Audi, BMW, Mercedes, Porsche o Lexus. Los coches de lujo son una presa fácil para los ladrones de coches en la segura Nueva York de los años 90. Cada semana desaparecen decenas de coches. En seis días llegaron a robar hasta 48 coches de gama alta. Incluso para Nueva York, eso es enorme. Como no los encuentran desguazados para recuperar las piezas es que alguien se los está llevando al extranjero.
La única pista que tiene la policía es el uso en muchos de esos coches del telepeaje EZ Pass. En todos los coches robados que llevaban uno, sus dueños han visto como tenían un cargo en el puente de Triborough tras ser robados. De ahí, pensó la policía, sólo se puede ir al aeropuerto JFK o al puerto de Brooklyn si quieres enviar un coche al extranjero. Descartado el aeropuerto por razones evidentes, queda el puerto. Pero nunca llegaron a encontrar una sola pista. Detrás de esa eficiencia en el robo, un ex espía chino que robó mil coches ganando 40 millones de dólares.
De espía a proveedor de coches de lujo
Todo empieza a finales de los años 80 en China. Mijian Yang es entonces un oficial de los servicios de inteligencia del Ejército Popular de Liberación que vuelve a la vida civil. Y hace lo que cualquiera haría en esa época en China, dirigirse a Shanghai. La ciudad crece a un ritmo vertiginoso ya que los chinos se están convirtiendo en alumnos aventajados del sistema capitalista. Unos más que otros, como siempre, y estos primeros tienen sed de bienes de consumo occidentales, como los coches de lujo.
Yang ve ahí una oportunidad de negocio. Entre lo que tardan en importar uno de esos coches y los impuestos que deben pagar por su importación, la idea de conseguir un Mercedes, Audi o Lexus a buen precio y rápidamente es tentadora.
No está claro cómo, pero se dice que Yang usó sus conexiones en el ejército para proponer un negocio a unos de los jefes de la mafia local y alguno de sus antiguos superiores: la importación de coches de lujo en China en tan sólo seis semanas desde que el cliente pide el coche y se lo entregan. Las seis semanas de espera es una enorme baza en la China de los años 90.
Los clientes chinos están dispuestos a pagar 150.000 dólares por un BMW de 60.000 dólares. Y si ese coche es robado, el margen de beneficio para la organización es astronómico. Le dejan 500.000 dólares para empezar a operar.
Minjiang Yang llega a Nueva York con documentos falsos y mantiene un perfil bajo mientras está en Nueva York. Se hace pasar por un emigrante recién llegado apodado Kenny y se mueve en un Nissan Altima que ha conocido días mejores. Pero sobre todo empieza a reclutar su equipo.
Yang montó una organización eficaz con protocolos de seguridad heredados de su tiempo en el ejército. Así, Yang conoce a su teniente, Dean, en una subasta de coches accidentados. Dean se encargará de reclutar y controlar a los que van a robar los coches. Básicamente, era el jefe de recursos humanos. Y es que Dean conoce a un ladrón de coches experto, su amigo Mario Lopez.
Cuando Mario robaba un coche lo hacía reprogramando el sistema antirrobo del coche que le interesa en 60 segundos. Mario accede a robar para Yang. Una vez que Mario abre el coche que les interesa, un conductor se encarga de llevar el coche a un parking o aparcarlo en otro sitio durante unos días. La idea es “enfriarlo”, es decir, comprobar que el coche no tenga tracker (localizador GPS) que, en caso de haber sido activado, podría llevar la policía hacia el coche.
Si al cabo de unos días el coche sigue ahí, Dean ordena que le lleven el coche a unas manzanas del almacén, equipado con cámaras que vigilan la calle. De este modo los conductores no saben dónde está exactamente el almacén. Además, Dean patrulla la manzana del almacén para comprobar que nadie las ha seguido, mientras un segundo coche hace lo mismo en un área más grande.
