Dicen que Galicia es tierra de meigas. En los tiempos que corren, sin embargo, creer en ellas no es algo tan habitual, aunque en esta tierra tan mágica y enigmática todavía resuena el 'habelas hailas' por muchos rincones.
La Costa da Morte es uno de esos lugares que todavía conservan intacto su halo místico, quizás por el irresistible influjo de los naufragios y ese aroma de misterio y peligro que destilan sus infinitos acantilados, quizás por la belleza arrebatadora de un paisaje mágico que hoy en Motorpasión vamos a recorrer con vosotros, ahora que la llegada del verano nos ha devuelto nuestra vena más rutera.
De Muros a Malpica de Bergantiños
Enclavada en la zona más al noroeste de la Península Ibérica, la Costa da Morte se encuentra en su totalidad en la provincia de A Coruña, donde la tierra se encuentra a un Océano Atlántico que rompe con fuerza y luce en todo su esplendor. Propiamente dicha, la Costa da Morte comienza en Arteixo y termina en Fisterra y su península, aunque nosotros nos iremos un poco más al sur para no perdernos nada de un paraje mágico y singular.
Se trata de la misma región que media España conoció durante los negros días del Prestige, pero que nos ofrece innumerables entrantes y salientes, cabos y faros, playas vírgenes, olas, pueblos marineros, noches oscuras y un silencio bañado por el mar que debería encontrarse en el vademécum de medicina por su poder para sanar el alma. Todo ello junto al final del Camino de Santiago, así mismo fin también de la tierra conocida por los romanos.
Sin duda una comarca ideal para recorrer en coche por sus carreteras sinuosas, pero que harán las delicias de cualquier conductor que las negocie con cuidado, perdiéndose en la cercanía de un mar omnipresente en esta zona. Y todo ello, sumando además una buena colección de restaurantes y marisquerías donde elegir mal entre la gastronomía típica es incluso complicado.
Hemos elegido una ruta ciertamente larga, y sabemos que no será posible en ningún caso realizarla por completo en uno o dos días, aunque nuestra intención es no olvidar ningún lugar digno de mención y que el lector elija sus imprescindibles si finalmente se decide a visitar la Costa da Morte. ¡Vamos allá!
Iniciamos el camino: de Muros al Mirador de Ézaro
Algunos podrían criticar que iniciemos una ruta por la Costa da Morte tan al sur, lejos de los acantilados más traicioneros, pero lo cierto es que era de recibo comenzar por Muros para conocer la historia de un pueblo marinero típico de la zona, que nos brindará la posibilidad de pasear por sus estrechas y empedradas calles, testimonio de una vida dedicada al mar.
Además, iniciar aquí la ruta nos permitirá visitar un paraje natural tan hermoso como el entorno del Monte y la Lagoa de Louro, junto con su Faro, donde podremos pararnos a respirar aire puro de camino a Lira y Carnota.
Imperdibles son el enorme Hórreo de Lira, construído en el siglo XVIII y considerado uno de los más grandes del mundo -sino el más grande- con sus 36,53 metros de largo, así como la Playa de Carnota, un arenal impresionante que contra pronóstico no se encuentra masificado sino prácticamente virgen, y que con sus siete kilómetros de largo pasa por ser la playa más grande de Galicia y un entorno único para disfrutar del mar.
Continuando nuestro camino nos toparemos de bruces con el singular Monte Pindo, que se alza hasta 627 metros a escasos dos kilómetros del mar, justo antes de llegar a uno de los lugares más bonitos que un servidor ha podido visitar hasta la fecha: Ézaro, con la desembocadura del Río Xallas y su mirador.
Seguramente la mayoría ya conozcáis la subida al Mirador de Ézaro gracias a la Vuelta a España, pero allí no sólo podrás probar tu destreza al volante con rampas de casi el 30%, sino que también es posible contemplar el salto del único río europeo que cae en cascada hacia el mar, como es el Río Xallas.
Y además, como bonus, si eres un amante de las grandes obras civiles podrás visitar el embalse de Santa Uxía a pocos metros del Mirador.
De Ézaro al fin del mundo conocido, el Cabo Fisterra
En esta segunda parte del viaje, partiremos de Ézaro por una carretera serpenteante, pegada al mar, que nos conducirá directos a Cee, el pueblo más grande de la comarca, que cuenta con su propio hospital, una oferta lúdica y gastronómica muy interesante y un cuidado paseo marítimo.
Unos pocos kilómetros más allá encontraremos en Corcubión otra de las paradas recomendadas, pues este pueblo de poco más de 2.000 habitantes que da nombre a su propia ría disfruta del reconocimiento como Bien de Interés Cultural de su casco antiguo.
