Este ciclocarril llamado Cykelslangen es la última novedad que nos llega desde Copenhague para poner los dientes largos a los españoles que se juegan la vida que cogen a diario la bicicleta para ir a trabajar, o sencillamente, que la utilizan como medio de transporte urbano. No es gran cosa por los 220 metros que añade al resto de carriles bici de la capital danesa (que suma, por cierto, más de 350 kilómetros), pero su incorporación a la red es tan útil como simbólica.
Mientras, por ejemplo, en Madrid hemos podido escuchar a los usuarios de Bicimad (y al resto de conductores) quejarse porque los kilómetros de carril bici añadidos con la inauguración del servicio de bicicleta compartida no son más que unas cuantas bicicletas pintadas en el pavimento, en Copenhague demuestran por qué es la ciudad europea donde el transporte es menos mortal.
La función de Cykelslangen (o serpiente ciclista) es la de aliviar el tráfico común entre bicicletas, peatones y el resto de vehículos en el puerto haciendo que los ciclistas transiten por este paso elevado. Este ahorrará tiempo a los ciclistas que vayan o vuelvan de sus trabajos, que no son pocos: uno de cada dos ciudadanos de Copenhague utiliza la bicicleta para ir a trabajar.
Aparte del sentido funcional de su diseño (calculado para permitir trazar mejor sus curvas y facilitar la labor a las bicicletas de carga), se ha aprovechado este ciclocarril para imprimir cierto valor artístico y estético que ha costado a la ciudad la friolera de 4,32 millones de euros, que han ido a parar a sus autores del estudio arquitectónico Dissing+Weitling.
Vía | Wired
Imágenes | Dissing+Weitling
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