Ferrari, Lotus, Bentley, Maserati y Aston Martin no han acudido solas al Salón de Barcelona 2015, sino que lo hacen bajo el paraguas de Quadis y ocupan el pabellón de la Zona 6, junto a las fuentes, apartado del mundanal ruido del Salón, en un espacio tan singular como exclusivo.
Al penetrar en ese ambiente, oscuro ambiente preparado para que destaquen las joyas de la corona automovilística, observamos un espacio que poco o nada tiene que ver con el resto del Salón. Los coches de ensueño quedan disgregados por el pabellón, grandes plataformas separan los sets dedicados a cada marca. Pocas unidades nos dan la idea de que estamos en un lugar exclusivo. Todo un templo del lujo que, alejado de todo lo demás, busca la atención del público más selecto.
Deambulo por allí. Mi cometido no es tanto retratar los coches más llamativos de forma exhaustiva, que de eso ya se encargará Iván Solera con la cámara buena, sino pulsar el ambiente, echar un ojo general al Salón para luego contarlo. Así, me pongo a dar una vuelta por allí, escuchando lo que se comenta, que es más bien poca cosa, porque poca es la gente que se congrega en la zona, más si comparamos la escasa afluencia de la Zona 6 con el bullicio de los pabellones más generalistas.
Avanzo entre grandes losas de lo que parece metacrilato teñido de azul. Piso moqueta en todo momento para evitar dejar huellas en el suelo, que los preparativos aún están en marcha y sabría mal ensuciar la zona. Entre el laberinto de losas que envuelven los coches, me muevo como puedo. No hay un camino evidente para acceder a los diferentes sets y hay que dar grandes rodeos cada dos por tres. La visita no me está resultando nada cómoda.
De repente, me encuentro encerrado. Quiero fotografiar uno de los modelos que se exponen pero no sé cómo llegar hasta él. El camino por la moqueta no es en absoluto sencillo. Decido pisar un vértice de una de las losas de metacrilato teñido de azul. Será una esquinita, lo justo para pasar de un lado a otr¡CHOF!
No es metacrilato. No es cristal. ¡CHOF! El pie izquierdo ha seguido al derecho, que se estremece de frío y de sorpresa mientras sale del agua y busca desesperadamente la moqueta. Antes de mojarse ese pie derecho ha notado que el suelo se hundía bajo él y que la altura a la que esperaba pisar ya no existía, que se precipitaba al vacío. El susto ha quedado remojado enseguida. El pie izquierdo ya está fuera, no tan aturdido como su compañero derecho pero igualmente sorprendido y avergonzado.
Me agacho y disparo un par de fotos, y un individuo se me acerca y me increpa, con cierto desdén disfrazado de condescendencia:
- — Oiga, hay que respetar las zonas de paso.
- — Ya —le digo yo, levemente molesto por ser abroncado en una situación tan surrealista como evitable—, pero es que pensaba que eso era un suelo de cristal, porque eso es lo que parece.
- — Bueno, también le digo que es la quinta persona a la que le pasa eso mismo.
Ante esta revelación, mi leve molestia se convierte en estupefacción:
- — Entonces será que algo falla, digo yo... No estaría de más que pusieran algún poste con cintas rojas para evitarlo —sugiero, acaso llevado por mi sentido de la prevención de riesgos.
Y me alejo, pensando en lo que puede esto cuando el Salón abra sus puertas al público. Oscuridad y un suelo que es una trampa. Sólo espero que nadie se tropiece y se parta la crisma en ese lugar.
Qué se le va a hacer. Fuera de este oscuro y exclusivo ambiente vuelve a lucir el sol, y mis baratas zapatillas del Decathlon pronto estarán secas. Sigamos pateando, que tengo un reportaje por hacer.
En Motorpasión | Este es el sentido que le vemos al Salón de Barcelona después de visitarlo