Una vez el coche entregado, es arreglado y limpiado para dejarlo como nuevo. Luego, los coches son cargados de dos en dos en un contenedor. Un camión lleva el contenedor a la terminal intermodal de Nueva Jersey. De ahí los containers son enviados por tren a la Costa Oeste para ser luego subidos a un barco al sur de California con un manifiesto falsificado. No es chatarra, por ejemplo, como está indicado, sino un Mercedes y un Ferrari. Ya podía la policía buscar en Brooklyn…
En aguas de Asia del sudeste, los contenedores con los coches son entonces cargados en un segundo buque con destino a China. Esta vez con un manifiesto que indica claramente que en el container van coches, con todos los detalles necesarios (marca, modelo, color, etc).
Esta operación comercial funcionó durante una década con una precisión militar. La policía no encontraba los coches robados. Y que desaparezcan sin rastros un millar de coches de alta gama robados en Nueva York, no dejaba en buen lugar a la policía.
Bastó un pequeño fallo insignificante en una maquinaria perfectamente rodada para que esta dejara de funcionar. En este caso, fue un simple accidente de tráfico sin gravedad el que tiraría al traste las operaciones de Minjian “Kenny” Yang.
60 segundos para fastidiarlo todo
En una China cada vez más rica, la demanda de coches de gama alta es cada vez mayor y Yang debe aportar cada vez más coches. Esperar a encontrar el coche pedido en una casa, parking de centro comercial o en la calle ya no es suficiente. Y es que Yang tiene seis semanas para entregar un coche desde que le llega el pedido, recordemos.
Yang ordena entonces que Mario robe también en los concesionarios y compraventas especializados en coches de lujo. Tras hacerse pasar por un potencial comprador pidiendo una prueba, se entera dónde están las llaves de los coches al ver de donde el comercial las coge. Unos días después, robarían los coches.
Mario y su equipo se llevan así siete coches en menos de tres minutos. Pero uno de ellos tiene un accidente en el puente de Triborough. ¿Te suena la escena, verdad? Al ser una zona sensible de mucho tráfico, la policía llega pronto y descubre que el coche es robado y detiene a su conductor. Este lo cuenta todo, lo que lleva a la policía a vigilar a Mario y a Dean, y este les conduce sin saberlo al almacén de Yang en Brooklyn.
Pero Yang se da cuenta que le vigilan y pone en marcha su plan de huida. En un santiamén, el almacén está vacío y se han esfumado todos. A la policía sólo le quedan las escuchas del teléfono de Dean, en el que los conductores le preguntan a menudo “cuándo van a volver los asiáticos”. Todo parecía haber acabado.
Finalmente, Kenny Yang reapareció seis meses después en una llamada a Dean. Yang le dice que tiene un pedido de 260 coches (lleva seis meses inactivo y se acumulan los pedidos). Tienen que ponerse las pilas. También le ordena que todo el mundo cambie de móvil, por si están bajo escucha.
Aun así, la policía consigue los nuevos números de teléfono vía las llamadas a la familia o novias de los sospechosos bajo vigilancia y sobre todo consiguen por primera vez y ponerle cara a Yang, pues solía comer habitualmente en los mismos restaurantes con algunos de sus socios.
La presión por conseguir los coches lo cuanto antes les hace ser imprudentes. Roban los coches sin dejar tiempo a que se “enfríen”, es decir, sin comprobar si tienen o no un tracker escondido. Roban un coche y lo llevan directamente al almacén. Y uno de los coches robados, sí equipaba un tracker.
Al poco tiempo, un agente de policía se presenta en el almacén y es el caos, todos huyen. Yang es avisado en su casa, pero ésta ya estaba bajo vigilancia y es finalmente arrestado. La policía arrestó esa noche de 2001 a ocho de los miembros de la organización.
Yang se declaró culpable y fue condenado a 10 años de cárcel. Se calcula que amasó unos 40 millones de dólares a lo largo de los 10 años en los que estuvo robando coches de forma casi industrial. Eso sí, la fiscalía ni las autoridades pudieron dar con el dinero. Y menos aún con los coches robados.