A estas alturas podemos decir que 'Stranger Things', más que una simple serie de aventuras y suspense de entre las infinitas opciones que ofrece Netflix, ya se ha convertido en todo un fenómeno de la cultura pop que ha vuelto a poner sobre la mesa la estética de la década de 1980 y 1990.
La serie no solo ha devuelto la felicidad a los nostálgicos con referencias de lo más variopintas, que van desde 'ET' a los 'Goonies', pasando por 'Stand by Me' o 'Red Dawn'… la ciudad ficticia de Hawkins (Indiana, EEUU) también ha devuelto un pedacito de historia a los amantes de los coches.
Y es que a pocos petrolheads se les habrá pasado por alto lo bien seleccionado que está el parque móvil para la época en la que se desarrolla la trama.
En esta ocasión, si estás preparado para una “explosión de nostalgia” -nunca mejor dicho-, repasamos la historia de uno de los coches más destacados de las dos primeras temporadas de Stranger Things: el pequeño Ford Pinto de Joyce Byers.
Los coches del mundo ‘no tan al revés’
Salvo por alguna excepción que hemos podido ver de refilón en las dos temporadas más recientes de la serie, si tienes entre 35 y 50 años y una especial debilidad por los coches americanos, recordarás cuando las carreteras se debían ver exactamente como las de 'Stranger Things'.
Bueno, en el mundo real, ya sabes… no en el mundo del revés.
Las calles y carreteras de Hawkins ofrecen una selección casi perfecta de coches que realmente podrían haber pasado sus días de gloria en cualquier ciudad humilde del medio oeste de EEUU desde principios de los años 80.
A menudo, estos coches se convierten en parte de la historia e incluso llegan a ser una extensión del personaje que los conduce.
Por citar ejemplos, muestra de ello son el Volkswagen Cabrio de Barb, el precioso BMW 733i de 1980 de Steve, el Chevy K5 de Hopper y cómo no: el pequeño Ford Pinto verde de 1976 de Joyce Byers, interpretada por una flamante Winona Laura Horowitz (más conocida como Winona Ryder).
Crónica de un coche “explosivo”: el pequeño Ford Pinto
Cuando nació en 1970 el subcompacto Ford Pinto era un coche innovador entre tanto gigante devorador de gasolina que salía de las líneas de montaje de Detroit, y rápidamente se convirtió en la alternativa americana a los Toyota Corolla y Volkswagen Beetle del momento.
Estos coches eran asequibles para el público general y consumían relativamente poco, así que se expandían como la pólvora por los barrios estadounidenses más humildes como respuesta al aumento de los precios del combustible que empezaba a ocasionar la crisis del petróleo de aquella década.
El presidente de Ford entonces, Lee Iacocca (quien también fue el padre del Ford Mustang), había dado a sus directivos instrucciones claras: la empresa debía desarrollar un coche que costara unos 2.000 dólares y pesara alrededor de 2.000 kg para satisfacer las nuevas preferencias de los consumidores y liderar el mercado.
Cuando pasó del papel al concesionario (en un tiempo récord de unos 24 meses), el coche era uno de los más baratos del momento y a cambio ofrecía capacidad para cinco personas, un consumo de combustible que no hacía un agujero en el banco y, sobre todo, un maletero bastante espacioso.
Las matriculaciones superaron el medio millón de unidades al año poco después de su lanzamiento, lo que convirtió al Pinto en el vehículo más vendido de su clase.
Pero justo cuando coche -y todo lo que representaba- estaba empezando a hacer realidad ‘el sueño americano’ todo saltó por los aires. Literalmente.
El accidente que desató la polémica
Para 1972 cientos de miles de estadounidenses habían comprado el ya icónico Ford Pinto, y la joven californiana Lily Gray era una de ellas. Un día de tantos en el que se disponía a incorporarse a la autopista con Richard Grimshaw -de 13 años- como copiloto, el coche se paró inesperadamente.
Entonces fue golpeado por detrás por otro vehículo a 45 km/h, pero pese a la velocidad reducida, el depósito de combustible se incendió y a partir de entonces el destino de ambos quedó sentenciado: los vapores del tanque entraron rápidamente en el habitáculo y el Pinto se convirtió en una bola de fuego.
