que caracteriza al circuito especialmente en el segundo y lento sector que exige una precisión en trazada y pilotaje exquisitos. En 2007 fue reasfaltado, y se le sumó el problema inicial que tiene el asfalto nuevo hasta que se deposita goma sobre él, que temporalmente era más deslizante. Este año es previsible que mejore este aspecto, gracias al retorno de los slicks.
71 vueltas, con una recta de meta que supone más de 15 segundos con el acelerador a fondo, y dos puntos en los que se superan los 300 km/h (tras las eses de Senna el segundo de ellos): la fiabilidad de los motores es crucial. No me extrañaría que viéramos a alguno que otro romper uno de sus últimos motores y prepararse para recibir penalización para el siguiente GP o incluso para la propia salida en Interlagos.
La estrategia habitual es a dos paradas, con un pit-lane de los más delicados y técnicos de todo el calendario y curiosamente, los neumáticos no sufren en exceso en esta pista. La estrategia a una parada si está bien calculada y el desarrollo de la carrera acompaña puede resultar más efectiva de lo que parece, aunque penaliza en exceso con máxima carga en el segundo sector (sobre todo para los que vayan detrás del susodicho aljibe).
El año pasado fue el escenario en el que Lewis Hamilton se coronara como Campeón del Mundo de Fórmula 1 cuando todo el mundo daba por campeón al vencedor de la carrera, Felipe Massa. La cortesía de un Timo Glock para para muchos llegó a ser invisible y etéreo nos mostró a más de medio planeta que estábamos equivocados. Y puede ser el mismo escenario en el que el británico le ceda el cetro a su compatriota Jenson Button que dejara escapar en Suzuka. Siempre que Rubens Barrichello, piloto local y en lucha por el campeonato no ponga objeciones.
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