Aquí podremos volver a disfrutar de un cuidado entorno que mezcla mar y montaña a partes iguales, y que además guarda muy cerca una fortificación de la segunda mitad del siglo XVIII, el Castillo del Cardenal, construido a la par del Castillo del Príncipe, en la Ameixenda (Cee), para defender la entrada a la ría.
Y ya sin más preámbulos nos dirigimos a Fisterra, el fin del mundo conocido en tiempos del Imperio Romano, herencia que bien marca su toponimia. Un precioso enclave visitado por miles de peregrinos cada año, pues allí, en el mismo Cabo Fisterra, termina también el Camino de Santiago.
Cuenta la leyenda que el peregrino debe quemar alguna prenda de ropa en su llegada a Fisterra, y aunque esta dudosa tradición ha suscitado a veces algún contratiempo y un aspecto no deseado, nada consigue quitar el embrujo que supone la llegada al Faro.
Pese a su popularidad, Fisterra cuenta con tan sólo unos 5.000 habitantes en el censo, y en este municipio podremos visitar la fortificación defensiva del Castillo de San Carlos mandado construir por el Rey Carlos III, o la Iglesia de Nuestra Señora de las Arenas levantada en el siglo XII, así como el polémico cementerio proyectado frente al mar por César Portela, que recibió numerosos honores por ser una obra que no agrede a la naturaleza pero que, por adelantada a su tiempo, todavía sigue inacabada.
No nos olvidamos tampoco de dos playas maravillosas como Langosteira y O Rostro, ambas en el entorno de Fisterra, la primera de arena blanca y un toque paradisíaco cautivador, dejando para la segunda esa sensación de libertad, de aislamiento y conexión con la naturaleza tan difíciles de conseguir hoy en día.
Camino de Muxía, la naturaleza en estado puro...
Si saliendo de Fisterra rumbo a Lires te has saltado la mencionada playa de O Rostro no te preocupes, pues la ruta nos lleva directos a la Playa de Nemiña, otro de los paraísos menos conocidos de Galicia a no ser que seas un fanático del surf.
En esta playa podrás sentarte a disfrutar de las evoluciones de decenas de surferos que aprovechan sus abundantes olas, o esperar a que se acerque ese ocaso interminable del verano gallego para ver de primera mano un espectáculo digno de reyes, cortesía del astro rey.
Unos pocos kilómetros más al norte se haya majestuoso, en total soledad, el Faro de Cabo Touriñán, uno que ya conocíamos de nuestra ruta de cabo a cabo, y uno de los muchos que veremos camino de nuestro destino en Malpica de Bergantiños. Muy cerca del punto que queda más al oeste de España encontraremos el islote de O Castelo y su castro de origen celta.
Muxía será el final de esta parte del recorrido, una villa mágica que es santo y seña de la Costa da Morte, corazón del desastre del Prestige y probablemente el pueblo con más renombre turístico de la zona.
Su famoso Santuario protagoniza una de las romerías más multitudinarias de Galicia, la de Nosa Señora da Barca, pues cuenta la leyenda que aquí se apareció en una barca la Virgen al apóstol Santiago. Muchos llegan en la procura de la curación de sus males, una cuestión de fé...
El misterio y los naufragios, la llegada al Camelle de Manfred
Partiendo de Muxía vamos a alejarnos por primera vez de las magnéticas aguas del Atlántico, y lo hacemos para conocer el Castillo de Vimianzo, una fortificación construida entre finales del siglo XII y principios del XIII por los Mariño de Lobeira.
En muy buen estado de conservación, este castillo fue testigo de primera mano de las revueltas irmandiñas, y hoy en día nos muestra infinidad de oficios de artesanía: el proceso del lino, palilleiras, los oleiros de Buño, etc.
Y una vez satisfecha la curiosidad, volveremos al coche rumbo al faro más imponente de toda la Costa da Morte, un Cabo Vilán donde no encontrarse con el viento es casi misión imposible, y donde el aura mística que dio nombre a esta costa nos sobrevuela más que nunca.
No en vano, estas aguas vivieron más de 60 naufragios en un siglo, convirtiendo el espectacular entorno entre Cabo Vilán y Punta do Boi en un punto negro de la navegación marítima. Así pues, Cabo Vilán albergó el primer faro eléctrico de España, y para disfrutarlo lo mejor es bajarse del coche y caminar un rato.
Si tienes suerte y tu visita se produce en un día de buen tiempo vas a disfrutar de una estampa de postal, y si tienes más suerte todavía y la mar está picada, contemplarás el impagable espectáculo de un feroz mar que rompe con brío contra las rocas.