La estructura del coche se deformó por el calor, hasta el punto de bloquearse las puertas creando una jaula mortal.
Cuando pudieron rescatar a las dos víctimas nada se pudo hacer ya por la conductora, mientras que aunque Grimshaw quedó con la mayor parte de su cuerpo cubierto por graves quemaduras, sobrevivió. Tras múltiples operaciones, el adolescente se quedó desfigurado para siempre.
Aquél trágico accidente desencadenó una serie de acontecimientos que hicieron que el Pinto quedase envuelto en polémica: más de 26.000 unidades fueron llamadas a revisión porque el pedal del acelerador se atascaba, otras 220.000 unidades por vulnerabilidades en los carburadores...
Quizá las prisas en su desarrollo tuvieron algo que ver y la seguridad no pudo vencer a la ambición. O puede que un cúmulo de 'desafortunadas desdichas' se aprovechó por parte de la prensa del momento, pero lo cierto es que al final el coche acabó saliendo caro a la compañía.
Y no solo porque pronto su precio empezó a caer en picado hasta dejar de ser a todas luces rentable, pues el joven Grimshaw acabó acudiendo a los tribunales y presentó una demanda contra Ford en la que alegaba que el Pinto “era un coche inseguro, peligroso y especialmente vulnerable a las colisiones traseras”.
Para fundamentar una afirmación tan condenatoria a una empresa del calibre de Ford ante el jurado, los abogados de Grimshaw se aseguraron de contar con pruebas suficientes, y presuntamente acabaron encontrándolas.
Entre ellas, contaban con documentación de algunas pruebas de choque de la empresa que aseguraron que evidenciaba "que algunos de los responsables del desarrollo del coche" podrían haber sido conocedores de los problemas del Pinto antes de sacarlo al mercado.
A grandes rasgos, al parecer los documentos mostraban que el tanque de gasolina del Pinto, al encontrarse detrás del eje trasero, era particularmente vulnerable al daño por colisiones traseras, ya que podía desplazarse e impactar con los tornillos del eje (que no estaban protegidos).
Además, se descubrió un controvertido memorando como parte de un informe que Ford había redactado a petición de la Administración Nacional de Seguridad del Tráfico de los EEUU (la NHTSA), que buscaba comprender los costos sociales y económicos asociados con los estándares de seguridad de vehículos subcompactos como el Pinto.
Para realizarlo, Ford utilizó el denominado "análisis coste-beneficio", una práctica habitual en la industria de la época y además se basó en las cifras que proporcionaba como base la NHTSA.
Sin embargo, solo trascendió que Ford supuestamente "determinó que el coste para la sociedad de cada coche quemado era de 700 dólares, el de cada lesión por quemadura de 67.000 dólares y el de cada vida perdida de 200.000 dólares". Y estos datos era parte de un informe que, en cierto modo, se sacó de contexto.
El memorando se hizo público porque fue filtrado por los abogados de Grimshaw a Mark Dowie, un periodista de investigación de la revista 'Mother Jones'. Justo cuando llegaba la fecha del juicio de Grimshaw contra Ford, Dowie publicó "Pinto Madness". Y aquí se desató la verdadera locura.
Escrito en un período inmediatamente posterior al famoso 'Watergate', el reportaje enfatizó una supuesta "conspiración organizacional y el cálculo inmoral del memorando", pero no tuvo en cuenta aspectos como las pautas de la NHTSA para las pruebas de seguridad de choque entonces, los requisitos para hacer los informes o los resultado del Pinto frente a su competencia (similares o peores en algunos casos).
Afortunadamente, hoy en día los estándares de seguridad para los coches nuevos no tienen nada que ver con los de entonces.
Al final, Ford acabo pagando casi 128 millones de dólares a Grimshaw a modo de indemnización, una vez que el jurado popular falló a su favor. El mismo año de la sentencia, Ford retiró de la circulación casi 2 millones de Pintos fabricados entre 1971-1976 para su revisión, y a pesar de ello, se llegaron a vender más de tres millones de unidades.
El que alguna vez fue protagonista 'del sueño americano' se desvaneció en la historia de la automoción estadounidense con un expediente manchado para siempre y aniquilado por la misma sociedad para la que fue creado.