No será el único momento en el que podrás disfrutar del espectáculo del mar, pues el camino a Punta do Boi, a donde nos dirigimos recién bajados del Faro de Cabo Vilán, nos llevará bordeando la costa hasta uno de los parajes más místicos de la Costa da Morte.
Entre Cabo Vilán y Punta do Boi nos encontraremos un camino sin asfaltar, pero por el que cualquier turismo puede circular sin problemas, y que discurre pegado a una costa que no deja ninguna duda sobre la dureza del mar en esta zona.
Ya en Punta do Boi nos encontraremos de bruces con la tragedia del HSM Serpent, un torpedero de la Royal Navy británica que en 1890 se dirigía a Sudáfrica y que, por el mal tiempo y un fallo de cálculo en su rumbo, cometió el terrible error de acercarse peligrosamente a una costa que no le perdonó. El fuerte temporal destrozó el buque en cuestión de minutos, dejando tan sólo tres supervivientes de una tripulación compuesta por 176 hombres.
Un mes y medio después del accidente se habían recuperado 142 cuerpos, y en su honor junto al de los que todavía hoy siguen desaparecidos, se erigió a pie de costa un monumento conocido como Cementerio de los Ingleses. De nuevo, recomendable dejar el coche aparcado y perderse en un paseo por la historia de las tragedias marítimas que estas aguas han protagonizado.
Por último, nos acercaremos a Camelle, otro de los pueblos marineros de la Costa da Morte que esconde sorpresas más allá de su gastronomía típica, sus marisquerías y su arquitectura, espejo de una forma de vida claramente orientada al mar.
Aquí, en Camelle, vivió el ermitaño alemán Manfred Gnädinger. que murió de tristeza y con el alma envenenada por el fuel-oil del Prestige, pero que nos dejó para la posteridad y con permisos de los temporales, el trabajo de media vida convertido en una casa museo con sus esculturas.
Malpica y las Islas Sisargas son el colofón perfecto a un viaje que repetirás
Partiendo de Camelle, como en todo el viaje con rumbo al norte, nos detendremos en Laxe, un pueblo de unos 3.000 habitantes rodeado de innumerables y preciosas playas, así como de un buen número de miradores desde los que deleitarse.
Un relajante lugar donde se unen la pesca de bajura y la agricultura más tradicional, y que invita a pasear entre acantilados hasta las playas de los Cristales o la de Soesto, e incluso hasta el Faro de Laxe.
Continuando el camino hacia Malpica de Bergantiños nos encontraremos con Corme y Ponteceso, así que es visita obligatoria la Punta do Roncudo y su faro, una lengua de tierra en la cual se recogen, según se cuenta, los mejores percebes.
También es parada recomendada el Faro de Punta Nariga, el más moderno de los faros de toda la costa, que inició su actividad en 1998 y que con una altura de 50 metros intenta imitar la silueta de un barco de piedra que reta al mar. Es obra también del arquitecto César Portela, y está coronado por un atlante del escultor Manolo Coia como "mascarón de proa".
Conduciremos unos kilómetros más hasta Malpica de Bergantiños, la localidad que acoge el final de nuestro periplo no sólo por ser el último pueblo que marca la Costa da Morte como tal, sino también por su belleza y tradición.
Se trata de una villa marinera que conjuga de nuevo la pesca tradicional con el rural y la historia viva, que esta vez nos cuenta la llegada hasta aquí de unos marineros vascos en busca de cetáceos.
Malpica de Bergantiños es por tanto unos de los puertos balleneros más antiguos de Galicia, con escritos fechados en el siglo XVII, reconvertido hoy en uno de los puertos más importantes de la pesca artesanal gallega.
Además, Malpica sirve como antesala del archipiélago formado por las Islas Sisargas, tres islotes independientes que pueden verse al norte desde Malpica y que se conocen como Grande, Chica y Malante.
Solicitada su inclusión hace tiempo en el Parque Natural de las Islas Atlánticas, lo cierto es que las Sisargas todavía esperan el reconocimiento que se merecen como enclave natural de especial interés. Sin embargo, este archipiélago puede ser visitado gracias a una embarcación que nos conducirá a la Sisarga Grande, donde se puede recorrer un sendero de un par de kilómetros que bordea el islote y que nos permite disfrutar del mar y de la fauna.
Sin duda, la ruta por la Costa da Morte supone un viaje embriagador para los sentidos, un viaje que seguro querrás repetir no sólo por la belleza de sus paisajes, por su gastronomía o por la hospitalidad de la gente, sino también porque la ruta al volante es de esas que traen a tu mente cierto anuncio publicitario... ¿Te gusta conducir?
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